"El simpatizante"
El simpatizante
Viet Thanh Nguyen
Traductor: Javier Calvo Perales
Seix Barral
Barcelona, 2017
480 páginas
PREMIO PULITZER DE FICCIÓN 2016
Una brillante novela de espías, un thriller político que ofrece un punto de vista inédito de la guerra de Vietnam.
Abril de 1975, Saigón está sumida en el caos. Desde su mansión, el general del ejército de Vietnam del Sur bebe whisky norteamericano mientras los disparos suenan cada vez más cerca y, con la ayuda de un capitán de su máxima confianza, prepara una lista con los nombres de aquellos que recibirán un billete para los últimos aviones que salen del país. El general y sus compatriotas en breve comenzarán una nueva vida en Los Ángeles sin sospechar que uno de ellos, el capitán, observará en secreto e informará sobre las actividades del grupo a un superior del Viet Cong.
En esta extraordinaria novela, Viet Thanh Nguyen nos introduce en la mente de este agente doble, un hombre cuyos nobles ideales le exigirán que traicione a su gente más cercana. Una novela de espías que atrapa al lector, una audaz exploración del extremismo político y una conmovedora historia de amor. El simpatizante recorre una vida entre dos mundos y analiza el legado de la guerra de Vietnam en la literatura y el cine, así como las guerras que emprendemos en el presente.
Soy un espía, un agente infiltrado, un topo, un hombre con dos caras. Previsiblemente, quizá, también tengo dos mentes. No digo que sea ningún mutante incomprendido salido de un cómic ni de una película de terror, aunque hay quien me ha tratado como si lo fuera. Simplemente soy capaz de ver cualquier cuestión desde ambos lados. A veces me digo en tono elogioso que esto es un don, y aunque es cierto que se trata de un don menor, también es quizá el único que poseo. En otras ocasiones, cuando reflexiono sobre el hecho de que no puedo evitar observar el mundo de esa forma, me pregunto si acaso esto que tengo debería llamarse don. A fin de cuentas, un don es algo que usas, no algo que te usa a ti. El don que no puedes dejar de usar, el que simplemente te posee, en realidad es un peligro, debo confesarlo. Pero durante el mes en que sitúo el inicio de esta confesión, mi forma de ver el mundo todavía parecía más una virtud que un peligro, que es lo que parecen de entrada todas las virtudes. El mes en cuestión era abril, el mes más cruel. Fue el mes en que una guerra que llevaba librándose mucho tiempo perdió sus extremidades, como sucede siempre con las guerras. Fue un mes que lo significó todo para la población de nuestro pequeño rincón del mundo y nada para la mayoría de la gente del resto del planeta. Fue un mes que supuso al mismo tiempo el final de una guerra y el principio de…, bueno, paz no es la palabra apropiada, ¿verdad que no, querido Comandante? Fue un mes durante el cual me dediqué a esperar el final tras los muros de la mansión donde había vivido los cinco años anteriores, unos muros engalanados con esquirlas de cristal marrón y coronados de alambre de púas oxidado. Yo tenía habitación propia en la mansión, igual que la tengo en este campo de internamiento, Comandante. Por supuesto, el término apropiado para designar mi habitación actual es celda de aislamiento, y en vez de una gobernanta que viene a limpiar todos los días, usted me ha suministrado un guardia con cara de niño que no limpia nunca. Pero no me quejo. La intimidad, y no la limpieza, es mi único requisito previo para escribir esta confesión.
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