Cuentos suspensivos, de Antonio Parra Sanz
Por Pedro Pujante.
Quienes hayan leído algún libro de Antonio Parra Sanz, cartagenero de Madrid, profesor y crítico literario, no se sorprenderán al comprobar que su prosa es como un estilete afilado que hiende las historias y las moldea a su gusto. Eficaz, ágil y preciso, Parra Sanz sabe economizar las palabras para, sin perder un ápice de belleza, contar una historia. Historias redondas que nos sumergen en distintos planos de nuestra realidad. En “La tormenta”, nos cuenta las peripecias de un heredero que viaja a un pueblo del norte de España para ser víctima y testigo de una superstición oscura. Parra Sanz nos traslada esta leyenda con tal desparpajo que no sabemos si temblar o reírnos, si la historia es un relato fantástico o un fragmento cotidiano, recortado por las casualidades y el destino. En “Ite Missa Est”, título con reminiscencias rubendarianas, el texto más experimental del libro, un coro de voces yuxtapuestas nos da cuenta de la realidad, los rencores, los deseos y las leves batallas de un grupo de parroquianos –clero, políticos, empresarios– que bien podrían servir para representar nuestra sociedad al completo. Monólogos interiores en el transcurso de una misa que radiografían el exterior de nuestra España.
“El sueño de Tántalo” es un relato negro. Cuenta la última batalla de un perdedor, la del boxeador Arturo, quien no ha tirado la toalla de la vida aún, enamorado de una belleza rusa de prepago. La derrota, los deseos incumplidos y las segundas oportunidades son los ejes de esta historia de superación y supervivencia existencial, que tampoco renuncia a esa vitriólica mirada del autor, tan ágil en mostrar las miserias humanas.
En “El holandés errante” rescribe la vieja leyenda, pero filtrada por la ironía y el cinismo, haciendo que la última frase dé un giro y el sentido final al relato.
Hay en estos cuentos un cierto aroma a las literaturas del Boom. Al paladeo impúdico de las frases que recuerda algunos cuentos de García Márquez, a los personajes melancólicos y fracturados de Cortázar, a las ambiguas lecturas, que oscilan entre lo maravilloso y lo cotidiano de aquella generación del Boom. A veces, su fabulación se concentra en la propia vida del autor, como ocurre en “Los viernes a última”, un cuento de misterio y literatura. También algún guiño al cine, como sucede en “Delicatessen”, una comedia negra que parece extraída de una antología de Roald Dahl (final-revolcón incluido). Aunque debo reconocer que mi favorito es “Inevitables golosas”, un cuento en el que lo fantástico, lo grotesco y lo humorístico expanden las fronteras de su lectura. Es divertido, como lo podría ser una fábula kafkiana, es inusual e imprevisible, como una obra de Ionesco.
En general, y a pesar de la disparidad de argumentos y planteamientos, todas las historias están caracterizadas por escenarios reconocibles, contemporáneos. Los personajes son gente aparentemente normal que se ve abocada a sufrir las vicisitudes que la cotidianidad les depara. Pero nada es lo que parece en estos breves catálogos de ficción, y su lectura deparará más de una sorpresa.
Al final, hay una colección de microrrelatos, en los que en pocas líneas, con precisión y solvencia, se condensa una mueca, una fantasía, un argumento germinal.
Parra Sanz se muestra en un estado de plenitud literaria, equilibrado. Escribe lo que quiere escribir, sin renunciar a un estilo maduro y sin estridencias. Ha conseguido una voz propia que engancha, que se disfruta y que consigue mantener no solo el interés sino también el placer de la lectura.