El viajante (2016), de Asghar Farhadi
Por Jaime Fa de Lucas.
Asghar Farhadi sorprendió al mundo con Nader y Simin, una separación (2011), una película narrativamente exquisita donde una serie de conflictos domésticos se convierten en tragedia. El viajante intenta beber de esas mieles pero no consigue alcanzar tanta perfección, ni siquiera rozarla. No hay tanta intensidad, ni emoción, ni tragedia. La película avanza a marchas forzadas hasta la segunda mitad donde el metraje se intensifica, aunque sin perder ese halo forzado y caprichoso que deambula por toda la película.
El viajante vuelca todo el desarrollo narrativo en el diálogo y en las situaciones domésticas, algo que Farhadi maneja bastante bien. La cotidianidad funciona como trampolín que eleva el realismo de lo sucedido y aporta intensidad y cercanía al film. No obstante, también se despliega una dimensión metaficcional a través de la obra de teatro en la que participa la pareja. El principal problema es que este recurso, más allá de la evidente relación entre realidad y ficción que se establece, sólo sirve para intentar enriquecer el realismo de la obra acercándola a algo que a priori se percibe como más artístico. Este recurso, desgraciadamente, visto el tratamiento tan superficial y ornamental que aquí se le da, resulta bastante trillado y gratuito.
La película se desarrolla de forma anodina hasta el ecuador, donde verdaderamente empiezan a pasar cosas. La primera mitad quiere introducir la situación con cierta profundidad pero se excede en extensión. También presenta algunas conversaciones forzadas, especialmente las que tiene el protagonista con sus alumnos y cuyo objetivo, presentar la personalidad artística y entrañable del hombre, resulta demasiado evidente. La segunda mitad es más potente, genera interés, abre el misterio y la intriga, comienza la búsqueda.
Es positivo que en El viajante Farhadi intente poner de manifiesto los problemas de la sociedad iraní y lance críticas a diestro y siniestro: la mujer que no puede acudir a la policía porque supone una vergüenza para ella, la represión sexual y la consecuente tentación, el pecado carnal, la hipocresía, los chavales que no pueden leer ciertos libros, etc. Eso siempre se agradece. Sin embargo, la estructura de gags o sketches que adopta la película en algunos tramos también resulta decepcionante. Hay determinadas escenas que están diseñadas para hacer una crítica social y eso salta a la vista. La maestría de un mago reside en su capacidad para ocultar sus trucos. Desgraciadamente, aquí Farhadi no es capaz de esconder su crítica social, al revés, resulta obvio que ha preparado tres o cuatro secuencias para criticar a la sociedad iraní.
Mención aparte merece el final. Perdón por el spoiler… Supuestamente el protagonista va a hacer una mudanza y el chaval joven al que avisa no puede ir y éste manda al padre de su novia que está mal del corazón. Eso se llama inverosimilitud. Creo que podría haber seguido otra línea argumental para conseguir los mismos efectos sin resultar tan falso. Luego lo encierra durante un día y tampoco pasa nada. La tensión familiar que genera en relación con la idea del pecado está bien, pero la manera de llegar ahí es algo torpe. Y respecto al clímax final… Seguramente hubiera funcionado mejor una caricia que un tortazo, algo que quizás se podría aplicar a toda la película.
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