«Las brujas de Salem»: el coraje de un hombre contra el fanatismo político-religioso

Por Horacio Otheguy Riveira

Una obra imprescindible para quienes no la conozcan y para sus muchos seguidores que no se pierden ninguna versión. Incluso recomendable en el Teatro Valle Inclán, a pesar de una puesta en escena que desaprovecha sus recursos.

Las brujas de Salem, de Arthur Miller, es un texto tan potente, con un equilibrio tan asombroso entre la imaginería teatral y el testimonio histórico, que logra resistir una versión como la que se representa en el Valle Inclán de Madrid, arbitraria e innecesariamente didáctica, dirigida por Andrés Lima (Falstaff, Los Mácbez, Ay, Carmela, El jurado).

Con un buen elenco y escritores muy serios firmando la adaptación, las libertades que se han tomado junto a las de la puesta en escena reducen el impacto de la grandeza original y no corresponden en absoluto con la energía de una historia de implacable denuncia del fanatismo y la manipulación del poder político en el siglo XVII. Hechos reales bajo el poder de la Iglesia protestante en un pueblo de Estados Unidos, en cuyo templo se toma nota de quienes no asisten el domingo. Bien documentado el testimonio, se convirtió en teatro para hablar de lo prohibido en tiempos de persecución denodada contra cualquier atisbo de crítica de izquierdas por parte de la ultraderecha estadounidense. Como se trataba de un material de época antigua, los censores no se enteraron de su relación con la realidad. A tal punto que en España José Tamayo dirigió a Francisco Rabal y Analía Gadé (recién llegada de su Argentina natal) y llenaron el Español en 1956, apogeo nacional-católico del franquismo, sin problema alguno; en el mismo teatro se reestrenó en 2007, dirigida por González Vergel con Sergi Mateu, Juan Ribó y María Adánez.

Un sacerdote honesto, Biblia en mano, otro sacerdote fanático, y en medio una adolescente con ¿una crisis fingida o víctima de las habilidades del demonio?

 

En rueda de prensa al recibir el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, 2002.

Arthur Miller (New York, 1915-Connecticut, 2005) hijo de judíos polacos, fue escritor y guionista, pero sobre todo uno de los dramaturgos más importantes del siglo XX. Después de diez años de dramaturgo creó a Willy Loman, protagonista de Muerte de un viajante, 1949, quien sucumbe a la voracidad del sistema capitalista viviendo a tope el drama social del individuo desesperado entre el sueño americano que consigue su hermano y su desolada impotencia al combatir la adversidad. La obra fue una versión libre de la historia del padre del autor, un hombre honesto que se entregó al presunto milagro de la especulación de Wall Street y acabó perdiéndolo todo en el crash del 29.

Muerte de un viajante alcanzó un éxito internacional enorme, y el primero en estrenarla en lengua castellana fue el asturiano Narciso Ibáñez Menta, protagonista, adaptador y director en Buenos Aires, en tiempos de la dictadura del general Perón en cuyo régimen habían desaparecido los humoristas políticos y toda crítica al poder establecido. El último en reponerla en España fue Mario Gas en 2009 en el Español, traducción de Eduardo Mendoza, con Jordi Boixaderas, Rosa Renom, Víctor Valverde, Pablo Derqui.

Sólo cuatro años después, en 1953, Miller estrena El Crisol, luego titulada en el mundo entero Las brujas de Salem, por consejo de los franceses que la estrenaron en París, Yves Montand-Simone Signoret, y en 1957 protagonizaron la versión cinematográfica, una coproducción de Francia y Alemania del Este, Le sorcieres de Salem (la versión americana fue mucho después, con guión del propio autor y protagonismo de Daniel Day Lewis, Winona Ryder, Paul Scofield y Joan Allen, con el título original, The Crucible, 1996).

En 1949, Muerte de un viajante triunfa en Broadway, gana premios importantes, se consolida la carrera del autor. Sólo cuatro años después se ve obligado a hurgar en acontecimientos históricos para hablar del presente y el acoso político que él mismo sufre, de allí estas brujas casi niñas en medio de las tribulaciones despóticas de los poderosos.

Un juicio sumarísimo plagado de irregularidades. En el centro, Borja Espinosa como John Proctor.

