Feliz retorno de los "Huevos con amor" de Ramón Paso
Por Horacio Otheguy Riveira
Huevos con amor vuelve a escena con la misma protagonista, la madre del autor, Paloma Paso Jardiel. Fue un éxito del Teatro Fernán Gómez (Triunfo de Paloma Paso Jardiel entre suicidas y muertos con carácter) en el invierno de 2016 y ahora retorna al Lara una vez a la semana.
Corran a ver este doble juego familiar: un autor riguroso a la vez que divertido y una actriz todo terreno con brillante vis cómica afrontan una exposición de miserias humanas de hilarante resultado. Es lo que tiene el dominio del grotesco y el negro humor españoles (aunque hoy en día muy pocos lo practican): permite ir al fondo de graves asuntos como la miseria, la soledad, la explotación, el abuso de poder… a través de situaciones ingeniosas surgidas de historias tan impresionantes que parecen fantásticas, surgidas de la imaginación más increíble cuando la increíble imaginación del dramaturgo ha consistido en poner en escena conflictos cotidianos de un mundo paralelo al de los espectadores de teatro y lectores de libros, el primitivo mundo que aún persiste en las grandes ciudades, con su falta de luz, su poca comida hecha de despojos, sus personajes atrabiliarios a fuerza de montarse en una desesperada forma de supervivencia.
Carmela es un ama de casa, una mujer sola, hija de padre desaparecido y madre dichosa de intentar suicidarse con tal de pedir ayuda en el último momento. Y esto es solo el comienzo de un devenir de momentos de gran literatura dramática por donde la comedia desopilante rinde tributo al irresistible encanto de personajes ausentes de los que se habla con una fluidez siempre enriquecedora. Y lo que parece tan natural en la única actriz en escena surge también de una admirable unión con el lenguaje forjado en el texto. Madre e hijo. Descendientes de grandes hombres de teatro (Jardiel Poncela, Alfonso Paso), y ellos mismos forjadores de nuevos estilos, y todo para unos Huevos con amor batidos con una pasión enloquecida por ser alguien en medio de la nada.
He aquí algunas perlas de la función, para abrir boca…
[Mi madre] Cuando no era budista, era adventista y cuando no, panteísta. Yo lo hubiese resumido en que era gilipollas. Un día, tendría yo once años, se sentó a mi lado y me explicó que Dios era una mujer y que la sangre de Cristo en la cruz simbolizaba la regla. De todas las cosas raras que me han dicho en la vida, mi madre me decía las más desagradables. (Riéndose al recordar) Una época decidió que todo estaba vivo en el universo… y que todo había que tratarlo con amor – excepto a mí. Así que todo debía ser consultado antes de utilizarse, porque todo sufría. Y, entonces, por ejemplo, para sentarse había que pedirle permiso a la silla. Y a la puerta, antes de abrirla, había que decirle: “Perdona, puerta, que te abra, lo hago con mucho amor”. ¡Ah! Y no se podía comer nada. ¡Sólo huevos! Lo cual nos venía bien para ahorrar. Y tenían que estar crudos. Porque si se cocinaban, sufrían, y ante la idea de que sufriesen unos huevos muertos o yo, mi madre siempre se decantaba por los huevos.
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A mí no me da ningún miedo morirme. Ninguno. Muy mal se tienen que poner las cosas en el más allá para que sea peor que lo que tengo aquí. Morirse debe de ser como dejar de fregar y de limpiar y de cocinar. Pues, ¿qué quieres que te diga? No lo veo tan grave. (Se encoge de hombros) A mí lo que me da miedo es estar sola, y la gente se da cuenta y por eso siempre todo el mundo me abandona. La gente mala huele el miedo. Mi madre lo olía muy bien. Era como un perro de presa, pero con las uñas preciosas. Cuando se murió, la incineré. Ella quería que la enterrase, pero a mí me hacía ilusión verla arder. Luego no me dejaron mirar y fue un disgusto.
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Mi niña estaba creciendo y quería comida y juguetes. Así era de caprichosa la pobre. Yo hacía lo imposible para que Candela no se enterase de nada de lo que estaba pasando en casa. Cuando nos cortaban la luz, yo me inventaba que estábamos en un castillo y que por eso íbamos con velas por la casa. Cuando nos cortaban el agua caliente, pues le decía que íbamos a lavarnos como los gatitos, por partes… Y cuando nos echaban de casa, le decía a Candela que íbamos a jugar a escondernos del casero. A Paco le deprimía la situación. O eso decía. Yo le daba de gritos. ¡Coño, a mí también me parecía un asco, pero si yo me deprimía nos moríamos de hambre!
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Entonces me di cuenta de lo que tenía que hacer. Él estaba muy aturdido por los somníferos, y yo estaba muy hasta las narices de suicidas que no lo conseguían. A éste le iba a salir bien. Mira tú por dónde. Pensé cuál sería la mejor forma de ayudarle. Que esto no era asesinar, que era echar una mano.
A todas horas, por el horror de días aciagos se filtra el sentido del humor que todo lo bendice con agua de mayo: la que surge del manantial de la esperanza contra todo pronóstico. Por eso estos Huevos con amor tienen la suficiente dosis de entusiasmo —y respeto por el teatro— para que cuando todas las tormentas hacen de la pobre Carmela pasto de las llamas, surge la ternura como un manto de poderosa calidez, incapaz de llegar al melodrama, muy lejos de todo lance sensiblero, sólo el comienzo de un nuevo viaje cargado de futuro.
Deja que me vaya en paz. ¿No ves que estoy muy cansada? Que yo lo digo de verdad, no por llamar la atención, que yo ya he llamado la atención bastante en la vida. (Se cruza de brazos) Claro, si me miras así, no puedo. ¿No ves que suicidarse es algo muy íntimo? Aunque tú y yo somos familia, claro, que soy tu abuela. ¿Y cómo te voy a dejar solo en el mundo, si soy la abuela? Ay, esas cosas no se hacen, pero es que yo quiero suicidarme y que vengan a verme y decir eso de “he hecho una tontería”, y que sea verdad, porque cuando ellos lo decían la tontería no era suicidarse, la tontería era sobrevivir.
Diseño de iluminación: Pilar Velasco
Diseño gráfico: Ana Azorín
Fotografía: María Jordán
Ayudante de dirección: Blanca Azorín
Producción: Sandra Pedraz Decker
Producción ejecutiva: PASOAZORÍN TEATRO
Teatro Lara. Del 3 al 24 de junio 2017, sábados 19,15 horas.