Folio en blancoNovela

El mejor libro del mundo

Por César Alen.

Siempre ha habido personajes que convertían en categoría todo lo que nombraban, lo que destacaban o admiraban. Personas dotadas de una clarividencia excepcional, una visión anticipatoria, premonitoria. Personajes con una mirada profunda, ecuménica, liberados de prejuicios limitantes, de axiomas apriorísticos.

El famoso filósofo alemán Schopenhauer fue uno de estos personajes. Hombre curioso que se acercó a las doctrinas orientalas, que indagó abiertamente en otras culturas, que no tuvo reparos en ir más allá de las cuatro paredes de las embotadas universidades centroeuropeas y superar los miedos culturales. He ahí su gran originalidad como pensador, la frescura y novedad de sus propuestas.

Pues bien, fue Shopenhauer quien catalogó al Criticón de Baltasar Gracián como: “uno de los mejores libros del mundo”. Aprendió español especialmente para poder leerlo. Goethe  compartió su entusiasmo por el escritor español.

El Criticón se publicó en tres partes: 1651-53 y 57. Se enmarca en la prosa didáctica del Barroco. Es la obra cumbre de Gracián, su cúspide como creador y tiene un lugar de  honor al lado de las otras dos grandiosas creaciones de la literatura española como El Quijote y La Celestina. Una obra largamente elaborada, con brillantes precedentes que ya apuntaban muchos de los temas glosados en el libro. Títulos como El héroe, El político o El Discreto, de cuyos denominaciones podemos inferir  su vocación  didáctica e intención política.

La prosa didáctica disfrutó de mucho éxito en el Barroco, para algunos críticos es una parte fundamental para poder entender  la evolución de la literatura hacia el siglo XVIII y la modernidad. Gracián fue el máximo representante de esta modalidad aurisecular. Una de sus características formales distintivas es el uso agudo y conceptista del lenguaje.

Hay que entender el contexto socio-político y cultural, para encajar ciertas contradicciones, como su temprano ingreso en la Compañía de Jesús. En la conciencia fundamentalmente solo cabían conceptos religiosos, elementos de la más arraigada  tradición. No olvidemos el peso fatídico de la Inquisición, sus artes de persuasión. En todo caso,  el camino del conocimiento seguía siendo la escolástica. De todas formas, Gracián fue constantemente imprecado por la orden, ya que se oponía a que sus textos pasaran la censura. A pesar de su pertenencia a la Compañía de Jesús, solo escribió una obra religiosa: El Comulgatorio. Sus intereses iban más allá de los dogmas. Finalmente con la publicación del Criticón es destituido de su cátedra y expulsado de la Orden, acaba solo y desolado en Tarazona, donde muere en 1658.

La grandeza de Gracián reside en su enorme cultura, su amor por los libros y la obsesión por ensayar un nuevo lenguaje que le permita expresar con originalidad todo ese conocimiento. De esa necesidad imperiosa nace un nuevo estilo que se dio en llamar conceptismo. Las circunstancias lo colocaron en una inmejorable lugar para adquirir esa vasta cultura, al entrar en el círculo intelectual del caballero don Vicencio Juan de Lastanosa. En sus contantes visitas al palacio de Lastanosa, se hace asiduo de la biblioteca, en donde nace su vocación literaria. Se empapa de los clásicos, lee con fruición todo lo que puede: Horacio, Ovidio, Tácito, Séneca, Cicerón, Plinio, Homero, Esopo, también a contemporáneos como Quevedo, Mateo Alemán o Góngora.

Estas lecturas representaron una fuerte influencia en su literatura. Plutarco y Erasmo son dos de los pilares de su pensamiento. De la misma manera, va puliendo su estilo, o complicándolo, porque se vuelve denso, difícil, alejado del laconismo que en cierto modo preconizaba el conceptismo. Utiliza muchas antítesis, paralelismos, juegos de palabras, perífrasis, alusiones constantes. Este estilo ya lo apuntaba en su Agudeza y arte de ingenio. De todos modos intenta repetir los conceptos hasta que toda esa aparente dificultad pueda ser superada y la síntesis quedé al descubierto. Porque no olvidemos que su principal tarea es instruir, construir un modelo, un ejemplo claro lo encontramos en El Héroe, que para Gracián es el hombre de conducta perfecta, completo, individual o en El Discreto, que representa un modelo perfecto de conducta, un ejemplo a seguir. Para ello debe tener gusto, don de mando, buena elección de actividades, debe tener señorío en el hacer y decir, paciencia, ser buen entendedor, diligente y culto. La educación era su obsesión, por eso sus tratados examinan las diversas cualidades del ser humano, así como la formación necesaria para alcanzarlas.

