Vittoria Colonna, poesía y humanismo en el Renacimiento italiano
Por Pilar Martínez Manzanares. @pilar_manza
Florencia, la ciudad dónde tuvo desarrollo uno de los movimientos culturales más importantes de la historia, el Renacimiento. Sus principales exponentes se hallan en el campo de las artes, aunque también se produjo una renovación en las ciencias, tanto naturales como humanas. Dicho movimiento cubrió con su manto a autoras tan importancias como Vittoria Colonna.
Hija de Fabrizio Colonna, de la noble familia romana de los Colonna, y de Agnese di Montefeltro, descendiente de la familia ducal de Urbino. Los Colonna, aliados de la familia Dávalos, concertaron el matrimonio de Vittoria con Francisco Fernando de Ávalos, noble napolitano de origen español, cuando era todavía una niña. Vittoria y Francesco se casaron el 27 de diciembre de 1509 en Ischia, en el Castillo Aragonés. La poetisa recibió una a lo largo de su infancia y juventud refinada educación humanística que haría de ella una joven con un gran formación y dotes para el canto. Además, Vittoria era apasionada del laúd y escribía bellos poemas. Incluso al final de sus días llegó a componer varias piezas musicales que no se han conservado.
La poetisa cayó en depresión llegando incluso a pensar en el suicidio, pero la superó con la ayuda de sus amigos. Durante esta época escribió sus Rimas espirituales. Tomó la decisión de retirarse a un convento en Roma, e hizo amistad con varios eclesiásticos que trataban de impulsar una corriente reformista dentro de la Iglesia Católica, entre los cuales se encontraba el español Juan de Valdés.
Volvió a Roma en 1531, y en 1535 conoció a Pietro Carnesecchi, con el que entabló una relación de amistad. Poco después decidió viajar a Tierra Santa, para lo cual se trasladó a Ferrara, en 1537, en espera de obtener el permiso del Papa, con la intención de embarcarse en Venecia. Sin embargo, no llegó a partir, a causa de su mala salud. En Ferrara, ayudó a establecer un monasterio de capuchinos, a instancias del reformador Bernardino Ochino, quien después se haría protestante. En 1539 regresó a Roma, donde entabló una apasionada amistad con Miguel Ángel Buonarroti, quien la estimó enormemente, y sobre el cual tuvo una gran influencia. Miguel Ángel le dedicó varios de sus sonetos y la retrató en numerosos dibujos. Dicho epistolario fue publicado tras su muerte.
Su obra literaria comprende poemas de amor, dedicados a su marido, las Rimas, subdivididas en Rimas amorosas y Rimas espirituales, inspiradas en el estilo de Francesco Petrarca, y composiciones en prosa de tema religioso, entre las cuales están el Pianto sulla passione di Cristo y la Orazione sull’Ave Maria. Sus obras se imprimieron por primera vez en Parma en 1538, pero poco después aparecieron nuevas ediciones: en Florencia y Venecia, respectivamente. Su producción literaria llegó a ser ampliamente popular por aquel entonces, reconocimiento que quedó grabado en el mundo de la escritura.
Su vida siempre estuvo entroncada con la música y la literatura, sus dos pasiones. Un amor que le ayudó a soportar varios baches en su camino, y que le permitió erigirse como una de las mujeres más influyentes del Renacimiento italiano.