'Según venga el juego', de Joan Didion

Por Ricardo Martínez Llorca

Según venga el juego

Joan Didion

Traducción de Cruz Rodríguez Juiz
Literatura Random House
Barcelona, 2017
180 páginas
 

América, 1970. El país más potente del mundo ya es la vanguardia de la narración, del cine, que se ha transformado en realidad, y de la literatura. Sin embargo, la literatura que viene de Estados Unidos es un viaje a una provincia. El proyecto literario de Carver, por ejemplo, incluso el de Richardo Ford, maravilloso, se contiene dentro de un espacio geográfico limitado. En la provincia, en la aldea, en ese terreno de apenas unos centímetros cuadrados del mapa, se contiene todo lo que nos hace humanos. De eso trata la literatura, limitada por un horizonte demasiado geográfico, demasiado norteamericano. La ventaja es que podemos leer obras como este Según venga el juego, trasladándonos al recodo oportuno de Estados Unidos con idéntica eficacia a la de las mejores crónicas y relatos de viaje.

Al contrario de la norma de las narraciones que vienen del norte de América, casi siempre versiones de la Cenicienta, aquí el punto de partida es el sueño americano ya cumplido. La protagonista goza de éxito como actriz de culto, viniendo desde un pueblo abandonado que, por un tiempo, apenas ocupó nadie más que su familia. Sin embargo, ese sueño cumplido parece que perteneciera a otra persona. De ahí que a la protagonista le falte el aire imprescindible para sonreír. A mayores, su marido trabaja en ARTE, así, con mayúsculas. Pero todo esto está vacío, los vínculos entre las personas son un páramo, la sociedad carece de atributos y así la protagonista se propone responder con nihilismo incluso a su desdicha: su única hija está internada en un centro especializado para enfermos mentales. Con esa premisa, ni siquiera los recuerdos sexuales conducen a ningún sitio. Y hasta el mar y la ilusión de soledad frente al mar, es una estampa horrible. A la hora de la verdad, ella solo reconoce un sentimiento, y este es la proximidad de la muerte cuando se acerca a su hija.

El matrimonio se va al traste cuando se ve forzada a resolver un nuevo embarazo. El padre no es seguro que sea su marido y todo parece conducirla a un nuevo trauma. Su mayor deseo, será estar sedada. A partir de aquí la novela se fractura, porque la vida se hace añicos. Y asistimos a un intento de reconstrucción que se ve limitado por un horizonte que es una cárcel, no importa la extensión que tenga. Todo lo que la ha rodeado a lo largo de los años de bonanza, ahora es decadente, absurdo, un cúmulo de detalles imbéciles que no encajan, que apenas sirven para llenar los ratos con hipnosis, maricas, supermercados, operaciones humanitarias, borrachos, ladrones, drogas. La carretera pasará a ser un símbolo del sueño de la huida. Hay autodestrucción, sí, hasta el punto de conducir de noche y atiborrada de barbitúricos. Pero ya todo da igual, porque el mundo es una caricatura de sí mismo. La gente son personajes grotescos e irónicos. Y el desierto retomará su cimiento como escenario simbólico de la soledad. Aunque esté en contacto con cuerpos sin sentido, hiperbólicos en dirección a lo ridículo.

En definitiva, esta novela de Joan Didion, una de sus primeras obras, publicada en 1970, es un viaje al interior de un ser para encontrarse con lo que todos compartimos, que es la locura. Como si la vida estuviera construida sobre cimientos que no existen, sobre la nada.

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