Las ventajas de la vida despreocupada (Séneca y el tiempo)
Como si se tratara de un asedio, el tiempo de nuestras vidas se ve cercado, requerido por alguna ocupación inminente, algún compromiso impostergable, y nos quedamos en una pequeña trinchera —que llamamos presente— observando cómo se diluyen el pasado y el futuro a uno y otro lado de esa inmovilidad a la que llamamos vida.
En uno de sus discursos más conocidos, el filósofo romano Lucio Anneo Séneca se refirió a las formas de vida que hacen, respectivamente, desdichados a los atareados y holgados a los desocupados. En el contexto que describe Séneca, el desocupado no sería lo mismo que el “desempleado” de nuestros días, por poner un ejemplo bastante evidente. Mientras que el desempleado emplea su tiempo en buscar empleo, el desocupado vive en un mundo donde las ocupaciones tienen su tiempo, pero no constituyen el tiempo.
El problema del tiempo, en nuestros días, se reduce a la fórmula capitalista según la cual el tiempo es dinero. Consideramos prestigioso tener una agenda apretada y quejarnos sobre todas nuestras responsabilidades, como si al hacerlo no mostráramos lo orgullosos que estamos de ellas. O bien, el tiempo del consumo, del entretenimiento, del asedio de la construcción de un perfil digital y las notificaciones que conlleva el mantenernos al día de la vida social de conocidos y celebridades por igual. Un tiempo así, según Séneca, es el que viven los ocupados, incluso cuando llegan a viejos, en una especie de instante que se les escapa y les es insuficiente hasta que, cuando llega su hora, “mueren despavoridos, no como si salieran de la vida, sino como si los arrancaran de ella”.
Y es que según Séneca en De brevitate vitae (X, 6):
El tiempo presente es cortísimo, tanto que algunos creen que no es nada, toda vez que siempre está de camino, discurre y se acelera, deja de ser antes de llegar, y no se permite una parada tal como tampoco se la permiten el firmamento y los astros, cuyo paso siempre inquieto nunca permanece en un mismo sitio. De manera que a los atareados sólo les corresponde el tiempo presente, que es tan corto que no se puede agarrar, y ese mismo tiempo, puesto que están distraídos en tantas cosas, se les escamotea.
Si consideramos el tiempo como una propiedad, corremos el riesgo de perderlo. Sin embargo, si consideramos el tiempo a la manera lúcida de Séneca, como algo siempre en movimiento, como si fuera un barco y nosotros simplemente uno de los pasajeros de a bordo esperando a desembarcar en el muelle que le corresponde, entonces ninguna duración es demasiado larga ni corta, y cada instante se vuelve un tesoro sin ser una carga pesada; este sería, pues, el tiempo de los desocupados (XI, 2):
En cambio para aquellos que llevan una vida lejos de todo negocio ¿cómo no va a ser dilatada? Nada de ella se delega, nada se dispersa acá y allá, nada de ahí se confía a la suerte, nada destruye la dejadez, nada se detrae con donaciones, nada es superfluo: toda entera por así decirlo está rentando. Por poquita que sea abastece con suficiencia, y por eso, cuando a la sazón llegue el último día, el sabio no dudará en ir al encuentro de la muerte con paso decidido.
En una obra posterior, De vita beata o De la felicidad, Séneca aconseja entregarse precisamente a ese flujo o corriente del tiempo, que asimila incluso al flujo mismo de la vida. La vida es tiempo en cuanto que ambas están hechas de duraciones, ciclos y lapsos (aunque unos siglos después, Albert Einstein y Henri Bergson tendrían una legendaria conversación acerca de la verdadera utilidad de los relojes, por lo que el tiempo pasaría a ser “simplemente” relativo). Tal vez nunca podamos atisbar en toda su amplitud los extremos del pasado y el futuro, pero sí que podemos permitirnos fluir con cierta ligereza sobre esa “corriente íntegra de la vida”.
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