Furiosa Escandinavia: montaje fascinante para un texto misterioso
Por Horacio Otheguy Riveira
Cuatro personajes, acaso sólo dos, quizás solamente uno que inventa y se recrea… Furiosa Escandinavia cuenta con una imaginería cinematográfica que nunca se despega del teatro, con buena herencia del teatro-circo en la plasmación de varias escenas simultáneas que proyectan las ilusiones mágicas, los deseos sexuales, las frustraciones de infancia en el centro del mundo adulto, la musicalidad de los silencios, la decepción de los amores perdidos, los encuentros efímeros con el humor que torna cómico el drama de la soledad en compañía…
Universo propio de riguroso misterio en un autor que nada a contracorriente de sí mismo, de su caudal literario (homenaje a Marcel Proust e indagación sobre el lenguaje escénico), creando situaciones de gran interés dentro del campo del poema dramático: palabras que necesitan a sus personajes y éstos que deambulan entre las pequeñas torpezas del día a día y los vaivenes filosóficos con afán de trascendencia.
Furiosa Escandinavia, de Antonio Rojano, es un texto que necesita la participación intelectual del espectador para completarse en su afanosa búsqueda de motivaciones y sólidos abrazos: sus manos tendidas reclaman una correspondencia tan reflexiva como carnal, así la buscan los dos hombres y las dos mujeres de su propuesta: sexo y sentimientos en un recorrido de original sensualidad, entre el miedo y la libertad plena.
La puesta en escena dirigida por Víctor Velasco cuenta con un equipo excepcional de creadores en el sonido, la música, la escenografía y la iluminación, entre todos componen un paisaje que logra fascinar en todo momento, y este estado de encantamiento termina por devorar el texto, dando a veces la sensación de que la concepción del director va por un lado y el contenido por otro.
Experiencia muy interesante que ha de cerrarse en la imaginación de espectadores generosos que salen de la sala con una intimidad que divierte y duele, desnudos sus protagonistas al comienzo y al final, dos maneras de presentarse ante sí mismos y ante la mirada ajena, desnudos en penumbras al principio, a toda luz al final, dispuestos a volver a empezar en su lucha constante por desafiar la presión de la memoria, la vulgaridad de la vida cotidiana cuando se queda huérfana de energía.
Cuatro personajes, acaso sólo dos, quizás solamente uno que inventa y se recrea… Furiosa Escandinavia cuenta con una imaginería cinematográfica que nunca se despega del teatro, con buena herencia del teatro-circo en la plasmación de varias escenas simultáneas que proyectan las ilusiones mágicas, los deseos sexuales, las frustraciones de infancia en el centro del mundo adulto, la musicalidad de los silencios, la decepción de los amores perdidos, los encuentros efímeros con el humor que torna cómico el drama de la soledad en compañía…
Muchos son los elementos puestos en juego por Antonio Rojano, quien rinde homenaje a Proust, pero sobre todo indaga en profundas raíces contemporáneas:
Toda huida hacia el exterior, aunque nos arrastre a los límites del lejano norte, se convierte en una huida hacia el interior, transformándose en una mirada que se inclina sobre nosotros mismos, sobre nuestras heridas, sobre el pasado que dejamos atrás. Una mirada que afila el dolor de nuestras derrotas y que emborrona los olvidos, pero que recoge también las necesarias ficciones que hemos inventado para ocultar el vacío de la existencia. Quizá sólo con esos ojos, a través de la luminosa mirada de la creación, aún sepamos sobrevivirnos
Antonio Rojano y el director Víctor Velasco vivieron una experiencia absolutamente opuesta en la pasada temporada: Dios K, un montaje de completa austeridad, basado en la palabra y el trabajo de sus fabulosos intérpretes: Mona Martínez y Alberto Jiménez. No menos fabulosos son los cuatro que aquí participan, pero lo cierto es que echo de menos una buena dosis de aquel concepto austero, ya que la fascinación que provoca esta puesta «excesiva» no permite disfrutar plenamente de la composición de personajes y situaciones embarcados en un texto que de este modo se escabulle demasiado a menudo.
No obstante, el resultado es atractivo y digno de valioso debate. Resulta evidente el sobresfuerzo del campo técnico para lograr la envolvente riqueza audiovisual de una Furiosa Escandinavia que cuenta con cuatro dúctiles intérpretes que se deslizan con rapidez y buen ritmo por los extraños vaivenes de sus escenas. Francesco Carril, también asistente de dirección y director en otras funciones, es un actor con una capacidad humorística que destacó notablemente en la última versión de la CNTC de El alcalde de Zalamea dirigido por Helena Pimenta. Ahora también conjuga con éxito su comicidad bufonesca, pero atravesada por una desesperación de la que logra liberarse en una larga escena final que confirma la garra definitiva del texto: metafísica, cotidianidad, poética literaria, poética a ras de suelo, la piel desnuda, la voz alzada, los gestos mudos…
Por un lado, como ser humano, pienso que nos enfrentamos a un tiempo histórico emergente, a una época por-venir que espera, imagen de una anquilosada sociedad que se resiste a caer frente a diversos movimientos sociales que irrumpen con fuerza. Por otro lado, como autor, si entendemos que vivimos en una nueva realidad, compleja en cuanto a sus manifestaciones, también estoy obligado a buscar correspondencias en el modo en que construyo historias a partir de ella. Como escribía Chéjov en boca de Tréplev, para cada tiempo “necesitamos nuevas formas”… (Antonio Rojano).
Texto escrito gracias a una de las «Ayudas a Investigadores, Innovadores y Creadores Culturales» de la Fundación BBVA en su convocatoria de 2014.
PREMIO LOPE DE VEGA 2016
Director: Víctor Velasco
Ayudante de dirección: Óscar Nieto
Intérpretes: Sandra Arpa, Irene Ruiz, David Fernández ‘Fabu’, Francesco Carril
Escenografía: Alejandro Andújar
Vestuario: Ana Rodrigo
Música y espacio sonoro: Luis Miguel Cobo
Iluminadora: Lola Barroso
Video: Bruno Praena
Empresa colaboradora Le Creuset.
Una producción del Teatro Español
ENCUENTRO CON EL PÚBLICO: jueves 23 de marzo de 2017.
Teatro Español. Sala Margarita Xirgu. Del 9 de marzo al 16 de abril de 2017.
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Reconozco que he tardado más de lo habitual en ponerme a escribir sobre esta función tan sorprendente y desconcertante como ese paisaje en blanco que contemplan dos personajes que nos dan la espalda inmersos en sus propios pensamientos, quizás recuerdos. El porqué de la tardanza, intuyo, es que el texto de Antonio Rojano a través de su traslación a la escena de Víctor Velasco es de los que dejan poso. Poso de sensaciones, más que de certezas que se tienen que asentar sin prisas más allá de lo vivido dentro del teatro. Volveremos sobre ello.
Premio Lope de Vega 2016. Prestigioso galardón instituido por el Ayuntamiento de Madrid desde 1935 que como el río guadiana aparece y desaparece según los vientos de la historia, queda en blanco 16 años, lo ganan nombres tan relevantes como Buero Vallejo o Fernán Gomez…, o simplemente no se estrenan a los premiados vaya usted a saber porqué razones, casi siempre ajenas al arte. Esta nueva administración cultural madrileña lo recupera y acierta de pleno.
Afirma Rojano que no pretende que su texto «se entienda sino que se sienta». Lo consigue. El puzzle que compone el autor, requiere de un espectador que olvide la razón y mire con el corazón como propugnaba Saint Exupery en «El Principito». El espacio y el tiempo se funden en una evocación de aromas proustsianos que a falta de olores son sustituidos por una puesta en escena valiente, arriesgada e inteligente de Victor Velasco donde la música de Luis Miguel Cobo y la iluminación de Lola Barroso son esenciales.
El amor, el desamor, los recuerdos, lo real, lo inventado, el dolor, los miedos, la amistad…. surgen en un collage onírico donde los personajes principales desnudan sus cuerpos y su almas y nos permiten que ejerzamos de voyeurs a través de esa «ventana indiscreta» efectiva y efectista que ha creado Alejandro Andujar.
Los actores y actrices lo dan todo en la variada gama de recursos que habilitan con un sólido trabajo grupal donde para variar y a mi subjetivo juicio, los hombres ganan la partida.
Velasco ha cogido «el toro por los cuernos» y ha profundizado aún más en el aspecto onírico del texto sublimándolo. La presencia casi imperceptible del espacio sonoro creado por Cobo penetra en nuestro inconsciente de forma tan bella y sutil como esa luz que baña de sensaciones todo el conjunto, siendo acompañante, cómplice y protagonista al mismo tiempo en un alarde no solo artístico sino técnico de Lola Barroso dada la complejidad del espacio escénico.
Que lo disfruten, o mejor dicho que lo sientan.
Muchas gracias por escoger esta área para tu comentario, complementario del mío, muy interesante, minucioso. Otra manera de mantener una conversación saludable con otros espectadores/lectores.