Entrevistamos al escritor Antonio Ortuño
Nadie me ha regalado un centímetro y eso me deja bastante contento. La gente que me lee lo hace por afinidad e interés.
Camino por el retiro con ganas de literatura, acabo de leerme el libro “La vaga ambición” del escritor mexicano Antonio Ortuño, pude verlo en directo cuando recogió el Premio Ribera del Duero en Madrid, su discurso me conmovió por lo cercano, miraba el mundo desde un lugar parecido al mío. Estoy a punto de llegar a las casetas, el corazón se acelera un poco, es una tradición que nos hace felices a lectores y escritores. Juraría que aquel señor de la gorra con cara de calor es Antonio Ortuño. Intento explicarle quién soy, pero nos reconocemos y le propongo un viaje de tres minutos al árbol más cercano para charlar en la sombra de su último libro. No resulta fácil con tantos compromisos y firmas, pero logramos huir con excusas propias de escritores: calor, cerveza y charla. Nos acompañaron todas estas palabras combativas para lectores devotos y escritores camaradas que admiran el talento ajeno, las respuestas de Ortuño son para guardar en la memoria durante mucho tiempo.
SONIA ALDAMA: Antonio, me impresionó la lectura del primer relato de “La vaga ambición”. “Un trago de aceite” cuenta una historia con la que se pueden identificar un buen número de lectores. El personaje de Guadalupe como víctima y testigo de una historia que puede ser la de cualquier adolescente y en una sociedad que puede ser la mexicana pero también otra, lugares donde se trata con tanto desprecio a los más débiles, sobre todo a las mujeres. Tu oficio como escritor se percibe en lo cuidado del lenguaje, en el brillo de las comparaciones y en las descripciones cinematográficas de las escenas. ¿Este primer relato es un homenaje a las madres, una denuncia a un determinado tipo de sociedad, tal vez las dos cosas o ninguna de ellas?
ANTONIO ORTUÑO: Me importaba que desde el principio del relato se estableciera una tensión entre la aparente inocencia de lo que hace el padre (llevarse al niño de la escuela como “premio”, a una casa junto a un Lago, a un fin de semana de juego) con la realidad del secuestro, maltrato y abuso. Claro que al haber en juego un subtexto literario y al ser de por sí un tema delicado, fui particularmente cuidadoso para que el relato no se convirtiera en un documento judicial, por así decirlo, sino que mantuviera su condición un poco ambigua de ficción.
S.A: Háblanos de la estructura del libro, de tu alter ego como protagonista.
A.O: Me fastidia la autoficción que convierte pormenores irrelevantes en pretendidas revelaciones: creo que la ficción debe ser emocionante, sugerente, irritante a veces, y nunca tediosa y tibia, como sí que es la vida. Arturo Murray es un escritor cuarentón, como yo, pero, como diría Borges, las cosas le pasan a él. Yo me considero irrelevante como personaje: desde luego que Murray es mucho más interesante, aunque haya saqueado mi memoria, pasado, imaginación y demás para dárselos a él en el libro.
S.A: Me vino a la cabeza Mi perro idiota de John Fante cuando terminé tus relatos, ¿se parece este libro al tipo de literatura que te interesa?
A.O: Leí a Fante en traducciones un poco feas, en su momento y aun así lo disfruté. No ha sido una influencia pero sí que, pensándolo bien, hay un parentesco entre su Bardini y nuestro Murray. Aunque el lado miserable de Los Ángeles de la narrativa de Fante aquí está ausente. El escenario en La vaga ambición es uno igualmente desesperante: los centros culturales provinciales, siempre faltos de recursos e interés.
S.A: En La vaga ambición aparecen personajes crueles, borrachos, perdedores y madres fuertes que intentan proteger a sus hijos aunque también pierdan. ¿Está la conciencia de clase presente mientras escribes tus historias?
A.O: Hay allí una deliberada observación sobre la sociedad mexicana y muchas otras en las que el machismo arraigado se lleva entre las patas a madres e hijos desde siempre. Y el asunto de clase es vital en lo que escribo. Escribo desde la clase media baja, la clase trabajadora. Por eso las visiones elitistas y aristocráticas, así se trate de arte el asunto, me dan bastante risa.
