Elías Canetti: El libro contra la muerte
Por Ricardo Martínez.
Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2017
El libro contra la muerte, de Elías Canetti.
En este punto, el de la sustancialidad real de la muerte, su madre no ha podido ayudarle (salvo, acaso, en aquellos consejos o recomendaciones que hayan quedado prendidos en sus charlas personales); tampoco Veza, su mujer, pues ellas administran el tiempo, pero no lo dominan. Dos mujeres que le han ayudado tanto, en su carrera y su vida.
De ahí que al bueno de Canetti también le haya llegado la muerte, a pesar de su resistencia que, en algunos momentos, era la protagonista de un discurso tan agónico que casi parecía irracional: “Estoy tan lleno de mis muertos que ya no debe morir nadie más: no cabría” Claro que, en tratándose de ese discurso, o es agónico o habrá de derivar en otro tema.
Es curioso porque en esta frase aforística implora no hacia la muerte propia, sino a la muerte como identidad, como sustancial al proceso del hombre. Confieso que, a lo largo de la lectura de sus obras, siempre me sorprendió su obsesión por la idea de la muerte, algo que, por otra parte, considero que no queda tanto patente en su obra en general -tan testimonial y próxima a la ensayística, a veces casi poética- sino, sobre todo, en esos pensamientos íntimos como puedan serlo los aforismos. Esto es, es como si el tema le fuese más propicio como pensamiento cuando el escritor se encuentra a solas, más a solas con sus temas literarios, con el espejo, consigo propio.
El caso es que el propio Canetti parece consciente de esta aparente dicotomía: “Hasta ahora me lo he puesto demasiado fácil. El griterío de afirmación de la vida que soltaba ha sido ridículo y pueril. Cualquier enemigo envidioso y vil podría aferrarse a eso y desacreditar mi idea culminante, el proyecto de mi vida” Un proyecto que, para mí, tiene un punto culminante –y lo confirma dentro de la historia de la literatura- a través de ‘Juego de ojos’, un prodigio de observación-reflexión acerca del devenir cotidiano, de la perspicaz perspectiva que es capaz de obtener para diseccionar actitudes y actuaciones; pensamiento de realidad concreta expresa en los supuestos generales de la política o la cultura. Ello considerado siempre bajo la penetrante mirada del hombre consciente que vive en el palpitar de lo concreto, tanto del instante como de los sueños. La realidad de la que estamos hechos y que, a la vez, nos va haciendo.
Acaso su pregunta ontológica sea: ¿y por qué no continuar con esta dialéctica del vivir, pudiendo ser tan fructífera para la humanidad? O, sobre todo, ¿qué pueda ser esa fuerza enorme, brutal, depredadora que dicta el fin de mi vida a su libre albedrío, a su capricho, sin posible diálogo intermedio?
Muerte es muerte, fin, acabamiento, nada. En un momento dado se dice a sí: “Ya no estás obsesionado con la masa (recuérdese ese ensayo iluminador: ‘Masa y poder’) Ya no te empeñas en inventar recetas para su buen comportamiento y su bienestar. Estás más obsesionado que nunca con la muerte. La muerte en masa ha absorbido para ti la masa. Tu propia muerte ya sólo puede ser indiferente”
Semeja que se quede privado incluso del consuelo del protagonismo.
En fin, qué claras suenan todavía, las hermosas palabras del poeta: “Nuestras vidas son los ríos…”