 Estudiosos como Santos Alonso creen que: “Gracián consciente de la decadencia del hombre barroco, pretende crear obras que sean capaces de regenerar la situación de la sociedad española”.

El Criticón es una alegoría con trasfondo moral y filosófico, en el que se mezcla la narración, la sátira social y el tono moralizante. Es un viaje a través de las distintas etapas de la vida. Aquí Gracián alcanza la madurez como escritor. Los títulos de los capítulos son muy explícitos, la primera parte: “En la primavera de la niñez y el estío de la juventud”. En él  cuenta el naufragio  del ;protagonista Critilo, en la isla de Santa Elena y su encuentro con el joven Andremio, nacido en la selva y criado con los animales salvajes. El escritor español planteaba de forma metafórica la disquisición entre la bondad natural  del hombre, pervertido por los avatares de la vida, es decir una lucha entre la intuición representada por Andremio, y la razón encarnada en Critilo ( principio del mito del “buen salvaje”, esbozado por Montaigne y más tarde por Rousseau). En este viaje  aparecen personajes simbólicos en “la feria del mundo” como Falsirena, adalid del engaño y la falsedad. Sigue con la segunda parte: “El otoño de la varonil edad”, donde los personajes continúan peregrinando hasta llegar a la casa Salastano (en clara referencia al palacio de Lastanosa). En Francia son detenidos en la cárcel de oro, a manos del interés. En la tercera parte: “En el invierno de la vejez”,  van al palacio de “Vejecia”. Para combatir los horrores que allí ven, Andremio es seducido por la “embriaguez”. En Roma les informan de que Felisinda, su amada, está en el cielo. Pretenden dormir en el mesón de la vida, pero un pasajero los avisa de los ocultos sótanos de la muerte. Por fin “El inmortal” lo libra de la muerte y los traslada a la isla de la inmortalidad, donde “el mérito” los introduce en la mansión de la Eternidad.

En toda esta trama subyace el pesimismo, un pesimismo filosófico, no demasiado enfático, sino más bien una dulce nostalgia esperanzada de algo mejor, de la superación a través de los méritos, la posibilidad de  redención.

Hay que destacar el juego de perspectivismo como un rasgo de estilo. Este juego le permite afrontar diferentes vertientes de la realidad mezcladas con la trama alegórica. Un gran estudioso de esta obra fue Lázaro Carreter, que veía una definitiva influencia de la Odisea de Homero:  “la obra se podría decir que es una epopeya grandiosa que alecciona a los hombres para que encuentren el camino de la verdad, de la inmortalidad”. Escribe con total libertad, sin cortapisas históricas, sino que utiliza la fantasía, las peripecias en una trama que fusiona el diálogo filosófico, la sátira, las aventuras. Un compendio de vida, de vida compleja e inabarcable, como diría Mateo Alemán: “una atalaya de la vida humana”.

Un libro que nos plantea  un escenario en donde se dibujan las implacables circunstancias de la vida humana. Estas circunstancias nos llevan irremisiblemente hacia el desengaño, hacia el pesimismo. A pesar de la mirada inocente de Andremio, que guiado por su instinto y carente de cualquier tipo de racionalidad, se encuentran con los engaños, los robos, la hipocresía, las mentiras, el odio. Ese es el sustrato en que germinaron muchas de las filosofías europeas, de marcado carácter existencialista. Pero fue Gracián el primero en ponerlas en liza, el primero en incorporarlas  en un argumento novelesco. Gran parte de los filósofos posteriores bebieron de esas fuentes, con resultados desiguales, pero con esa misma materia intelectual como premisa.

En este caso Gracián como buen representante del didactismo no deja que caigamos en el pozo de la desesperación e intenta aportar soluciones, pautas que nos liberen de esa perversa rueda endogámica de la existencia.  Aquí, la brújula de marear pasa por  una moral acomodaticia,  la necesidad imperiosa de vivir, de seguir viviendo, de encontrar un sentido. El autor nos propone una serie de fórmulas, que casi siempre pasan por adentrarnos en el arte y la cultura, en la búsqueda del conocimiento. Pero no voy a ser yo quien desvele sus secretos. Shopenhauer, Goethe y Nietzsche lo hicieron en su momento y su vida no volvió a ser la misma.

2 thoughts on “El mejor libro del mundo

  • Gran reflexion y un trabajo extraordinario

    Respuesta
  • Me interesa descubrir estos aspectos ocultos de la literatura y sus curiosidades.

    Respuesta

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *