Doña Clara (2016), de Kleber Mendonça Filho

 
Por Miguel Martín Maestro.

La carcoma corroe y apenas se percibe hasta que su resultado es irreparable. La carcoma personal puede extenderse afectando a otros individuos, pero sus efectos son limitados. Cuando la carcoma surge del sistema político y financiero, las larvas se reproducen rápidamente. Al olor del dinero no hay ley ni moral que se resista, poco a poco la carcoma se introduce en los ciudadanos anónimos que, con alegría y sin conciencia común, participan del sistema por más que éste dé señales repetidamente de su colapso. Esa carcoma es tan poderosa que condiciona gobiernos, políticas, inversiones, gastos, sobrecostes, ceses, tribunales, es una carcoma inatacable porque por un resistente que saca la cabeza, surgen nuevos reservorios de donde obtener suplentes acaparadores de la riqueza o que la sirven. Muy pocos están dispuestos a enfrentarse a la carcoma y a la carroña generada por ella, la doña Clara del título es una de esas pocas personas a las que el dinero no le supone la felicidad. No es Doña Clara un cine militante y expresamente político, las razones por las que cada uno decide oponerse al sentir mayoritario, anticipar la lucha contra la carcoma antes que la ceguera de la mayoría se revierta, pueden surgir desde lo más íntimo y personal, desde la pura subjetividad ausente de compromiso social. De todas formas es un inicio, una forma de decir no, de poner coto al poderoso.

El título dado en español incide en la principal virtud y, al tiempo, el gran defecto de la película brasileña Aquarius, la apabullante, excesiva, acaparadora, brillante, sobreactuada, exhibicionista, motivada, combativa, repetitiva… presencia de Sonia Braga en la segunda película del director brasileño, una actriz que absorbe toda la energía de la película, para devolverla duplicada en ocasiones, mientras en otras la acapara y reduce la importancia de la propuesta, asumiendo un exceso de exposición innecesario. Equiparar Aquarius con Doña Clara, el personaje que interpreta Sonia Braga, es injusto y demasiado simple. Que la película se construye sobre el personaje como eje central es indiscutible, pero ese personaje, por sí solo, ni justifica ni explica las ramificaciones de la historia, que las tiene, aunque sufra enormemente la sujeción y dependencia del relato a la figura de la actriz.

Película donde todo se expande, incluida su duración, pero es precisamente en su exceso donde consigue su equilibrio. Lo que se cuenta podría haberse hecho fácilmente en menos tiempo, pero, a la vez, es esa prolongación de las situaciones la que permite apreciar la anacronía del personaje en un mundo que se mueve por otros parámetros. Un mundo digitalizado que para Clara se mantiene fuera de las paredes de su casa, arropada por sus discos de vinilo, sus libros, sus cuadros, sus estudios. El mundo de Clara es un mundo creado a partir de la acumulación de intangibles, riquezas culturales aprehendidas a lo largo de los años, y riquezas sentimentales imposibles de reponer en otro espacio. La resistencia de Clara a vender su piso no es tanto por negarse a que ese edificio integrado en el litoral de Recife sea sustituido por una megaurbanización que acoja a las nuevas élites financieras del “milagro brasileño”, sino que su negativa es una forma de reivindicar su propio pasado, el edificio y el piso en el que ha vivido y crecido (evocador y sobresaliente prólogo con la fiesta de cumpleaños que da preámbulo a una transición  de más de 30 años), en el que se ha amado (la escena de la cómoda), en el que se ha sufrido… donde persisten recuerdos propios, pero también de las generaciones anteriores, es una resistencia pasiva para no morir antes de tiempo, para mantener sus recuerdos en el lugar que los ha generado; no dejándose vencer por una oferta millonaria acompañada de los chantajes que se pueden imaginar contra la última habitante de un edificio.

Película absurdamente “censurada” por el gobierno brasileño actual, absurdo salvo que se vean muy bien representados en las imágenes, que esa corrupción que carcome les salpique de tal manera que entiendan la historia como un reflejo del día a día de la nación y de ellos mismos, en la que su desarrollo fluido, su morosidad tropical a ritmo de músicas que forman parte de la historia emocional del personaje principal, que también es la historia de su país, permite a Clara interactuar en muchos tránsitos del que la trama de corrupción y nula calidad política no deja de ser accesoria. Hay un núcleo familiar que impregna sobremanera la narración, un elemento personal de lucha contra la enfermedad que te obliga a desprenderte de una parte de ti para mejorar y superar el trance, un conflicto generacional donde los hijos se rebelan por propio egoísmo, no respetando las decisiones que sólo corresponden a la madre, hay un mensaje de tolerancia hacia la homosexualidad sin estridencias ni discursos encendidos llenos de lugares comunes, hay una sustitución de afectos hacia quien actúa desinteresadamente frente a quien sólo muestra cálculos económicos de futuro, hay una esperanza en la prensa como elemento de control, y hay un giro final quizás demasiado “de película” que concluye con una escena muy del cine político italiano de los 70, y que deja abierta la conclusión, porque sabemos que la lucha contra el poder siempre suele terminar con la derrota de los primeros que se atreven a cuestionarlo.

Estructurada en tres partes, El pelo de Clara, El amor de Clara y El cáncer de Clara, lo importante es el relato del día a día, lo que forma y caracteriza a una mujer que ha luchado toda su vida por aquello en lo que ha creído, lo que ha amado, lo que le ha gustado. Rebelde a la hora de tener que aceptar imposiciones, renunciar a “Aquarius” es negarse a sí misma, negar su pasado y prohibirse un futuro que estará lleno de remordimientos si se termina cediendo a la presión y al chantaje. Clara es el ejemplo de cómo nos comportamos la inmensa mayoría, cediendo antes de que se nos exija, participando de una rueda de consumo que sólo favorece a los de siempre, aplacados nuestros ánimos mientras las migajas del sistema se reparten para hacernos creer que participamos del mismo. En el momento en que alguien se rebela contra el diseño, el sistema tiende a destruirlo, no porque considere peligrosa una negativa, ni insoportable por el coste, sino porque un ejemplo puede dar lugar a más, y en esa infección sí que existe riesgo, el riesgo de que nos demos cuenta de que nunca se consiguieron derechos sin lucha, y que nunca se han mantenido los que tenemos, o teníamos, sin permanecer vigilantes y activos. Derecho que se pierde, es derecho que se tarda mucho en recuperar. El problema es que Doña Clara sólo hay una y, a veces, algún cómplice de su lucha; pero corporaciones y gobiernos hay muchos más, y sicarios voluntarios de estos una inmensa mayoría, normalmente por omisión.

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