S.A: En el relato Quinta temporada, el narrador hace una crítica contundente a la industria editorial, supongo que el tono irónico es fundamental tanto cuando escribes sobre estos temas como en el día a día de escritor. ¿Cómo vives tu oficio?
A.O: Lo he vivido como una carrera de obstáculos. Hay algo de reality show cruel en la vida literaria. La inmensa mayoría de los que quieren escribir se quedan en el “quisiera” porque nadie los lee o no los publican o, lo peor, los publican pero nadie los lee. Nadie me ha regalado un centímetro y eso me deja bastante contento. La gente que me lee lo hace por afinidad e interés.
S.A:El último relato, La batalla de Hastings tiene el tono de un monólogo interior en el que tratas varios temas, introduces la metaliteratura, escenas de alumnos, parejas, de vencedores y vencidos. ¿Es la vaga ambición un libro sobre perdedores? ¿Sobre el drama existencial de vivir y de cómo sobreponerse gracias a la escritura?
A.O: La escritura es una actividad que, en lo esencial, le deja frustraciones a quienes la practican. Se puede ser Nobel y ponerse loco de furia por una mala nota. Yo, en el fondo, me quejo menos que otros porque no me ha ido nada mal, al final de cuentas. Pero el camino ha estado repleto de malaventuras y ha resultado muy truculento.
S.A: Por último me gustaría que me dijeras si sueles escribir siendo consciente de que a veces la literatura impone roles en los que las mujeres siempre salimos perdiendo, y sí lees a escritores y escritoras de modo indiferente o si vence el inconsciente masculino.
Sería hipócrita decir que lo he hecho toda la vida. He leído muchos más escritores varones y me he identificado más profundamente con ellos. Pero tampoco he sido indiferente a las letras escritas por mujeres. Leí, con provecho y con admiración, a Collete, Patricia Highsmith, Ana García Bergua, Angélica Gorodischer, Amparo Dávila, Isak Dinesen, Djuna Barnes. Ahora descubrí a Lucia Berlin, a la que hubiera querido leer desde chamaco porque tiene un punto de vista precioso, un nivel al que quisiera llegar alguna vez. Y puedo decir que ahora mismo soy un lector que activamente busca leer literatura escrita por mujeres. He sido en tres ocasiones jurado del Premio Sor Juana, que da anualmente la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, y me tocaron libros buenísimos para premiar, de Lina Meruane, Perla Suez y Ana García Bergua. Y para decidir leí otro par de centenares de libros escritos por mujeres ahora mismo.
Leo con mucha felicidad a Mariana Enríquez, Guadalupe Nettel, Fernanda García Lao, Gabriela Cabezón, Lina Meruane, María Fernanda Ampuero, Fernanda Melchor. Acabo de entregar una antología de cuento que compilé y la mitad de las incluidas son escritoras. Y no es que se pensara programáticamente, sino que pasó de forma bastante natural. Creo que la industria editorial sigue siendo muy dispareja pero la calidad de las escritoras va a terminar por romperla (si los demás dejamos de estorbar).
Antonio Ortuño nació en Zapopan, Jalisco (México), en 1976. Ha publicado tres libros de relatos, El jardín japonés (2007), La señora Rojo (2010) y la antología personal Agua corriente (2015). También las novelas El buscador de cabezas (2006), Recursos humanos (2007), Ánima (2011), La fila india (2013), Blackboy (2014, con el seudónimo «A. del Val»), Méjico (2015) y El rastro (2016). Fue ganador del Premio de la Fundación Cuatrogatos, de Miami, al mejor libro juvenil por El rastro (2017) y finalista del premio Herralde de novela (Barcelona, 2007) por Recursos humanos. La revista británica Granta lo eligió como el único mexicano en su selección de mejores escritores jóvenes en español (2010). La revista GQ lo premió como «Escritor del año» en 2011. Ha sido traducido a diez idiomas. Con La vaga ambición obtuvo el V Premio Ribera del Duero.
El autor estará firmando hoy de 17:00 h. – 19:00 h en la Caseta 112 de la Feria del Libro de Madrid, y mañana 04 .06. 2017 de 19:00 h. – 21:00 h. Caseta 364
Una entrevista de Sonia Aldama