La rebelión de un hombre acosado injustamente y el abuso de poder de quienes invocan a Dios para llevar a cabo una barbarie de eliminación de opositores, tuvo en su protagonista John Proctor un héroe absoluto. La tragedia de un hombre decente que se niega a jugar el papel de sumisión que se le exige para salvar la vida. Una colectividad aplastada por la ignorancia y el predominio de sórdidos valores religiosos sobre la sexualidad. Por eso un grupo de adolescentes se regocijan cantando y bailando desnudas en el bosque, pero antes de comprender ellas mismas qué quieren y qué les sucede con su cuerpo y sus emociones, el reverendo Parris las sorprende, salen corriendo, entre ellas la sobrina del religioso obsesionado con la figura bíblica del demonio, y sobre todo la muy sensual Abigail Williams, amante fugaz de John Proctor, el granjero padre de familia que decide no volver a tener relaciones con ella, atormentado por la culpa del adulterio. La decidida muchacha trama una venganza personal por el desaire recibido, una acusación de brujería a la que se aferran las autoridades —con la colaboración pérfida de seglares con intereses económicos— para generar una brutal caza de brujas.

Lluís Homar, narrador, y en el tramo final, un personaje clave en el juicio, el Gobernador Danforth.

 

Estas Brujas de Salem se mantienen fiel a la obra original en «casi» todo el desarrollo, pero se han añadido: un narrador innecesario que, a lo largo de la función va dando datos históricos reales que no vienen a cuento, acompañado en su necesidad de divulgar determinados aspectos del autor o de la obra por varios actores que interrumpen la acción y se dirigen al público para dar su mensaje. Parece que se quiso emular a Bertolt Brecht y su siempre polémica teoría del distanciamiento, en una obra que nada tiene que ver, muy clara y con suficiente fuerza dramática como para que los espectadores saquen sus conclusiones en la relación del pasado con el presente, lo que después de todo siempre sucede con las obras maestras de la historia del teatro.

Las interpretaciones se ven marcadas a fuego por esta tendencia de la puesta en escena que ahoga la irresistible fuerza de la función. Sobre todo cuando Lluís Homar deja de informar al público interrumpiendo la acción para asumir el papel importantísimo del Gobernador Danforth, un tipo de carácter que viene a sellar definitivamente el asunto de si hay brujas o no en Salem. Es este un personaje clave cuya presencia ha de producir en el espectador el mismo miedo que padecen los personajes, pero al interpretarlo alguien a quien llevamos viendo más de hora y media deambulando por el escenario contándonos cosas, pierde gran parte de su fuerza y toda la obra se debilita, haciendo del final un apagado estallido del trágico encuentro de un hombre con la libertad. Más aún al ponerle un alzacuellos, gesto con el cual se le convierte en un religioso autoritario, lo que en ningún caso es verdad, pues se trata de un gobernador teócrata, es decir, que fusiona la ley civil con preceptos «divinos», cuya influencia es más decisiva, más dura todavía.

En total, una versión decepcionante que, sin embargo, merece ser vista, porque aunque se trata de una producción anacrónica y discursiva, el prodigioso talento de Arthur Miller se resiste a morir, y el estupendo reparto se entrega con una conmovedora honestidad, plenamente integrados todos los intérpretes en la palpitante riqueza de sus personajes.

LAS BRUJAS DE SALEM

Autor: Arthur Miller

(No consta traductor)

Adaptación teatral: Eduardo Mendoza

Versión literaria: José Luis López Muñoz

Dirección: Andrés Lima

Ayudante de dirección: Ester Nadal

Intérpretes (por orden alfabético): Miriam Alamany, Nausicaa Bonnín, Marta Closas, Borja Espinosa, Miquel Gelabert, Núria G. i Llausí, José Hervás, Lluís Homar, Carles Martínez, Anna Moliner, Nora Navas, Albert Prat, Carme Sansa, Yolanda Sey, Joana Vilapuig

Escenografía y vestuario: Beatriz San Juan

Iluminación: Valentín Álvarez

Música original: Jaume Manresa

Espacio sonoro: Jordi Ballbé

Coproducción Centro Dramático Nacional, Teatre Romea y Grec 2016 Festival de Barcelona

Funciones con accesibilidad para personas con discapacidad auditiva y visual: Jueves 9 y viernes 10 de febrero.

Teatro Valle Inclán. Del 20 de enero al 5 de marzo de 2017

 

 

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