Álzame en tus brazos, deslízate sobre mi cuerpo (cuento erótico.
Por Camila Cantos
Luego de tanto pensar, guardé todo en las cajas, puse en venta la casa de la tía Debora y arranqué el coche. Pude pensar con claridad.
Al llegar a la ciudad supe que viviría en Almagro, Buenos Aires siempre había tenido un deslumbre para mí. Pude conseguir lo que me imaginaba, luego de todo aquello. Hable con Susana, la tía Debora tenía razón cuando hablaba de ella y decía que era increíble.
Susana, con sus zapatos de plataforma, sus ojos azules, su cabello negro, alta; Me dijo que subiera por las escaleras y así fue como me mostró el lugar en donde viviría por un largo, largo tiempo. Comenzó a llover en la gran ciudad. Pude colocar las cortinas, eran violetas, como ese vestido de la secretaria, amante, zorra y cachonda por decirlo de alguna manera. Esa secretaria que había hecho que Papá, no estuviera más con ninguna otra mujer.
Me subí a la silla, eran todas sillas de roble como a mí me gustaban. Coloqué las cortinas como dije antes, luego agarré el paraguas, y me dirigí para tomar un taxi. Era cómo en aquella escena de esa viejísima película “El mismo amor, la misma lluvia” de Campanella. A mí me enamoraba ese cine clásico nacional, tan voluptuoso, como mis cabellos que enamorarían a algún seductor que se encontraría seguramente en un bar de las calles o avenidas. Bajé del taxi, pude ver un gran edificio con alfombras rojas, el ruido de la ciudad era impresionante para mis oídos. Escuche un susurro, miré los anuncios. Y era él, ojos azules, pálido, morocho, alto. Me dijo que pasara, que me estaba esperando. No sabía su nombre, se lo pregunté. Y me dijo que era Noah, no era italiano, ni ruso. Me dijo que me explicaría todo en un bar de lugar. Subimos las escaleras y fue así que me invitó a tomar una copa de ese vino rústico. Le dije a que vine, que era porque había visto esa luz en el anuncio, me pregunto: ¿Qué anunció? y le dije que tocaba el piano, que era pianista.
Él me contó que hacía más de dos años que se había mudado de Mendoza. Le pregunté por qué, y me dijo que su mujer lo había engañado. Así fue como le dije mi nombre, él se lo anotó, y se anotó el nombre de la calle en donde estaba situado mi departamento. En ese momento sentí como si un caracol de esos que estaban en la plaza, recorriera mis ansias. Miraba sus ojos relucientes, esa barba que tenía en su rostro, pensaba que tenerlo solo para mí, hacerlo mío era un deseo desde el primer sentido. Sólo nuestros cuerpos lo sabrían.
Así fue como me dijo que tendría que seguir trabajando. Él era compositor, y también sabía de percusión, le gustaba viajar y amaba los recitales.
Le dije que lo vería luego y así fue como me fui del bar. Al salir del lugar sentí que mi pecho palpitaba, llegué al departamento, me senté en la cama y me tiré de un salto.
Se me desató el pelo, me sentía como si hubiera volado 80 días en un globo de aire por todo el mundo, como si esa vieja canción de los beatles hubiera sonado por toda la habitación. Así fue como seguí mi rutina.
En ese momento sonó el teléfono y era Mercedes, la vecina. Me dijo que quería invitarme a salir, a dar vueltas por la ciudad. Mercedes era de esas mujeres que salían de tacón y carteras de gamuza. Le dije que aceptaba, que estaría lista a las ocho.
De repente entre al baño, me di una ducha, me calmé, busqué los zapatos, había tantos que no sabía cuál elegir, o si ponerme unas botas. Encontré un par, me los puse, y me los probé al igual que las botas de tacón alto. Finalmente me puse los stilettos , de color vino. Busqué el vestido con escote en la espalda que me había regalado ese viejo amor que tuve y con eso completé mi atuendo.
Salí de la habitación y pensé que ella ya debería estar ahí, en ese momento escuché que tocaban la puerta y salí. Me dijo que me veía bien, le pregunté a donde iríamos y me dijo que me quedara tranquila y que sabía cómo divertirse.
Fuimos a Palermo, a un bar. Había un acústico de una banda al estilo Oasis, era un bar estilo Cortázar, eso me hacía poner voluptuosa y al revés en una transformación de Maga, o quizá despertaba una auténtica personalidad mía sin miedo, sin ataduras al pasado, ni a nada de aquello que me hacía poner en un camino sin sentido. Sentí que alguien que me miraba, una mirada a la que podría reconocer entre millones de personas, en cualquier parte del mundo a donde vaya lo podría ver. Era él, sabía y sentía que lo quería dentro de mí. Esos ojos de zafiro, esa mirada tan extravagante. Era tan eterno este momento, era como mil campanadas en una velada de Italia.
Él se acercó a nosotras, le pregunté cómo estaba, me dio un beso en el cuello como saludo, se lo devolví cerca de la mejilla.
Mercedes nos dejó solos, inventando que tenía que irse. Por lo menos ya había tomado un par de tragos y así fue como él se sentó junto a mí.
Hablamos de tantas cosas, me dijo que mi pelo era como esa seda de sus sueños más húmedos y sinceros que podría haber tenido en su vida. Me acordé de todas aquellas fantasías. Mientras ambos disfrutamos de esas melodías en el bar.
