Teatro para leer: "Perversión Medea", de Ramón Paso
Por Horacio Otheguy Riveira
Atractiva edición del texto teatral de Perversión Medea (Perversión y destrucción sobre Medea representada por cinco putas en una institución mental madrileña), publicado por la Editorial Dalya y con prólogo de Mariano de Paco Serrano. Se presentó un año atrás en la librería Cervantes y Compañía (c/Pez, 27, Madrid), zona de teatros en calles antiguas, estrechas, donde iglesias con solera y tétricos portales conviven con algunos conventos no menos sórdidos, mientras sobreviven en su negocio —tan raro como clásico— putas de puertas adentro y de las otras, de las de impúdica exhibición…
Una vida bullente de ambiciones y desasosiego que mucho tiene que ver con esta función ya representada y que ahora se publica en una edición preciosa con prólogo del autor y del director de escena De Paco Serrano, feliz posibilidad de hacerse con una gran literatura dramática (literatura teatral; drama: acción escénica) que crece en interés al ser leída.
El teatro es vida plena con los actores, sin embargo, su letra impresa resulta imprescindible para terminar de comprender lo que se ha visto fugazmente, y de lo que el espectador sólo se queda con una parte. Esto, que sucede con cualquier función teatral, resulta especialmente interesante de constatar ante la obra de un autor como Ramón Paso, que tiene una trayectoria de hombre joven y amantísimo del teatro (hijo, nieto y bisnieto de teatreros célebres), entregado de lleno a un discurso ideológico provocativo, que invita al debate intelectual sin descartar los placeres mundanos: la sensualidad de los cuerpos que se necesitan y de la risa que brota como tabla de salvación de tantas tensiones cotidianas.
Recientemente estrenó un texto para su madre, la siempre espléndida Paloma Paso Jardiel: Huevos con amor, y ahora publica una tragedia lacerante servida como un drama de aquí y ahora, a través de una serie de personajes femeninos capaces de asumir también la voraz presencia masculina. Y lo hace con un ritmo ágil, con la frescura de los rasgos espontáneos de mujeres víctimas de una sociedad brutalmente machista, aún hoy, y a la vez con la pujante dignidad de quienes, perdiendo batallas se preparan para ganar la siguiente con la irresistible voluntad de su propia pasión por ellas mismas.
Así llega a las librerías Perversión Medea (Perversión y destrucción de Medea, representada por cinco putas en una institución mental madrileña); parafraseando el Marat/Sade de Peter Weiss, Ramón Paso inventa una situación original en la que la dramatización de la tragedia de Eurípides adquiere visos de trascendente vitalidad, comprometido con la pléyade de putas descarnadas —felizmente rodeado de mujeres de ficción, de actrices estupendas en la puesta en escena que él mismo dirigió—, divertidas y con toda la fuerza de su realidad cotidiana sin miedo a las palabras al enfrentarse al monstruo que devora a Medea.
Entre muchas situaciones admirables, hay una que da en la diana de una revelación contemporánea, a la manera de una nueva ferocidad, mucho más honesta y menos cruel: ¿por qué asesinar a los niños para hacerle sufrir lo indecible y no matarle a él? No es fácil hallar la respuesta, pero en Perversión Medea, las putas españolas del siglo XXI encerradas por locas lo tienen claro:
Magdalena: Podría asesinar a mis hijos, a los hijos de mi corazón —tiernos, dulces, inocentes—, y así privar a Jasón de toda posibilidad de inmortalidad al truncar la rama de su descendencia. Podría.
Irene: Podría ser.
Mónica: Eso podría ser.
Natalia: Nadie me lo reprocharía.
Aurelia: O también podría, ¡por una puta vez!, podría, sin duda, matar a Jasón.
Magdalena: (…) Podría avisar al pueblo de qué gobernante de mierda es Creonte; coger a mis niños, esos niños a los que adoro, y salir pitando de este puto lugar lleno de cabrones y cobardes.
Mónica: Y antes de salir…
Natalia: Justo antes de salir…
Irene: Un segundo antes de salir…
Aurelia: Abrazada a mis niños…
Magdalena: Matar a Jasón —si hay que matar a alguien— ¡matar a Jasón!
Coro de putas: ¡Que te jodan, Jasón, grandísimo hijo de puta! ¡Que te jodan mucho!
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