Dos poetas suicidas
Por Sonia Rico.
Si la vida de un escritor de dificil la de una poetisa más.
Ser poeta, en los tiempos que corren, es un acto de rebeldía. Imaginemos esto a principios del siglo veinte y más siendo mujer. A cuántas cosas habría que renunciar, con cuánta incomprensión habría que lidiar, lo complicadas que debían de ser las relaciones con los hombres y qué grande la frustración sentida hacia un mundo que les decía, de forma constante, que iban por camino equivocado.
Ante este panorama no debería extrañaarnos su hastío ante la vida y que ambas mujeres, que ahora os presento, decidieran poner fin a sus vidas.
La primera poeta era argentina de origen suizo: Alfonsina Storni. Su madre fundó una escuela y su padre abrió un café en la estación de tren de Rosario, sin embargo, ella no quiso trabajar en el negocio familiar y se independizó pronto convirtiéndose en actriz; y fue así cómo recorrió varias provincias en una gira teatral. Se sintió llamada por las letras desde siempre y frecuentó círculos literarios en Argentina y, posteriormente, en Europa. Tuvo una fuerte amistad con Horacio Quiroga y nunca se ha sabido con claridad si hubo entre ellos algo más.
Con respecto a su muerte, el relato más popular cuenta que había acordado envenenarse junto a Leopoldo Lugones, su amigo. Sin embargo, el cuadro es muy distinto. Al parecer Alfonsina se vió sometida a la amputación de un pecho por padecer un cancer, y nunca se recuperó de ésta pérdida. Sufría fuertes dolores, y fue cayendo en una depresión que la acompañó los últimos años de su vida.
Alfonsina eligió Mar del Plata para terminar con su vida. La noche anterior escribió una nota en tinta roja que dejó en su escritorio y que decía “Me arrojo al mar”. Al parecer, dos días antes había dejado escrito su famoso poema “ Voy a dormir”, que son sus versos-carta de despedida. Un dato que se supo más tarde es que el día anterior había hecho el intento de comprar un arma pero no le dejaron, ya que la legislación de la época no permitía que las mujeres las tuvieran.
Fue en octubre de 1938 y caminó sola en medio de la noche para tirarse al mar. Su cadáver fue encontrado por tres obreros. El periódico La nación publicó sobre su muerte y la calificó como gran poetisa Americana. A partir de ahí empezó el mito.
Su obra maxima fue Ocre, considerada punto de inflexion en la literatura argentina.
Unos versos de su poema Alma desnuda:
Soy un alma desnuda en estos versos,
Alma desnuda que angustiada y sola
Va dejando sus pétalos dispersos.
Alma que puede ser una amapola,
Que puede ser un lirio, una violeta,
Un peñasco, una selva y una ola.
La segunda poetisa es Sylia Plath. Era una niña cuando Storni murió.
Sylvia, estadouniense de ascendencia alemana, creció en un pueblo cerca del mar. Ya desde pequeña escribía poemas y se dice que era una niña frágil e insegura. Su padre murió siendo ella una niña y partir de aquí se desencadenaron en ella depresiones y desórdenes mentales. Ya de adolescente consiguió puclicar un poema y algunos relatos. Su primer intento de sucidió lo hizo durante los años en los que estudió en el Smith College de Northhampton, aunque no tuvo éxito. Después consigio una beca y se trasladó a Inglaterra para estudiar en Cambridge. Fue allí donde conoció a Tedd Hughes, el poeta, y se casó con él.
Su primer título publicado fue el poemario “El Coloso” (1960) y su principal libro es su novela “La Campana De Cristal”, de carácter autobiográfico . Poco después de la publicación de éste libro se convirtió en icono del feminismo, sin embargo, pese a sus éxitos se suicidó en 1963 metiendo la cabeza en un horno. Tenía solo 30 años, una depresión crónica y había descubierto que su marido tenía un affair con Assia, la mujer del poeta David Wevill. Seguramente, este fue el detonante para que ella tomara la decisión, después de dejar a sus dos hijos durmiendo.
Unos versos de Otoño de ranas:
El verano envejece, madre fría,
y los insectos son raros y escuálidos.
En este hogar palustre solamente
graznamos, nos ajamos.
Las mañanas se van en somnolencia.
El sol tardíamente nos alumbra
entre cañas sin nervio. Moscas fáltanos.
El helecho se muere.
No olvidemos tampoco que un poeta, sin duda, tiene una mirada diferente y una sensibilidad que atrapa al resto de los mortales. La vida vista desde su prisma puede resultar hermosa, triste y devastadora, como el final que ambas poetisas decidieron poner a sus vidas.