Jane Austen, Charlotte Brontë y George Elliot: Las novelas nada tontas de ciertas damas novelistas
Por Jesica Lenga
Les propongo un juego, en este momento tomen una lapicera y una hoja (imaginarias si quieren) y ármense una lista que incluya a los mejores autores del siglo XIX. Imagino sus posibles candidatos: Poe, Balzac, Víctor Hugo, Tolstoi, Dostoievski, Dickens, Pérez Galdós. ¿Se dan cuenta? ¡No hay ninguna mujer en esa lista! No, no me propongo aquí escribir un ensayo acerca del feminismo ni indagar acerca del sometimiento de las mujeres en el pasado, en realidad a lo que me gustaría hacer alusión es a los prejuicios de nuestro presente. Es un error muy común en nuestros tiempos creer que ahora las mujeres salieron de sus casas, que ahora tienen una profesión, que ahora se destacan en las distintas ramas del arte y que antes ninguna de estas cosas pasaba. Y sin embargo, hace doscientos años (o más) ya había muchísimas mujeres haciendo grandes cosas: realizando descubrimientos científicos, destacándose en las matemáticas (como Ada Lovelace, la hija del célebre Lord Byron), también escribiendo novelas… somos nosotros los que tendemos a olvidarlas. Jane Austen, Charlotte Brontë y George Elliot son solo algunos de los nombres femeninos que descollaron en la literatura decimonónica. Las tres tuvieron que luchar contra los prejuicios de su tiempo, y siguen haciéndolo ahora. No importa cuántos autores y críticos recomienden la literatura de estas mujeres: Nabokov, Terry Eagleton, Julian Barnes y Martin Amis por nombrar solo algunos, por lo general cuando una confiesa estar leyendo una de sus obras recibe una mirada despectiva o a lo sumo complaciente que parece decir :
-Ah, esas novelitas para chicas.
George Elliot se hizo cargo de este prejuicio en el delicioso ensayo Las novelas tontas de ciertas damas novelistas, que por cierto da título a mi artículo. En ese pequeño ensayo Elliot ironiza, se burla y destroza sin ningún tipo de piedad a aquellas que hoy llamamos “novelas rosas”. Además define, clasifica y categoriza científicamente los distintos tipos de boberías que podemos encontrar en la “literatura femenina”.
El género de las novelas tontas escritas por mujeres tiene muchas subespecies que, según la calidad concreta de la tontería que predomine en ellas, pueden ser superficiales, prosaicas, beatas o pedantes. Pero la amalgama de todas estas subespecies variopintas produce un género- basado en la fatuidad femenina- donde pueden incluirse la mayoría de estas novelas, que podríamos llamar del estilo de artimaña y confección
No se confundan, esto no significa que George Elliot descalifique toda literatura hecha por mujeres. Por el contrario, en su ensayo celebra a la literatura como uno de los primeros espacios en los que las mujeres tuvieron la posibilidad de igualar a los hombres, escribiendo novelas no solamente buenas, sino de las mejores. Las novelas femeninas, sostiene, tienen un carácter propio, cuentan vivencias distintas a las que aparecen en aquellas escritas por hombres. Por eso una escena literaria desprovista de autoras, estaría incompleta, sería pobre.
Pero entonces… ¿qué es lo que distingue a las escritoras buenas de las lamentables? Elliot señala tres cualidades: El humor, la pasión y la capacidad de observación genuina. Son precisamente estos rasgos los que nos permiten caracterizar a las autoras que nos ocupan.
El humor: Jane Austen
“Yo no soy lectora de novelas. Raras veces hojeo novelas. No crea usted que leo novelas a menudo. Es realmente buena, para ser una novela”. Esto es lo que suele oírse habitualmente en todas partes. “¿Y qué está usted leyendo, señorita? Oh, se trata tan solo de una novela”- replicará la joven dama. O por decirlo en otras palabras, se trata únicamente de una obra en la que se manifiestan los más grandes poderes del intelecto y que se revela capaz de transmitir al mundo […]las manifestaciones más vivas del ingenio y el humor
Este pequeño fragmento de La abadía de Northanger, condensa muchas de las cosas que quiero decir sobre Jane. Quienes esperen encontrar en un libro un tono meloso, azucarado, parecido al de las telenovelas de la tarde, definitivamente no deberían leer a Austen. Con un pie en el siglo XIX y otro en el XVIII, sus novelas se caracterizan por un uso de la ironía y la sátira que aunque mucho menos virulenta y corrosiva, se acerca al estilo de autores como Jonathan Swift o Tobías Smollet.
