‘El perdón y la furia’, de Altarriba y Keko
Por Jose María Galindo
Para acercarse al cómic El perdón y la furia es necesario tener en cuenta dos aspectos básicos. Por un lado, que se trata de la segunda colaboración entre el guionista Antonio Altarriba y el dibujante Keko tras la magnífica Yo, asesino. Por otro lado, que estamos ante la segunda publicación de un cómic por parte del Museo del Prado. Ambas cuestiones serán claves para el análisis del volumen que nos ocupa.
En Yo, asesino, Altarriba y Keko plantearon, fundamentalmente, un juego de contrastes. Esa apuesta por lo dialéctico se podía rastrear tanto en el plano del contenido como en el plano de la expresión. De hecho, podría afirmarse que es el gran eje sobre el que los autores articulan su propuesta. En lo temático, el contraste se observa entre las tres grandes facetas del protagonista: un reputado profesor universitario de Historia del Arte (inmerso en los vaivenes y fricciones de la vida académica), un residente en Euskadi (circunscrito a la particular realidad sociopolítica de ese entorno) y un asesino con motivaciones estéticas (enfrentado a los obstáculos esperados de esa ocupación). Desde lo expresivo, el contraste descansa en dos grandes tensiones: la creada entre el contenido de las viñetas y el texto de las cartelas (el primero muestra la peripecia concreta del protagonista; el segundo cobija el discurso de ese protagonista sobre el asesinato como acto estético); y la creada entre el blanco y negro frente al rojo, único color que destaca elementos cruciales en lo temático y en lo icónico, tales como la manzana, el corazón, la rosa o la sangre.
Por su parte, en el primer cómic editado por el Museo del Prado, El tríptico de los encantados, Max utiliza la excusa del homenaje a El Bosco para proponer una reflexión plástica sobre la obra del pintor. De esta manera, Max hilvana una pequeña excusa narrativa, reelaborando los motivos bosquianos y planteando, en definitiva, una indagación de la producción de El Bosco a partir de la propia praxis del autor de cómics.
A partir de estos dos senderos llegamos, por fin, a El perdón y la furia. Sus dos pilares básicos de construcción (el estilo de Altarriba y Keko junto al objetivo editorial del Museo del Prado) se dan cita y moldean la propuesta. Sobre el cómic que nos ocupa se puede afirmar lo siguiente: que hereda directamente los postulados argumentales y estéticos de Yo, asesino, a la vez que incorpora una reflexión sobre un pintor y su obra.
En este caso, El perdón y la furia se centra en José de Ribera, el Españoleto. De la misma forma que Max buceó en algunas de las claves del trabajo de El Bosco, Altarriba y Keko urden una trama narrativa que tiene como núcleo el misterioso encargo que Ribera recibió para llevar a cabo las Furias (representaciones del padecimiento sufrido por figuras de la mitología clásica). Sin embargo, ese relato, que roza desde el género de la “campus novel” hasta el thriller más oscuro, no es más que un señuelo para el verdadero objeto de la obra: la reflexión plástica sobre la obra de Ribera (siguiendo el halo de lo realizado por Max con El Bosco, y que está armando una interesantísima propuesta por parte del Museo del Prado).
Esa reflexión explora recursos ya observados en el anterior cómic de Altarriba y Keko. Así, la organización de la página se basa en viñetas cuadrangulares o rectangulares cerradas, y se aprecia de nuevo el contraste del blanco y negro frente al rojo, que vuelve a estar cargado de sentido (en este caso, la sangre). Por supuesto, estamos ante una nueva propuesta de presentar el dolor y el sufrimiento en el arte como motivo significante y vehículo de significado. Y, claro está, hereda personajes aparecidos anteriormente.
El perdón y la furia se revela, por lo tanto, como un cómic muy interesante por dos motivos fundamentales: por aparecer como una nueva muestra del trabajo de Altarriba y Keko, y por constituir una nueva propuesta del Museo del Prado en su afán por reflexionar sobre el arte a través del cómic. Ambas razones hacen de esta una obra muy recomendable.