'El meteorólogo', de Olivier Rolin
Por Ricardo Martínez Llorca
@rimllorca
El meteorólogo
Olivier Rolin
Traducción de Miguel Aguayo
Libros del Asteroide
Madrid, 2017
180 páginas
Cuando el mal ha sucedido, se debe a que existe un propósito mayor, a que Dios no juega a los dados, a que si él lo ha decidido, será para nuestro bien. Otra cosa es la estupidez humana o la inteligencia humana, porque no lo alcanzamos a entender. Pero ¿cómo es que no alcanzamos a entender el propósito de Dios, pero sí que lo hace por nuestro bien, aunque eso signifique arrancar de tu vida y de la existencia a la persona que más quieres? Pero un creyente siempre encontrará la respuesta: si no existe ese propósito de Dios, entonces mi vida no merecería la pena, entonces habría decidido que yo también muriera. Lo más terrible de esta obra es que el lugar de Dios lo ocupa un estado: la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas, o Stalin o ese cargo intermedio que ja juzgado mal a un experto en el clima, por errar en una previsión en contra de los bienes de la cosecha o de un ataque militar o de vaya usted a saber qué cosa. Y el propio meteorólogo, encerrado en un gulag, sigue confiando en que existe ese bien mayor, en que su encierro está beneficiando al estado, dentro del cual viven su mujer y su hija.
El meteorólogo comienza con el descubrimiento, por parte de un ser ingenuo, de cómo se creó el planeta. El buen hombre, se empeña en estudiarlo por el método de la observación, sobre todo de las nubes. Le gustaría poder leer el planeta entero, su ayer y su mañana. Porque así ayudaría al estado a mejorar la vida del pueblo. La Revolución Proletaria la ha aprendido como un bien espiritual, como quien cree en el Dios benévolo aunque se muera su hermano. Mientras él intenta construir un catastro de los vientos, sabe que ni los insectos dañinos ni las nubes de tormenta pueden ser un error. Y mientras tanto, una serie de Hércules construyen el estado más poderoso del planeta, aprende, también. El sentido de la hipérbole es del propio Olivier Rolin (1947). Hasta que cae acusado de sabotaje, en la época posterior a la de los Hércules, en la época en que se cercena a sangre y fuego cualquier conato de acto que no favorezca al estado. Ese estado que cada vez con más intensidad tiene un nombre. Surgen los Gulags y el meteorólogo, tras la farsa de juicio correspondiente, es enviado a uno de ellos. Allí descubre que está en compañía de hombres cultos, no de bárbaros ladrones. Y a partir de entonces, la novela, que pretende relatar con objetividad la vida del meteorólogo y su familia, su escaso contacto durante tres años, epistolar, y la desaparición de los unos para los otros, es una metáfora de la idea de que la esperanza es algo muy triste.
Mientras ellos se resisten a doblegar sus sueños, no renuncian a pensar que el estado, ese estado en concreto, hace lo mejor para el pueblo, mantienen viva la esperanza. Y esta resulta ser una infección que no permite vivir la vida con la intensidad que uno debiera. Por más que se repitan que el bolchevismo es bueno, que de haber algo malo eso es Stalin, no hay ciencia ni argumento que lo demuestren. La URSS entra en la carrera espacial y desarrolla el bienestar y la igualdad entre los ciudadanos. La URSS no puede ser maldad. Y, sin embargo, Rolin va relatándonos en qué consistía la verdadera URSS a través de los ojos de otro gran escritor: Vassili Grossman, a quien no deja de citar. Las consecuencias de este planteamiento, pues lo que hasta aquí hemos comentado ocupa la primera mitad del libro, son las consecuencias de cualquier forma de violencia. A pesar de que Rolin hace un generoso esfuerzo por no mostrarse vehemente, la denuncia sale a la luz en cada frase. El oficio de Rolin consigue que no nos dejemos llevar por impulsos viscerales, pues al fin y al cabo él está tratando de hacer literatura. Y eso es un asunto que poca relación tiene con el estado o con Dios. Como Rolin demuestra, la literatura es algo humano.