'La vida de Kostas Venetis', de Octavian Soviany
Por Ricardo Martínez Llorca
La vida de Kostas Venetis
Octavian Soviany
Traducción de Doina Fagadaru
Dos Bigotes
Madrid, 2016
446 páginas
El artificio es clásico: un hombre en su lecho de muerte dicta su vida a un escribano. El escribano oculta al auténtico narrador que él posee la capacidad de hacer más o menos verdad de aquello que relata, que en su mano está la voz e incluso el cambiar los crucifijos por la pornografía. Con lo que la vida del moribundo pasa a ser la ceremonia, el homenaje o la venganza, que decide el escribano. Por norma general, el elegido es la última persona a la que uno quiere, pero los sentimientos no siempre son compartidos. En cualquier caso, debemos dar carta de naturaleza al narrador y confiar que eso que reproduce es verosímil. Es un texto del calado de esta novela, que era necesario que apareciera en el panorama editorial español. Le deseamos la mejor de las suertes, porque hace tiempo que no leíamos a un acólito de Henry Fielding, de Cervantes o hasta de Herman Melville, sí, aunque parezca increíble, que se mereciera tanto tener éxito. Su extensión y la itinerancia del protagonista, sus pasos de una y otra frontera, geográficas, sentimentales y pornográficas, su limitada capacidad para definir su destino, sus dudas sobre el bien y el mal, su paso de la ignorancia a la arrogancia, y de la arrogancia a la humildad, le hacen heredero de la mejor literatura histórica, y de los autores arriba mencionados.
También de Casanova, de la picaresca y, por momentos, de la novela histórica. Pues los sucesos que ocurren a lo largo de su vida afectaran a sus decisiones. No es casualidad que su origen sea griego, dado que en Grecia nació nuestra cultura, ni que fallezca en París, centro del europeísmo de la primera mitad del siglo XX. Pero tampoco su viaje a un lado y otro de la frontera con Turquía, en una etapa en la que el orientalismo estaba de moda. A pesar de la llamada de atención, que nos mantiene en vilo, que es el sexo, no es esto lo más importante en la obra. Digámoslo ya para no detenernos en ello: la pederastia, el brutalismo, la homosexualidad salvaje o delicada, el transexualismo, la escatología sexual o, como dice el personaje, joder por ira, aparece constantemente en este testimonio. El sexo puede ser grotesco, una expresión que es un oxímoron, pues todos confiamos en la celebración de los cuerpos que son las caricias. Pero el relato, como no podía ser menos, tiene mucho de psicoterapeútico: Venetis trata de separar la culpa del destino. Esa parte no la puede manipular el narrador.
Y mientras tanto, el lector asiste a una vida tan llena de sucesos, que por momentos no permite detenerse a contemplar. Venetis no accede a ese lujo, excepto cuando le queda poco aliento. Es como si revisara su vida sin ver su reflejo. De hecho, desconocemos hasta qué punto ama, odia o le resulta indiferente la suerte de los seres con los que comparte aventura y pornografía. Es decir, lo desconocemos cuando el otro personaje coprotagoniza una parte larga de la vida de Venetis. Porque en lo que se refiere a los seres que le hacen daño, nos deja bien claro cuáles son los castigos. Desde el que le maltrató en la infancia, hasta la alta clase política, contra la que termina planeando un atentado, en París, sumándose a un clandestino grupo anarquista. Por lo demás, Venetis, por decisión propia o para sobrevivir, es un camaleón, algo que le facilita su físico andrógino. Se viste de mujer en un harén o de pordiosero en los callejones donde habita la miseria a finales del siglo XIX. Tal vez se trate de un ser acomplejado, de alguien que duda sobre si es lo bastante bueno, porque no siempre quiere serlo, pero sabe que no todo el mundo se merece su venganza. La interpretación psicológica queda abierta. Pero no hay duda sobre su incapacidad para sentir miedo. De hecho, eso es lo que le lleva a intentar vivirlo todo de primera mano:
“Tú ahora no eres más que una mota de polvo azotada por el viento. Ya no tienes padres, no tienes país, solo tienes el polvo de tus suelas, e incluso aquel es el polvo de una ciudad extranjera, donde los de tu pueblo son considerados enemigos”.
Es posible que ese estado sea el de la última sabiduría: sentirse extranjero en cualquier lugar, incluida la propia casa.