En su máximo grado de pureza, decía Wolfgang von Goethe en su preciosa teoría del color, el azul trae consigo un principio de la oscuridad; “es algo así como una negación estimulante, una contradicción entre la excitación y el reposo”. Quizás no haya una explicación más bella para la paradoja íntima que tanto nos atrae del color azul, y que explica en parte su carácter de autoridad metafórica en el repertorio de asociaciones humanas.
Además de sus ya patentes asociaciones antropológicas a la virtud, la autoridad y la divinidad, o a la tristeza y la calma desde el ángulo psicológico, acaba de publicarse un estudio que nos dice que el azul tiene muchísimo que ver con la salud mental, específicamente el azul vasto de la naturaleza en el cielo y el mar. Los resultados llegan a nosotros como un recordatorio de la primacía que tiene sobre nosotros la limpieza visual, los horizontes marinos, los cielos abiertos. Este estudio es el primero en vincular la salud y la visibilidad del agua y el cielo, que los científicos llaman “espacio azul”.
Para medir la angustia mental, los investigadores de Michigan State University, liderados por la Dr. Amber Paterson, utilizaron la Escala Kessler de Angustia Psicológica (K10) que ha probado ser un predictor eficiente de la ansiedad o desórdenes de ánimo. Encontraron que aquellos que tenían más vistas a espacios azules demostraban niveles más bajos de angustia psicológica. Significativamente más bajos, de hecho.
Y mientras se tiene que investigar más a fondo si existen otros tipos de “espacios azules” que con su profunda contradicción entre la excitación y el reposo generen salud mental (como cuerpos de agua más pequeños, obras de arte, flores), lo que queda claro es que la contemplación, ese oficio natural del ser humano, debe encontrar periódicamente su punto de reposo en el cielo y en el mar.