Viajes y libros

'Por orden de desaparición', de David Torres

Por Ricardo Martínez Llorca
@rimllorca
Un viaje por las personas que más han entusiasmado a David Torres, una geografía de filias que merece, y mucho, leerse.

Por orden de desaparición

David Torres

Obra gráfica de  Javier Gella

Sloper
Palma de Mallorca, 2017
354 páginas
 

Con este libro, David Torres (Madrid, 1966) celebra la mayoría de edad. Hace dieciocho años que se publicó su primera obra, Nanga Parbat, ganadora de la primera edición del Premio Desnivel. Ha pasado mucha agua por debajo del puente en estos años, muchísima. De hecho, al leer estos breves perfiles, uno se da cuenta de que aquella novela era un ejercicio de estilo en el que lo lírico cojeaba por metáforas repetidas y la imaginación por intentar abarcar el cielo que, como dice David Torres, poniéndolo en boca de Pedro Reyes, es infinito y estrecho. O al menos lo fue en ese momento. Desde entonces, el tiempo dedicado a la literatura ha sabido aprovecharlo. Sus novelas son más consistentes. Pero, sobre todo, se ha visto obligado a ejercitarse en la distancia corta, por imperativo monetario, y de esa presión han salido unos textos en los que lo que era truco, se ha transformado en estilo.

El volumen recopila las filias de David, aunque también alguna fobia, pues es difícil comprender que entre tanto esteta figure Patton, un general caracterizado por su instinto de victoria, es decir, por saber cómo matar más enemigos. Excepto este caso, y algunos arranques violentos de algún músico, por ejemplo, o autistas de algún escritor, los demás son tipos sensibles, o David Torres da por supuesto que deberían serlo, pues los perfiles demuestran sensibilidad incluso en los suicidios. Decimos perfiles, cuando se trata de obituarios, por no decir de necrologías. Excepto en un par de casos, Torres no ha conocido ni entrevistado personalmente a la persona, pero si escribe sobre ella es porque ha fallecido o porque se cumplen tantos años, un número redondo, desde su fallecimiento. Pero el diálogo con el escritor, con el músico, con el físico nuclear, con el actor, con el director de cine, con el alpinista es una celebración de la vida, no una melancolía por su ausencia. El mundo es mejor porque ellos han existido, no más feo desde su desaparición. Aunque, bien es cierto, que a todos nos gustaría que John Ford siguiera dirigiendo películas o que Borges, de quien bebe, y mucho, David Torres, tenga una obra que ya hemos leído más de una vez. Nombramos a Borges, pero se nos ocurre también Marcel Schwob. La diferencia es que mientras en uno y otro algo de la enciclopedia se incrusta en la ficción, en estos textos todo es real. O al menos las anécdotas son leyenda, lo que quiere decir que se han hecho realidad. Al homenajear a Groucho Marx se menciona el célebre epitafio ‘Perdone que no me levante’; tal epitafio es leyenda. Pero es real, porque a nadie más que a él se le ocurriría una disculpa tal para grabarla en su lápida.

David Torres coge el toro por los cuernos nada más empezar el perfil, pero aguarda unas pocas líneas antes de soltar el momento en que la personalidad de Sibelius o de Buñuel se desatan, se manifiestan. Consigue mantener el pulso, de modo que no nos cansemos, acertando siempre con el tono y las metáforas, porque escribir es cuestión de oído, hasta que intenta llegar a un final deslumbrante. Sin embargo, donde nos ha sorprendido ha sido antes de esa última frase, que deja a modo de recuerdo, a modo de cariño. Por ejemplo: en el perfil de Marilyn Monroe termina apelando a nuestro deseo, el de los hombres, no el de las mujeres, representado en forma de sueño, y por tanto toma como referencia el mito de Orfeo y Eurídice. Es cierto que todos soñamos con protagonizar la película del mito, en la que nosotros tendríamos el papel de Orfeo, en tanto que Monroe es la Eurídice más universal de los sueños. Pero el golpe bajo nos lo ha pegado antes, cuando tras referir la infancia sexualmente violenta que sufrió Norma Jean Baker, asegura que no aprendió que el amor no se hace en defensa propia. En cualquier caso, Norma Jean Baker, como aseguraba Billy Wilder, era la actriz con más talento de la historia: si conseguía tanta presencia presentándose en los rodajes con resaca y sin haberse leído el guion, lo que hubiera conseguido de consagrarse a su oficio. Pero no es del mérito de lo que nos habla David Torres en los perfiles, es del talento. Ese es el eje sobre el que orbita su entusiasmo.

http://tanaltoelsilencio.blogspot.com.es/

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