'Tan solo el fin del mundo', de Jean-Luc Lagarce

Por Ricardo Martínez Llorca

Tan solo el fin del mundo

Jean-Luc Lagarce

Traducción de Cristina Vinuesa Muñoz
Dos Bigotes
Madrid, 2017
132 páginas
 

El tema que se escatima en todo relato de viajes, el que parece arrimarse más a una vergüenza, es el retorno. ¿Cómo está el mundo en que habité después de una ausencia más o menos larga? La ausencia debe ser larga para poder hablar de viaje, o al menos larga en el sentido que cobra para el narrador o el protagonista. En el caso de esta obra de teatro, la ausencia ha sido prolongada y de un silencio claustral. El ausente apenas ha dado noticias durante su marcha. No ha viajado, se ha ido a vivir o a encontrar con eso de la vida que le falta y que es inhallable dentro del entorno familiar.

Las razones las adivinamos enseguida. En esta obra, los personajes se hablan de espaldas. Los coloquios suenan a absurdo, a un absurdo del tamaño de Ionesco, por ejemplo. Pero con un mayor lirismo: los personajes creen que hablan y que el dictado de palabras es concluyente, es poético. Pero en realidad lo que no existe entre ellos es amor. El amor es una abstracción, no existe, pero sí existe el hecho de amar y ser amado. Y eso es algo que se da por supuesto entre los miembros de una familia. Pero Jean-Luc Lagarce (Héricourt, 1957 – Berlín, 1995) nos recuerda que la familia es una farsa. El protagonista regresa para compartir un secreto: conoce la fecha de su muerte. Sin embargo, a medida que se suceden los soliloquios, se da cuenta de que no merece la pena. Allí no se ha sembrado nada que merezca la pena ser recogido.

Tan solo el fin del mundo es el reverso de la parábola del hijo pródigo. Nada de celebraciones, nada de buenas acogidas, nada de senos familiares. En realidad, lo que lucen son cobardías. Ese es el verdadero tema de la obra, la cobardía más próxima o de quien se supone más próximo. El tono en que se expresan los personajes pretende ser reflexivo. En ocasiones es vacuo. “Hago teatro para no estar solo”, confiesa Lagarce. Sorprendentemente, lo que saldría al escenario durante la representación de esta obra son varias soledades. Si algo se aproxima a la disputa, se amortigua la tensión, pues quien habla no encuentra un interlocutor. Al otro lado está otra persona hablando. No sabemos hasta qué punto la obra es autoficcional, dado que Lagarce, como el protagonista, supo que iba a fallecer de VIH. Pero sí sabemos que el protagonista siente. ¿Qué es lo que siente y en qué intensidad? El mundo secreto es lo que hace que esta obra nos intrigue. Sobre todo, por los secretos de los otros personajes, que desconocemos, pero son lo bastante inoportunos como para que el drama esté en el hecho de haber venido del protagonista que en la contención del anuncio de su muerte. No es de extrañar que Louis, el protagonista, eligiera viajar y cortar lazos para encontrarse con algo de vida.

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