Ese estilo en su persona, su cabello. Su forma de ser, tan fresco y sincero, que estuve segura que me haría revolcar de placer si pasara.
Terminó la función y me preguntó si yo quería ir a su departamento, poniendo cara de niño caprichoso. Le dije que sí y nos dirigimos hacia Puerto Madero.
Caminamos por el lugar, el tomándome la cintura, besándome el cuello. Uno de esos placeres que sentía como si fuera un diamante en bruto, un caramelo en su boca, una fragancia de mañana. Durante la noche estuvimos en su departamento. Cuando llegamos, luego se subir las escaleras, él me hacía caricias en el pelo, en mi cuello y en mi cintura. Después me tiró en la cama, frente a un gran espejo donde nos reflejamos los dos.
Me sacó el vestido, me puso unas botas color rojo de tacón alto y me dijo al oído que me desvestía. Me sacó suavemente el corpiño. Y me tomó suavemente, empezó a recorrer mis caderas, mis muslos. Luego me tomó de la cintura, recorriendo suavemente mi cuerpo con pequeños besos. Yo me sentía Marilyn Monroe en una expresión de hipnotismo total con ese acto. Me recostó, me empezó a recorrer de arriba hacia abajo. Una suave cascada húmeda y tomándome los pechos, me dijo al oído que me amaba, que me quería única y voluptuosa. Suspiré, me llevó a la ducha, agarró el jabón y lo deslizó suavemente por mi espalda, recorriendo mi cuerpo, desde mi suave pelo hasta mis pies mojándose en la ducha mientras el agua tibia caía por mi espalda. Nos acostamos, sintiendo que nos había encantado el momento, él me preguntó si quería vestirme, y le dije que me trajera una toalla y que me quedaba con las botas puestas, luego de eso, anocheció y nos bañamos juntos. Puso una vieja canción de Fito Paez. Esa canción que él le cantaba a Cecilia cuando estaban tan enamorados “Dos en la ciudad”.
Me embobaban los ojos de él, esos diamantes. Sentía su piel junto a la mía, mi corazón palpitaba al ritmo de esa melodía.
Me dijo que él ya salía y se cambiaba, yo le dije que saldría luego. Me peine, me envolví en el toallón y salí de la ducha. Fui para la habitación, él estaba ahí perfumándose, me dijo que me vistiera, así salíamos. Me puse ese vestido strapless negro, que me ajustaba y marcaba mi cintura, Las botas rojas pasaron a un par de zapatos nuevos que tenía en el armario. La mucama me los había traído de mi departamento.
Como decía Fito, si es amor, las reglas del amor. Una de mis reglas era poner poesías para él en mi cuaderno. Poner rock nacional, porque sentía que mi alma volaba por toda la ciudad.
Así fue como esos zapatos entraron en mis pies, altos de plataforma, de un color rojo también.
Fuimos por San Telmo, muchas parejas nos miraban, al pasar por un bar me dio besos en el cuello, una pareja de abuelos que estaban allí festejando su aniversario nos miró. Uno de ellos me agarró la mano y me dijo que el amor prosperó y eterno era la misma belleza de la confianza entre las almas entrelazadas. Mientras paseábamos por la gran ciudad, fuimos mirando esas personas que tenían una vida de tanto amor. Pequeños niños corriendo por algunos parques.
Llegamos a un callejón, no tan alejado de ahí, me agarró la cintura, empezó a bajarme el strapless, mis pechos estaban tan voluptuosos y empezó a acariciarlos. Me agarró y sentí el placer en mi cuerpo, tapó mi boca con su mano para que no se escucharan mis orgasmos y fue ahì cuando desabroché su pantalón, y vi su rostro tan pálido, sus mejillas sonrojadas de placer.
Fue así que me dio la vuelta y empecé a sentirlo. A la luz de la ciudad, ese placer tan extremo. Aun así , luego de ese momento me vistió, me subió el vestido y se acomodó los pantalones.
Me dijo si quería ir a tomar algo y le dije que si que estaba algo hambrienta, fuimos a un resto, en donde había un amigo de él.
En ese momento empezó a sonar “Sexo” de Spinetta, y acariciándome la pierna con su mano, sintiendo el riesgo de que alguien nos viera, me decía que era su morocha. Y yo cada vez estaba encantada con èl.
Luego de eso, mientras aùn seguía la melodía, vino, una mujer rubia que nos miró y nos dijo que íbamos a pedir. Le dijimos que unas empanadas de jamón y queso, con un par de copas de Malbec y ella desapareció en ese instante, luego volvió, y nos trajo lo que pedimos.
Brindamos por ese maravilloso verso que nos dedicaron esa pareja de abuelos.
Encantados, enredados en ese ambiente rojo y pícaro, recordamos viejos momentos, del momento en que nos conocimos.
Y así mi noche fue maravillosa, al salir del resto, saludamos a su amigo, tomamos algo más y fuimos a Puerto Madero. Allí nos sentamos en un banco, me tomó por la cintura dándome pequeños besos en el cuello y me dijo que siempre sería suya.
Nos quedamos hasta la madrugada, sentí que ese era mi momento eterno, el amor al rojo fuego.
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