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¿Internet nos está impidiendo leer con profundidad?

La efervescente cantidad de contenidos disponibles hoy en Internet demanda nuevas formas de acercarnos a ellos. Conscientemente o no, hemos generado recursos cognitivos para lidiar con los miles de flujos de data que laten diariamente sobre nuestra mesa. Y conforme este proceso de ‘eficientización’ receptiva se va asentando en nuestra mente, también comienza a emerger el precio de abarcar más: por ejemplo, la calidad o la profundidad de nuestra atención.

Probablemente habrás notado que cuando lees un artículo en Internet, tu mente tiende ya, en mayor o menor medida, a hacerlo por bloques y no por líneas. Es como si nuestra forma de leer fuese ahora más visual, aplicamos más una especie de escaneo regional que una tradicional lectura secuencial –palabra por palabra, línea por línea. Gracias a lo anterior hoy puedes absorber una mucho mayor cantidad de información, y enterarte de más cosas, aunque quizá esto sea a costa de perder penetración y entendimiento. En pocas palabras, como lectores hoy favorecemos la cantidad y la rapidez, por sobre la profundidad y el procesamiento.

Maryanne Wolf, neurocientífica de la Universidad de Tufts, advierte que nuestros nuevos hábitos de lectura, forjados principalmente en línea, podrían estar afectando nuestra capacidad para penetrar textos más complejos o narrativas más ricas. En entrevista para el Washington Post, afirma que «la forma superficial con la que leemos durante el día está afectándonos cuando debemos de procesar con mayor profundidad una lectura».

Si a lo largo del día repasamos veinte, cuarenta o doscientos contenidos textuales –notas, artículos, cuentos cortos, aforismos, actualizaciones ,etc..– y luego antes de dormir queremos leer una novela de cierta complejidad o un ensayo largo, ello nos obliga a desprogramar nuestro cerebro de su forma habitual de lectura, para emplear una forma más lenta y reflexiva de encarar este otro contenido. El problema es que conforme se acumulan los días en los que dedicamos tal vez seis horas a leer contenidos cortos y de algún modo ligeros en Internet, en contraste con los cuarenta minutos que dedicamos a un buen libro al finalizar el día, entonces a nuestro cerebro le cuesta cada vez mayor trabajo switchear con eficiencia al modo ‘profundo’.

Wolf, quien por cierto es una de las mayores autoridades en el estudio de la relación lectura-mente, confiesa que ella misma ha experimentado este fenómeno, en su caso cuando se disponía a leer la novela The Glass Bead Game, de Hermann Hesse.

No estoy bromeando, en realidad no podía lograrlo. Era una tortura completar la primer página. No lograba bajar el ritmo para dejar de navegar, ‘pescar’ palabras claves, y evitar que mis movimientos oculares se dispusieran a absorber la mayor cantidad de información a la mayor velocidad posible. Esto me generó repulsión.

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En lo personal me ha ocurrido que al intentar releer ciertos libros, he notado que me cuesta mucho más trabajo avanzar ahora que lo que me costaba hace diez o quince años. Por ejemplo, con el libro TechGnosis: Myth, Magic & Mysticism in the Age of Information (1998), de Erik Davis, el cual no es necesariamente fácil pero si muy disfrutable, no pude avanzar más allá de la página cuarenta por el esfuerzo que me estaba implicando, algo que hace once años no había experimentado.

Como editor de sitios de Internet me cuesta trabajo condenar las nuevas facetas cognitivas de muestra mente lectora. Diariamente dedico entre seis y diez horas, incluidos fines de semana, a leer contenidos en la pantalla –aunque curiosamente no he abandonado mi ritual nocturno de leer un libro, al menos unas páginas, antes de dormir. En mi caso me ha resultado fácil detectar en mí estos nuevos patrones de lectura, los cuales originalmente me parecían fascinantes pues era evidente el inédito ritmo con el cual iba captando información. Sin embargo, con el tiempo también comencé a cuestionar el doble filo de estos nuevos psico-mecanismos. Además, «favorecer la cantidad y la rapidez, por sobre la profundidad y el procesamiento» me remite a la misma filosofía de la comida rápida o de la producción industrial, que tanta aversión me generan.

En algún sentido somos una especie de generación puente, nos tocó vivir el dramático cambio de la vida offline a la online, y esto implica que tendremos que enfrentar una serie de retos sociales, culturales y psicológicos, particularmente complejos. Por otro lado la maleabilidad y capacidad de adaptación de nuestro cerebro parece infinita. Entonces creo que hay buenas esperanzas de que alcancemos un punto medio entre estas dos tendencias de lectura, o que desarrollemos la agilidad necesaria para cambiar de modo rápido/superficial al modo lento/profundo. Pero para que esto ocurra es indispensable que comencemos por hacer conscientes este tipo de procesos que se generan dentro de nosotros: observar cómo encaramos hoy los textos, observar qué sucede cuando tratamos de abordar una lectura que requiere un acercamiento más ‘tradicional’, y a partir de esto, disponernos a adoptar un «programa mental» que nos facilite ambas experiencias. A fin de cuentas estamos programados para programarnos, así que tampoco tendría por que haber excusas.

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