Marguerite Yourcenar: Escribir como el mármol, escribir como el fuego
Por Jesica Lenga
Somos muchos los que alguna vez sentimos que nacimos en la época equivocada o en el lugar equivocado. En mi caso, he pasado largas tardes pensando en la infinita lista de razones por las cuales debería haber nacido en el siglo XIX, cuando los sentimientos eran más intensos, las convicciones más fuertes, los hombres más grandilocuentes… ¡y los vestidos también! Me cuesta sentarme a escuchar música sin lamentarme por no haber aparecido en el mundo, en la Inglaterra de los años 60, donde podría haber visto en vivo y en directo a casi todas mis bandas favoritas.
Para los nostalgiosos como yo, existen cientos de test en la web con títulos cautivadores del tipo: ¿de qué país eres en realidad?, ¿qué personaje histórico fuiste en otra vida?, o ¿a qué época perteneces? Creo yo, que si Marguerite Yourcenar hubiese intentado responder uno de estos test habría obtenido como resultado que su lugar y tiempo eran Grecia durante la antigüedad clásica.
Como toda joven de esa aristocracia europea, que ya para principios del siglo XX languidecía, Marguerite jamás asistió a una escuela sino que se educó en su casa, siendo los libros de la biblioteca de su padre sus únicos compañeros de aventuras. Fue su padre quien le inculcó el amor por los clásicos, Yourcenar rememora en su extensa e inconclusa autobiografía El laberinto del mundo las veladas que pasaba junto a él leyendo en voz alta la poesía de Píndaro, Homero o Virgilio.
Solitaria, Marguerite leía todo libro que estuviese a su alcance, sin importar la lengua en la que este hubiera sido escrito, así fue de la literatura occidental a la tradición asiática. Esta erudición ganada desde la niñez se percibe en su obra crítica y sus ensayos, parecería ser que no hubiese ningún autor sobre el que ella no pudiese escribir: desde Mishima hasta Cavafis o Beda el venerable, todos fueron abordados por Yourcenar.
Su temprano amor por los griegos definitivamente marcó su estilo: la escritura de Yourcenar se caracteriza por el uso de un lenguaje clásico, preciso, depurado.
Al igual que las tragedias de Eurípides y Sófocles, la literatura de Yourcenar parece permanecer fuera del tiempo y el espacio: al mismo tiempo en que en Estados Unidos (donde se había instalado después de conocer a quien sería su compañera de toda la vida, Grace Frick) desarrollaban su obra Burroughs, Bellow o Roth, Yourcenar trataba, como Racine, de otorgarle al francés la dignidad de una lengua clásica.
Sin embargo, lo que a mí siempre me resultó tan asombroso y cautivador es esa naturaleza oximorónica de su literatura, que parece ser capaz de reunir y fusionar contrarios: su prosa es clásica y moderna a la vez. Su estilo racional y mesurado y su lenguaje preciso, armoniosos parecen fríos, pero a la vez el lirismo desborda en cada página que ella escribe, como si pudiesen reunirse en una misma superficie el mármol y el fuego.
La admiración de Yourcenar por el pasado griego, no se fundamentaba exclusivamente en cuestiones estéticas. Yourcenar veía a este pasado como un período en el cual se disfrutaba de libertades individuales, sexuales, que en tiempos en los que aún imperaba la moral victoriana estaban lejos de avizorarse.
El tema de la homosexualidad es recurrente en su obra y aparece desde la primera de sus novelas publicadas: Alexis o el tratado del inútil combate. Estructurada como una larga carta en la que Alexis, un joven artista de una familia aristocrática hace catarsis y confiesa, siendo él mismo víctima de los mismos prejuicios victorianos, lo que él llama “desvío de los sentidos”. En esta carta, la autora explora la diferencia entre las convenciones sociales y la moral íntima, Alexis se encuentra en una permanente lucha entre lo que se espera de él y lo que verdaderamente siente. La búsqueda de la identidad sexual, artística que ya están presentes en Alexis, se convertirían luego en un leitmotiv en su literatura.
El amor homosexual también se hace presente en Memorias de Adriano, una de sus obras más populares y en mi opinión, la novela de amor más bella que pudiera escribirse. Amor, como lo entiende Yourcenar: caprichoso, inmotivado, sublime en su estupidez.
En Memorias de Adriano la figura del oxímoron es nuevamente protagonista, dentro de la larga serie de entrevistas que nuestra autora le concedió a Matthieu Galey y que se editaron bajo el título Con los ojos abiertos, Yourcenar admite que esta novela surgió como un “delirio controlado”. Más allá de las palabras de la autora, en la novela nos encontramos con Adriano, el emperador, el más enorme y admirable de los hombres, el que era tan grande que podía incluir todo en él: la guerra y la paz, Grecia y Roma, la esclavitud y la prohibición de la tortura, el sometimiento de la mujer y la concesión de sus derechos a heredar y poseer propiedades. Y sin embargo, este hombre con una mente tan grande como su imperio se vuelve pequeño al lado de su despótico amor, Antínoo.
Si en Memorias de Adriano somos testigos de cómo el emperador construye algunas de las obras arquitectónicas más importantes de la historia universal, en Denario del sueño, la obra arquitectónica más deslumbrante es el relato en sí mismo. Esta novela, situada en la Italia fascista narra las historias de varios personajes conectados por un elemento: el denario, que pasa de mano en mano. Azar, destino y determinación se reúnen alrededor de la moneda.
La antigüedad clásica reaparece en el indefinible pero fascinante Fuegos. Si alguien me preguntara cuál es mi idea de belleza, le respondería entregándole un ejemplar de Fuegos. En Fuegos Yourcenar se propone reescribir o continuar algunas de las historias más conocidas de la mitología y la literatura griegas: Aquiles, Antígona, Fedra, Patroclo todos tienen su episodio en el libro. Lo interesante de Fuegos es que retoma las historias mitológicas pero lo hace sobreimprimiendo en los personajes mitológicos aquello que la tradición occidental ha hecho con esas historias. Cada uno de estos héroes es visto a través de los ojos de poetas y artistas que se ocuparon de ellos a lo largo del tiempo. De esta forma Yourcenar nos transporta a un mundo onírico que carece de edad.
Las malas lenguas afirman que Yourcenar escribió este libro después de la decepción amorosa que le generó el rechazo de su editor André Fraigneau, del que se enamoró profundamente a pesar de ser ambos homosexuales. Lo cierto es que el resultado de este desengaño es uno de los libros más eróticos que pueda leerse y a la vez uno de los trabajos con el lenguaje más refinados que uno pueda encontrarse. Por lo general el erotismo es asociado con la vulgaridad y lo chabacano, pero en este libro Yourcenar logra combinar pasión y lirismo y además es precisamente ese lirismo el que potencia el placer sensual y el goce de la lectura.
Es en Fuegos donde mejor vemos como el blanco puro de las esculturas se transforma en rojo brillante de las llamas para lograr un texto que parece volver concreto el espíritu de la poesía: “Ardiendo con más fuegos… Animal cansado, un látigo de llamas me azota con fuerza las espaldas. He hallado el verdadero sentido de las metáforas de los poetas. Me despierto cada noche en el incendio de mi propia sangre”- escribe Yourcenar y condensa en una frase, el sentimiento de todos aquellos que alguna vez compusieron un poema. Si solo hubiese escrito esa frase, también valdría la pena que la leyéramos.
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