No eres nadie hasta que te disparan
No eres nadie hasta que te disparan
Rafael Soler
(2016) Madrid
Ediciones Vitruvio
Por José M. Prieto (catedrático de universidad, UCM, Madrid)
El crimen pluscuamperfecto es el que enhebra Rafael Soler en este libro de poemas, sí poemas que detallan cómo “un recuerdo puede matarte más deprisa que una bala” (p.58).
¿Está algo o muy facineroso el poeta? De entrada no nos cuenta su vida, no se confiesa y tampoco se mira, ni por señas, el ombligo. ¿Acaso es un poeta que no es un quejica? En efecto “todo recuerdo tiene el tamaño que merece/…/el consuelo de ayer/no puede vivir sino apocándose” (p.58). Entre líneas el protagonista es un teléfono. Ése es el móvil. ¿Se puede tal vez, quizá, asesinar por teléfono?
Delante de sus pestañas tiene el lector un poemario que rebosa trama, que cuenta un argumento y tres son los personajes que ordenan y consiguen lo que pretenden por encargo. Y hay una víctima que tiene su Abel que es (solo el pulgar sabe muy bien por qué) Caín. Cainita es la tramoya tejida por una dama que se llama Elvira y ha escrito, eso dice, un cuaderno.
¿Por un casual está rindiendo pleitesía al poeta José de Espronceda el poeta Rafael Soler? Efectos retóricos afines hay unos cuantos. ¿Es, por fortuna, el pupilo de aquel que fue El estudiante de Salamanca? Al menos hay indicios pues sabe mucho y bien de las secuelas que traen, de aperitivo, las quejas de amor (“eran batallas cortas/…/trifulcas inguinales/ que al empezar terminan/ de vuelta cada uno a su pijama” p. 19), y de postre, la locura de la heroína, “mi falda es hoy un marcapasos” (p. 20) así que “pon en mi boca/ tu lengua salgari adelantada” p. 15).
Entre plato y plato impresionante la ronda espectral en el cuaderno de Martin, la segunda sección de este poemario: “de tiza mi contorno en la moqueta/ de luto los títulos de crédito/…/de estreno tú/ mi muy querida ausente viuda negra” (p.43).
A la hora del brindis no puede faltar la visión del propio entierro pues “hay autopsias que empiezan bien muy bien o regular/ pero todas terminan con hilos de sutura” (p. 51). Pasado el mal cariz “se hacen portes a buen precio/”. No hay mucho que elegir “un muerto cabal acepta su destino/ apenas se permite ensoñaciones necrológicas, y algún gesto interior protocolario/ al estrenar su funda” (p. 48). .
En “el Reino de los Leves” (p. 95) transformada en esqueleto la viuda pues “no es lo mismo morir a que te mueran/ entiéndelo/ cuando estrenas con un frasco de colonia/ tu propósito de enmienda/…/niña swaroski/… risa carmín boca maleva” (p. 62).
¿O se trata, a pecho descubierto de un homenaje a Amadeus Mozart? En las afueras de Sevilla, en el cuadro segundo, es doña Elvira quien canta y rechina porque ha sido abandonada por su amante. Don Giovanni ha vuelto a flirtear con ella y con sobredosis de amor propio la pica hasta el asta a vengarse. “Muy corta de pensión/ la mosca que soñó con ser marquesa/ celebrity quizás/ aprieta el paso…/ rico azúcar en roja comisura” (p. 96).
Rafael Soler es experto en el arte de expresarse con frases incompletas que se arrejuntan (muy propias de la poesía), esas que sacan de quicio a los lectores de novelas, las mismas que sitúan en la inopia a los asiduos devoradores de ensayos. Tienen el hábito de yacer en camas separadas las frases que cohabitan con cordura en un párrafo. Ahora bien, atina Rafael al sacramentarlas en el enlace conyugal entre dos sujetos que siguen a los verbos y a sus complementos a cuatro pies: “había dos mitades/ dos formas de pensar que fuimos uno” (p. 113).
También es diestro en el afán de trapichear, con el mero título del poema, con el morbo del lector, hacerle tragar, dejarse querer “ponte de espaldas, cariño” (p. 21). Si estás de buen ver “nunca abofetees a un tipo que masca tabaco” (p. 55). Si por ventura te descalzas “dijo ahora qué el huérfano zapato (p.99). Si se pone pesado e insiste en adelantar el alba “usted necesita dormir, usted necesita dormir” (p. 110). Porque se exhibe basculante el señorito “después de tu final el mío” (p. 112), y si, sin aliento, consigue colmar el cenicero “happy hour en el salón de nadie” (p. 113).
Trasparentes las querencias de Soler en sus versos. Con endecasílabos y alejandrinos marca la pauta y fija el ritmo de la cadencia lírica; arrastra al lector hasta donde la vuelta y media obsequia un no va más. Domina el arte mayor. No se queda ahí, sus pases los da, a contrapié, con heptasílabos, sus preferidos, la corta distancia. En dos palabras poco más, sorpresa, énfasis, a veces, con una sílaba de más, no se pasa, nacieron octosílabos. Domeña la métrica poética y sus reglas. A sabiendas tiene oído pues a sabiendas está al tanto: abundan más bien las orejas en el auditorio.
La presentación del libro tuvo lugar en la Asociación de la Prensa de Madrid y se hizo escuchar, hubo lleno, no solo ahí, en varias ciudades españolas en que anocheció. Los aplausos fueron su nana.
No solo en el seno de un poema juega con las reiteraciones: a lo ancho del libro hay versos que se repiten, que son el enlace que da continuidad a los escenarios, a los personajes. “Se abre el telón/ aparece usted/ desaparezco yo/ ¿cómo se llama la película?” es un poema que marca un punto y aparte en la sección tres del libro (p. 83) y se vislumbra de nuevo, recortado en dos versos, en la p. 108.
“Cada Caín tiene su Abel y viceversa” es un verso en esa misma página y el título que fue de un poema en la p. 33. Son recordatorios, “cada uno con su código de barras” en las p. 91 y 103. Son jugarretas ensayadas porque hace algún tiempo que es malabarista de los dobles sentidos.
“Asomado a un instante que no es el tuyo” es el poema que cierra el libro y tú es el pronombre protagonista reincidente en, al menos, quince poesías interactivas. No son muy dados al tuteo los poetas que son jeremías. En este libro Soler asume que es “el grillo que nació para testigo” (p. 91).
Confidente es el usted, deferente emerge cortés en varios poemas, “cada quien a brazado a su esternón/…/ cada uno con su historia interrumpida” (p. 103). Le toca al lector seguir la pista en el libro abierto “por dar a nuestro amor su merecido” (p. 57).
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