Viajes y libros

'El duelo es esa cosa con alas', de Max Porter

Por Ricardo Martínez Llorca
@rimllorca

El duelo es esa cosa con alas

Max Porter

Traducción de Milo Krmpotic
Rata Books
Barcelona, 2016
140 páginas
 

¿Por qué existe un Dios padre y un Dios hijo, pero no un Dios hermano? De hecho, los dioses creadores, los dadores de vida son padre o madre. ¿Por qué no otra categoría de progenitor? Sencillamente, porque en los vínculos verticales directos, padre o hijo es lo más próximo. La relación contiene mucho de vertical: qué es lo que supone ser padre, ser maestro en el arte de vivir, o qué es lo que supone ser hijo, aprender en el arte de vivir. Como diría el pitufo gruñón: paparruchas. Un buen padre no cesará de aprender de sus hijos. Un buen hijo aprenderá fuera del entorno de sus padres en qué consiste eso que es querer y ser querido. Al final, de eso es de lo que trata este libro.

Escrito a tres voces, con alguna interjección final, en la coda, el libro es la descripción de un duelo que no se atreven a compartir el padre y sus dos hijos. La madre ha muerto y la farsa para conservar la familia comienza. De hecho, existe una tercera voz, la de un cuervo. Las referencias al cuervo son claras. El cuervo es Poe y el cuervo es gótico. Pero en este caso es un cuervo astral, algo que suele tomar, más bien, la forma de una paloma. Así pues, las tres voces representan a la Santísima Trinidad: padre, hijo y espíritu santo. Pero no es un libro sobre lo divino. De hecho, sin saber muy bien cómo lo consigue, Max Porter ha escrito un libro con un lenguaje muy físico. Porter escribe con el cuerpo, no con la cabeza.

En lo tocante al padre y a los hijos, la voz es menos metafórica que la del cuervo. Pero ese cuervo, que es el espíritu de la madre, es lo único que les queda de ella, o que creen que les queda de ella. Al menos durante la primera y casi toda la segunda parte del libro. Si pierden el cuervo, pierden lo que queda de la mujer y de la madre. De ahí que los hijos actúen, siendo críos, fastidiando al padre al reproducir los actos que molestaban a la madre. Y que el padre confiese, una y otra vez, que no puede con todo. En algún momento, llega a volcar la violencia contenida contra sus hijos, como al narrarles cuentos espantosos a la hora de acostarse. Los dos, porque los hijos son una voz unida, subliman su malestar como pueden y lamenta no tener más capacidad de control.

No es el tiempo que pase, sino el hecho inevitable de crecer, en sentido literal y de aprendizaje, lo que implica que puedan volver a sonreír, sinceramente, un día. El cuervo irá desapareciendo, esa voz que ve la vida desde el lado de la muerte, para quien todo resulta espantoso. Y así se va completando el duelo, gracias a lo que conocemos como aceptación. Perder a un ser querido es algo que sucede siempre, porque siempre estará ahí su ausencia. Si uno se arriesga a vivir, llegará a saber hacerlo sin que esa tristeza le impida saborear una copa de natillas.

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