A nivel personal, La abadía de Northanger, es una de mis preferidas entre todas las novelas de Jane posiblemente, porque es un libro que habla sobre otros libros y sus lectores, como todos mis preferidos. Catherine Morland, su heroína, es una lectora devota de las novelas góticas, ese género que despertó pasiones pero también produjo algunos de los engendros más estrambóticos y absurdos en la historia de la literatura. Catherine, esta especie de Quijote de la campiña inglesa, vive inmersa en un mundo de fantasías y no puede evitar confundir la realidad con las ficciones, góticas por supuesto, que ella se inventa. Claro está que la historia de Catherine no es más que un pretexto para que Jane descargue sus municiones contra esas ridículas historias de vampiros ensangrentados, contra esos exagerados villanos y esas debiluchas damiselas en peligro. Quizás el ataque de Jane les parezca un poco desmesurado, pero tiene una razón de ser: el género gótico alentaba precisamente las sensiblerías y la irracionalidad de las que, según su visión había que despojar a la educación femenina.
Es cierto que todas las novelas de Jane tienen un final feliz, y también que ese final feliz siempre es un casamiento pero también es verdad que en todas, Austen propone un modelo de mujer racional, independiente, capaz de juzgar la realidad por sus propios medios, incluso cuando esto implique equivocarse.
Esto es precisamente lo que sucede en Orgullo y prejuicio, todos los juicios que su protagonista, Elizabeth Bennet, realiza resultan erróneos.
Si mi artículo está bien escrito, ningún interlocutor debería dejar de correr a buscar Orgullo y prejuicio después de leerlo. Orgullo y prejuicio es uno de esos títulos insoslayables para cualquier lector que se precie de sí. Si uno analizara la historia superficialmente podría creer que es solo una más de esas novelas tontas sobre la chica pobre que se casa con el rico, pero estaría terriblemente equivocado. Lo que hace tan genial a esta novela, es que en ella Austen procede del modo exactamente inverso al del género gótico. En lugar de elaborar estereotipos, los desbarata. Lizzie procede exactamente del mismo modo en el que actuamos todos, colocándole etiquetas a cada persona que conoce, así cataloga al acaudalado Darcy desde un principio como un presuntuoso, en cambio el soldado Wickham es para ella un alma sensible, una pobre víctima del orgullo de Darcy. Sin embargo, a lo largo de las páginas de la novela, Elizabeth aprenderá que las cosas eran exactamente al revés que como se lo habían dictado sus prejuicios.
El humor tampoco falta en Orgullo y prejuicio, Austen lo usa en forma de sátira, como en muchos de sus relatos, para burlarse del filisteismo de la clase burguesa. Aquí introduce uno de sus personajes más deliciosamente graciosos: la señora Bennet, madre de las cinco hermanas que componen la familia Bennett. La señora Bennet siempre me dio la impresión de ser lo más parecido a una madre judía que uno pueda encontrar en la literatura inglesa, siempre preocupada por casar a sus hijas y en la medida de lo posible, casarlas bien.
En esta, la más lograda de sus producciones, Austen consigue darles una gran complejidad y plasticidad a sus personajes, tanto que resulta casi inadmisible, inaceptable que la señora Bennet, Darcy o Elizabeth no sean personas reales, capaces de caminar entre nosotros.
Charlotte Brontë: La pasión
A decir verdad, juntar a Charlotte Brontë con Jane Austen es un poco injusto. No sé si Charlotte se hubiese sentido muy a gusto tomándose un té con su colega, por ejemplo. Para Charlotte Orgullo y prejuicio no era más que:
[…]un lugar común; un jardín cuidadosamente vallado y cultivado, con bordes limpios y flores delicadas; pero ni un atisbo de una fisionomía vívida y luminosa, ningún campo abierto, nada de aire fresco, ninguna colina azul.
y es cierto, la prosa racional y mesurada de Austen podría parecer insulsa al lado de la turbulenta poesía de Brontë. Si los personajes de la primera viven en entornos rurales, rodeados por una naturaleza apacible, los de la segunda se mueven en torno a una naturaleza indómita y salvaje, que se corresponde mucho con sus propios caracteres.
Mucho más cercana al romanticismo, en las cuatro novelas que Charlotte llegó a escribir nos topamos con temas que Austen jamás hubiese osado tratar: amores desmesurados, locura, bigamia, rebeliones, fantasmas. La suya es una literatura de la pasión.
No sé si podría decirse que fuera una feminista, pero en todas sus producciones, las protagonistas, siempre huérfanas sin protección, son las responsables de forjarse su propio destino y es gracias a su empeño e ingenio que consiguen no sólo sobrevivir sino alcanzar el éxito.
Jane Eyre, la más famosa de sus heroínas(que da lugar a la novela homónima) se ve obligada a colocarse como institutriz para mantenerse, pero dentro de Thornfield Hall, el castillo con rasgos góticos donde vive su discípula Adele, conoce a su futuro amor, el señor Rochester, un héroe con visos byronianos. El señor Rochester dista de ser un príncipe azul, es rudo, vulgar y a veces hasta agresivo. Sin embargo logra despertar todos los deseos reprimidos de la rigurosa y puritana Jane. Esta truculenta novela tiene todos los elementos para hipnotizar a cualquier lector: una esposa loca, un ama de llaves siniestra y una competidora rubia y frívola. Por si fuera poco, incluye separaciones desgarradoras e incendios.
