Morir (joven y) en primavera
Por Jesús Guzmán Mora. @guzmanmorajesus
Los conflictos armados se adueñan de la existencia de las personas y acaban con sus planes de futuro. El totalitarismo nazi lo hizo, en el epílogo de su existencia, con una parte de su población especialmente sensible: la juventud alemana. Esta es una de las motivaciones que aparecen en Morir en primavera, de Ralf Rothmann.
Las imágenes de adolescentes defendiendo el reducido territorio del Tercer Reich durante las últimas semanas de la II Guerra Mundial pueden contemplarse en la película El hundimiento o en la miniserie Hijos del Tercer Reich. También Ignacio del Valle toca este tema en Los demonios de Berlín. Incluso Miguel Ezquerra, antiguo miembro de la División Azul, da noticia de ello en su testimonio Berlín, a vida o muerte. A finales 2016 apareció la traducción de Morir en primavera (Libros del Asteroide), en la que Ralf Rothmann narra la vida de Walter, que con 17 años que se ve obligado a luchar por un país en ruinas y por una Weltanschaung con la que no se identifica.
La revisión del pasado alemán, en los últimos años, ha tomado al declive de la RDA como objeto principal de su reflexión. Acertadas narraciones como En tiempos de luz menguante (Eugen Ruge) o Algún día nos lo contaremos todo (Daniela Krien) y la serie de televisión Deutschland 83 se sirven de la necesidad de mirar hacia atrás y la difusión de la Ostalgie para representar los últimos días de la dictadura comunista. Pero de escaso valor serían estas muestras si no se confrontaran con el otro totalitarismo alemán del siglo XX y, sobre todo, con aquellos momentos que han quedado en un segundo plano.
La guerra rompe las vidas de quienes están a su alrededor. Aparecen efectos visibles como la actual crisis de refugiados de Siria y otros menos palpables como la recluta forzosa de la población más joven. Personas que no han cumplido los dieciocho años y que se ven obligadas a morir matando. Este es el caso que Rothmann expone: mediante un inocente baile –aunque en aquel momento nada pudiera calificarse como tal– se produce el engaño por el cual Walter y su amigo Fiete se alistan de manera forzosa en las SS. Este punto de partida da a la novela un carácter universal y totalmente atemporal. A pesar de estar dedicada a un periodo histórico concreto, su vivencia puede trasladarse a cualquier época y lugar.
Ralf Rothmann rompe el silencio –este es, sin duda, el hilo conductor de la trama– para hablar de las heridas del pasado y construir una inteligente narración sobre un tema concreto y poco transitado. Walter es la figura de toda una generación. Él, como confiesa al principio del texto, no es un fiel nazi ni un apasionado opositor: “Yo soy ordeñador, no sé nada de política.” Él quiere vivir feliz con sus amigos, con su novia y con su trabajo. Pero ya nos lo enseñó Shakespeare en boca del Rey Eduardo: “Lo que impone el destino el hombre ha de acatarlo./No vale la pena resistir a la vez a viento y marea.”