"Sí importa el modo en que un hombre se hunde", de Rodrigo Cortés
Por Gorka Rojo.
En el cielo hay millones y millones de estrellas(…) pero realmente a la vista, entre polución, astros débiles, contaminación lumínica y la propia atmósfera, apenas se ven unas pocas decenas. Y además esta noche hay nubes. Eso significa varias cosas. Una es que los poetas son poetas y no tienen ni puta idea de cómo es la realidad, esa es la primera cosa.Y la segunda es que el mundo, se mire como se mire, es una porquería de mundo: pequeño, mezquino y engañoso; así es el mundo y así es el cielo; y si uno no se puede fiar del cielo que es más o menos igual en todas partes, no se puede fiar de nada. Por eso, tengámoslo claro, no hay forma de tener un avión si no puedes pagar el hangar. Y ese es, precisamente, el tipo de cosas que ningún poeta de mierda encuentra tiempo para contar.
He leído un libro que es de alguna manera conmovedor. Cáustico y desapacible. Acidulado pero, sin embargo, extremadamente pedagógico. No encuentro un adjetivo que defina de manera correcta y completa el conjunto del libro. Lo peor, y a la vez lo mejor, es que no me ha dejado indiferente. Si lo pienso, la verdad es que es de lo mejor que he leído últimamente. Pero me ha dejado el cuerpo raro. No es que me haya dejado mal cuerpo, tampoco es eso. Pero hay cosas que no paran de revolotear por mis meninges. Han pasado casi dos de semanas desde que lo terminé y aún resuena en mi cabeza.
Resonar. Creo que esa palabra sí está bien escogida.
Sí importa el modo en que un hombre se hunde. Ese es el título. Es un poco largo. Además hace un spoiler. Hay un hombre, y se hunde. Ya sabemos a lo que vamos. Como Julio Verne: Cinco semanas en globo. Viaje al centro de la tierra. La vuelta al mundo en ochenta días. Al grano. Es de agradecer. Yo iba preparado, de alguna manera, para que alguien se hundiese. Hay muchos libros que hablan de gente que se hunde pero, joder, no como lo hace éste hombre. Y no como nos lo cuenta el autor.
El autor. Y no.
Luego hablaremos del autor. Se llama Rodrigo Cortés y es director de cine. Y escribe. Aquí lo que importa ahora es que escribe. Si queréis saber de sus películas, las veis. Son buenas. Pero esa es otra historia. Y la historia que nos ha traído hasta aquí es la de Martín Circo Martín. Una historia de necedad. De un fulano, que después de estudiar media vida, doctorado incluido, y sacar una plaza de profesor de Historia de la Economía en la facultad de Económicas va el destino y le da por echar la tarde con él. Porque el destino, para eso, no se anda con hostias. Y el destino, en este caso, se ha superado a si mismo.
-Verás cuando lo vea el Vacaciones,
-Se pondrá de pie de un salto y comenzará a dar vueltas alrededor del televisor hasta que recuerde que es paralítico.
-Podrías usar el premio para comprarle una silla.
-Una silla eléctrica.
-Me preguntó por ti antes. Sabe que dejaste la clase a medias.
-Media hora es todo lo que pueden retener mis alumnos.
-Media hora es más de lo que puede retener cualquier alumno.
– Y tengo mal el reloj.
– Si tienes mal el reloj…
– Creí que había fuego.
– Ya le dije ¿Qué vas a hacer con el dinero?
– No hay dinero.
– ¿Y con las cosas?
– Depende de las cosas.
– Con la lancha.
– Con la lancha tenía pensado matarme.
– Y Laura qué dice.
– Que si la quiero.
– Y qué le dices.
– Que no, que es un acuerdo con sus padres.
– ¿Y la quieres?
– ¿Me quieres dejar en paz, hombre?- concluyo haciendo un gesto al camarero para que me cobre.
El destino. A un profesor.