Hay algo radicalmente revolucionario en Jane Eyre, quizás sea eso lo que provocara que D.H Lawrence calificara a esta novela como “pornográfica” y es que hacia el final de la historia Jane termina imponiéndose sobre el otrora indómito señor Rochester. Tras una larga separación, Jane regresa al hogar de su antiguo amo habiendo heredado una gran fortuna, pero el señor Rochester no es el mismo, ha quedado ciego después de un incendio, ahora él depende ella. Charlotte Brontë invierte las relaciones de poder y le da a su novela un final utópico en el cual hombre y mujer son pares económica y socialmente.
La observación genuina: George Elliot
Dentro de nuestro grupo de autoras, George Elliot fue la que gozó de un mayor reconocimiento público, fue una celebridad en su tiempo y se movió en las más altas esferas intelectuales. Elliot fue íntima amiga de Charles Dickens e incluso llegó a publicar textos escritos en colaboración con él. Sus literaturas están muy emparentadas, ambas pueden ser ubicadas dentro del movimiento conocido como realismo. Los juicios y la forma de escribir de Elliot son mucho más desapasionados (pero también más críticos) que los de Brontë. Aun así, en la vida real Elliot se permitió muchas más pasiones y libertades que las conservadoras Jane y Charlotte. De hecho, la libertad es un tema central en la mayor parte de sus obras.
En Middlemarch aborda el tema de la libertad individual de la mujer. Dorothea, protagonista de esta maravillosa novela, es una mujer inteligente y resolutiva que toma sus propias decisiones sin aceptar imposiciones ajenas: primero desatiende a su familia y se casa con el desaprensivo doctor Causabon que colma sus inquietudes intelectuales, luego desobedece el último mandato de su difunto marido: no casarse con su joven primo William Ladislaw y se une a este desafiando todas las convenciones sociales.
Daniel Deronda, en cambio se refiere a la libertad colectiva de un pueblo: a pesar de no tener ningún vínculo con el judaísmo Elliot se refiere en ella a la historia de este perseguido pueblo y su lucha por tener un lugar propio.
Hace unas pocas semanas la BBC estrenó una película referida a la vida de las hermanas Brontë titulada To walk invisible. Más allá de lo conmovedor que puede ser para una lectora de Charlotte verla escribiendo la famosa primera línea de Jane Eyre: “No había ninguna posibilidad de salir a caminar aquel día” es muy interesante lo que el personaje de Charlotte dice en el film: las mujeres pueden y tienen que avanzar, sí, pero en la invisibilidad. No era aceptado, en aquellos días que la mujer se moviese por sí misma. Quizás por eso estas tres autoras se refugiaron en la invisibilidad de un seudónimo. Sea como sea, pienso que nuestra tarea como lectores, es hacer a su fantástica literatura, bien visible.
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Excelente artículo!
Impecable, una invitación a leer a estas tres maravillosas mujeres! Propongo una parte dos, abordando a las autoras argentinas, grandes mujeres de letras. Alejandra, Silvina, Alfonsina. Que te parece?
estoy de acuerdo en la mayoría de lo que dijiste excepto con «no estoy segura de si Charlotte Brontë era feminista». De las tres mujeres que nombraste ella es la mas feminista de todas por mucho. Jane Eyre es considerada la novela pionera del feminismo. Una mujer que se abre su propio camino sin depender de nadie, las frases que abundan en el libro es una prueba del pensamiento feminista de Charlotte. Esta frase por ejemplo “Se supone, generalmente, que las mujeres deben ser más tranquilas, pero la realidad es que las mujeres sienten igual que los hombres; que necesitan ejercitar sus facultades y un espacio en el que pueden esforzarse como sus hermanos masculinos; sufren al verse tan rígidamente reprimidas, condenadas a la inactividad, exactamente de la misma forma que sufrirían los hombres; y es una gran estrechez de miras cuando sus privilegiados prójimos dicen que las mujeres deben limitar su vida a preparar budines y tejer calcetines, tocar el piano o bordar los bolsos. Es una falta de consideración condenarlas o burlarse de ellas, si intentan hacer algo más y aprender más de lo que la tradición prevé para ellas.” las protagonistas de Jane Austen no son ni la mitad de independientes ni feministas que Jane Eyre. Las historias de Austen siempre terminan con el típico matrimonio ideal de la época, el hombre que provee y la mujer ama de casa (Elisabeth, que es el personaje mas independiente de Austen, tuvo un final así ya que en el libro jamas pensó construirse un futuro por si misma, solo quería un matrimonio por amor). Fuera de ese punto estoy de acuerdo con el artículo.