'Estabulario', de Sergi Puertas
Por Ricardo Martínez Llorca
Estabulario
Sergi Puertas
Impedimenta
Madrid, 2017
250 páginas
Se cuenta que los soldados de Atila no tenían dientes, y que con las encías peladas trituraban habas secas antes de entrar en combate. Esos mismos soldados impusieron el terror en naciones dominadas por los papas y el imperio cristiano. Pero Atila murió, se cuenta, por culpa de la alergia a las rosas amarillas. De eso se trata, de una alergia capaz de triturar a las tropas de Atila, del polen asesino que asesina al matón capaz de acumular millones de cofres con monedas de oro producto de la rapiña.
Si uno estornuda a principios de la primavera, por primera vez en su vida, y conoce la historia de Atila y sus hordas, se temerá lo peor y sospechará que en cualquier esquina un navajero está dispuesto a arrancarle un riñón para venderlo en el mercado de órganos de segunda mano. El navajero puede ser un pequeño Atila, un jefe militar prodigioso con la precisión de un cirujano, pero su principal enemigo era la costumbre que tienen las flores de actuar como aparato reproductor. ¿A cuento de qué viene la historia de Atila y su actualización a pequeña escala? No es difícil imaginar que si nos referimos a esa historia no es porque sea el vínculo que une los relatos de Estabulario. No. No es el vínculo, pero sí el espíritu.
Sergi Puertas (Barelona, 1971) cuenta en su pasado, entre otras causas, la de haber dirigido la revista El Víbora. Todo un documento de una época en la que los escaparates de los quioscos ejercían de caballos de Atila. Hace un par de décadas, uno se detenía en la parte trasera de las casetas para buscar la portada de la chica con las tetas más grandes, o el cómic con más capacidad de epatar a los burgueses. Porque a esa tradición se correspondía El Víbora, a la de azotar a los burgueses que vivían bajo el yugo y la tradición del sacro imperio cristiano.
Pero uno tiene la maldita manía de no morirse en la adolescencia. Y eso le supone ir creciendo hacia algo que no nos atrevemos a llamar madurez, aunque solo sea por cuestión estadística. Aquí, en lo que viene después de la adolescencia, es donde encontramos a un Sergi Puertas que ha descubierto la escritura. Gamberro y surrealista, buscando el paradigma de lo grotesco y el sensacionalismo de un mundo paralelo, este conjunto de relatos es un empujón hacia la maldición que es saber que el humor, el mucho humor, es algo muy serio. Demasiado serio. Tanto como para que desconozcamos si hay más realidad en él o en la muerte de Atila asfixiado por el polen de las flores amarillas. Por cierto, el sensacionalismo al que se refiere Puertas es, con frecuencia, hijo bastardo de la prensa amarilla. Y ese término, prensa amarilla, surgió de un combate entre dos periódicos por los derechos del protagonista de unas de las primeras viñetas de cómic de la historia: The Yellow Kid. Toda una espiral para culminar cerrando el círculo. Si es que esa paradoja, como las desmesuradas que presenta este Estabulario, es posible. Nuestro consejo es que bajen el puente y dejen entrar a las tropas de Atila, porque los relatos de Puertas pueden arrasar con lo que tenemos tras la vitrina del salón, pero no nos van a hacer daño.