Porque por norma general, los peores golpes duran solo un momento. Una mala decisión, tus resultados del último análisis. Un volantazo en un día de lluvia. Un rápido vistazo al móvil mientras cruzas la calle. Te cambia la vida, pero el golpe es instantáneo. Ahora lo ves, ahora no lo ves. Pero con Martín Circo Martín, el destino se puso creativo. Y le echó paciencia, el hijoputa. A nuestro querido Martín le tocó el mayor premio de la historia de la televisión. Tres millones de euros. Bien, ¿no? Pues no. Porque todo, absolutamente todo el premio fue entregado en especias. Casas, coches, avión, barco, ropa y cada maldito enser que puedas imaginar. El gran lote. Flashes y confeti. Bueno pero al final son tres millones, ¿no? Pues no. Porque no le dieron ni un euro en metálico. Sí pero tenía tres millones. Algo se podrá vender. Pues eso pensaron Martín y su novia, así que fueron al banco y pidieron un crédito. Para ir empezando. Para los gastos.
Un crédito. Para los gastos.
Poco tardó Martín en darse cuenta de que la única persona que veía tres millones de euros era el inspector de hacienda que le reclamaba más de la mitad del dinero. Impuesto de aumento del patrimonio, decía. ¡Pero si no hay dinero! Ya, pero para hacienda sí. Y, ¿no puedo pagar en cosas? Va a ser que no. Y si las vendes ya no valen tres millones. Y esas cosas pesan mucho. Tanto, que empiezan a hundir a Martín. Poco a poco. Pero Martín tiene una novia y amigos y una familia con un cuñado. Y un trabajo serio de profesor.Y tres millones de euros. Además, es un chico listo. Es economista. O profesor de historia.
Economista. Una historia de necedad.
Necedad porque todos podemos ser Martín. Por que todos podemos ser el amigo idiota o la novia simple o el cuñado insoportable. El jefe amargado. Todos podemos ser cualquiera de esas personas. Y eso es aterrador. Es aterrador leer la historia de la manera en la que nos la cuenta Rodrigo Cortés. Transformando la sátira en afilada crítica. Llevando la ironía hasta la misma frontera con la locura. Una locura a la que llegas por unos razonamientos terroríficamente lógicos. Casi cartesianos. Razonamientos que salen de unos potentísimos diálogos en boca de sus poderosos personajes. Edmundo. Un economista disidente que acompaña a Martín en un despertar que resuelve ser un descenso a los Infiernos al puro estilo de la Divina Comedia. Un conferenciante loco que puede ver la realidad del mundo financiero con tanta claridad y simpleza que sientes la bofetada y que verbaliza de manera brillante cómo los bancos manejan al ciudadano a su antojo desde que el mundo es como es. Necio. El mundo es necio. E ignorante. Todos somos ignorantes. Ya os dije que el libro no me había dejado indiferente.
Personajes. Ignorantes.
La novia, el cuñado y el amigo. Están bien. Representan un apoyo inestable para el protagonista. Vehiculizan un tránsito del protagonista por los diferentes estados de su propia realidad. Pero la madre. Sí, la madre. ¿Sólo lo veo yo? La madre de Edmundo representa la maldita sociedad. Una sociedad que baila al ritmo que marcan los medios de comunicación. La televisión. Rodrigo Cortés metaforiza el comportamiento social masivo con una anciana que se duerme si le apagas la televisión. Una alegoría del cuarto poder utilizando un simple mando a distancia. Es brillante, joder. Decidme que alguien más lo ha visto, por favor. Maldito Rodrigo Cortés.
El autor. Rodrigo Cortés. Hay pocos adjetivos que aplicar a este chico. Quizá ninguno. Mejor algún sustantivo. Talento. Inteligencia. Ambos llevados al extremo. Sarcasmo con una enormérrima carga literaria. Un artefacto narrativo creado para contar lo que no tiene cabida en una película. Crear. Eso es Rodrigo Cortés. Un creador de historias en cualquiera de sus formas de expresión. Sí importa el modo en que un hombre se hunde es su primera novela. Espero que no sea la última. Ahora le ha dado con los tuits. Eso está bien, pero espero que no sea la última. Por favor.
Os decía que no me ha dejado indiferente. Que la historia es conmovedora. Desapacible pero pedagógica. De lo mejor que he leído últimamente. Resonante. Rodrigo Cortés. Por favor. Sí importa el modo en que un hombre se hunde. Importa mucho.
Dag nabbit good stuff you whppiersnappers!
Una mente genial de la cual hay que extraer todo lo que se pueda antes que se acumule demasiado y no me alcancen las neuronas para hacer un contenedor más grande
Rodrigo Cortés es uno de los mejores especímenes humanos de cuya existencia haya sabido.