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'Lo que no está', de Jesús Barrio

Por Ricardo Martínez Llorca
Lo que no está
Jesús Barrio
Relee
Madrid, 2017
140 páginas
 
Aferrado a los recursos de los talleres literarios, la mayor parte de la gente se limita a no meter la pata. Frases cortas, tramas sencillas, personajes de dos dimensiones, un poco de Carver con tortilla de patata, no vaya a notarse mucho el deje americano, o intertexto simulado, con adverbios deslumbrantes, y un toque histórico, enciclopédico, como guiño a Borges, y ya está. Dispuestos a lanzarnos a la fama. Lo de tener un mundo propio, lo de que se te imponga algo, aunque sea la muerte, eso no, de eso no hablaron en los talleres de relato. El narrador, a fin de cuentas, si queremos que mantenga el pulso, que no se le escape el relato de las manos, no puede estar tan metido en el relato. El narrador debe conocer todo y dar a entender que lo que oculta, lo hace con intención. Pero es dueño y señor de lo que sucede. De ahí que estos doce cuentos que componen lo que no está superen las expectativas. Jesús Barrio (Santander, 1982) parte de su instinto. La sensación que da es que la parte fundamental de la narración se le escapa a quien nos relata, y consecuentemente al autor. Hay un trato casi fetichista de la distancia corta.
Lo común a todos los cuentos es la muerte o, para ser más precisos, los labios de la muerte o el borde de la muerte. Ese momento en que nos asomamos, con más o menos miedo, poco protegidos, a la hora de la verdad, por el amor, hacia el abismo. La muerte viene en ocasiones por adelantado, en forma de esterilidad, por ejemplo, o por sustitución: vidas que ocupan el lugar de otras vidas. Lo que permanece, insistimos, es el miedo. De alguna manera, Barrio nos coloca en el atracadero de la barca de Caronte con una variedad de registros y voces, pero sin perder la personalidad. Hay, eso sí, algún relato que se arrima más al cuento fantástico, reciclando algún tópico, de aspecto más adolescente, en el sentido en que es adolescente la literatura de Cortázar.
A los personajes los conoceremos a través de unos nombres poco frecuentes, y a la muerte sin que se anuncie. Pero en cada ocasión como consecuencia de una situación diferente: adultos que se meten a juegos de niños, la obsesión por una nueva vida, suicidios, homúnculos de Famosa, un moribundo que se reúne con una mujer a punto de dar a luz, la memoria triste de un retratista de hotel, una leyenda y una aproximación al final de Gordon Pym, el alma como vaticinio, la descomposición de lo ya descompuesto y atropellado mil veces, la metáfora del mar y el silencio, fotografías de horribles recortes de la ciudad, un lago helado, el misterio del vecino y nuestra proyección de miedos en ese misterio, la piedad peligrosa, la mutilación, la rivalidad laboral o el tren que nunca va a detenerse y se interna en la noche. Como se puede comprobar, apenas en un par de ocasiones se recurre al lugar común. Y cuando se hace se coloca en el otro lado de la balanza el ingenio. De ahí que la enumeración de arriba abarque más de doce términos, en tanto que doce son los relatos que componen este libro.
 

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