Máquina de guerra (2017), de David Michôd
Por David Blanco.
Quizá la única forma de retratar algo tan absurdo como la guerra sea una comedia absurda. Máquina de guerra aspira, a través de la sátira, a criticar las operaciones militares que Estados Unidos ha llevado a cabo en el exterior como represalia por los atentados del 11-S. Estrenada por Netflix el pasado 26 de mayo, está dirigida y escrita por David Michôd, adaptando la novela The Operators, de Michael Hastings. La trama se centra en el periodo que el general Stanley A. McChrystal estuvo al frente de las tropas estadounidenses y de la coalición internacional en Afganistán.
Con una amplia carrera militar y acreditado como el responsable de haber dado muerte al líder de Al-Qaeda en Irak, Abu Musab al-Zarqawi, McChrystal fue destinado a Afganistán en junio de 2009 para desatascar una guerra en la que Estados Unidos llevaba inmerso ocho años sin progreso aparente. Determinado a ganar esa guerra, McChrystal solicitó un importante aumento en el número de tropas e inició la mayor ofensiva de la coalición desde los primeros meses de conflicto. Un año después de asumir el puesto, sus críticas a altos cargos de la administración Obama, incluido el vicepresidente Joe Biden, publicados en un extenso reportaje en la revista Rolling Stone, forzaron su dimisión y su retirada de la vida militar.
Estos sucesos, que para el público español pueden resultar lejanos o casi desconocidos, supusieron un importante terremoto en la vida pública estadounidense, tanto a nivel mediático como político y militar. Y lo más curioso es que lo que desencadenó la polémica fue algo que podríamos considerar simple, como el hecho de que esas declaraciones se publicaran en esa revista, cuando el problema que yace detrás de todo ello es mucho más dramático y relevante.
Esa es precisamente la crítica de Máquina de guerra: lo absurdo que resulta centrarse en un polémico reportaje cuando hay una guerra mucho más absurda en marcha. Y es que, si todas las guerras son un sinsentido, lo son más si cabe aquellas en las que no parece haber una solución estable, ni a través de una victoria ni a través de la retirada. En dichos conflictos, el empecinamiento de los generales y los dirigentes políticos en alargar el combate cuando las opciones de victoria son nulas resulta casi patético.
Por eso War Machine reparte las culpas: McMahon (como McChrystal), obcecado en conseguir una victoria imposible; el presidente Obama, que busca retirar las tropas con el conflicto inconcluso y dejando a medias el esfuerzo de más de ocho años; el presidente Karzai, presentado como un monigote ridículo en manos de los estadounidenses; los políticos y diplomáticos, como burócratas preocupados únicamente por salvar su puesto; y la propia sociedad e historia estadounidenses, convencidas de que su país es el garante único de la libertad en el mundo. Pero en ese intento de reprobar a todos y a todo, la película pierde fuerza, divagando por muchos aspectos sin llegar a profundizar en ninguno.
Por encima de eso, el problema de esta cinta es que no sabe muy bien cómo definirse. Hay que reconocerle un puñado de elementos y secuencias muy divertidas, su honestidad en el retrato de algunos aspectos de la guerra y cierta emoción en los momentos de combate. Mas el conjunto y la suma de todos ellos no nos depara ni una comedia verdaderamente mordaz ni una crítica y análisis fundados. Más interesada en recrearse en la actuación de Brad Pitt o en jugar con la banda sonora que en estructurar la trama, la narración resulta a menudo confusa y superficial.
Sin embargo, sí parece quedar claro que, detrás de la sátira, subyace un verdadero drama, retratado en ocasiones con impresionante realismo, y se intuyen una serie de responsabilidades que deben ser asumidas. Cabe destacar igualmente la interpretación, intencionadamente excesiva, de un Brad Pitt que tuvo que acabar el rodaje con la garganta machacada de forzar la voz. También Ben Kingsley realiza una paródica y muy divertida interpretación del expresidente afgano Hamid Karzai.
Pero son elementos sueltos que no dotan de la suficiente estructura y coherencia a la obra. Lo que podría haber sido una importante denuncia de los responsables detrás de la guerra más larga en la que Estados Unidos ha participado, se queda en un intento de film antimilitarista del que es difícil extraer conclusiones.