'El mosquito de Nueva York', de Daniel Díez Carpintero
El mosquito de Nueva York
Daniel Díez Carpintero
Sloper
Palma de Mallorca, 2017
131 páginas
La categoría de escritor de cuentos, la corona de laurel por ganar el campeonato en la distancia breve, es una carrera en la que participan muchos, pero ganan muy pocos. Descubrir a un autor con la capacidad de condensación y la fidelidad a unos temas, es un hallazgo que conviene celebrar, porque tardaremos meses, puede que años, en volver a leer con tanta satisfacción. Este elogio no es desmesurado en el caso de Daniel Díez Carpintero (Madrid, 1979), que nos sorprende con este compendio de relatos que ganó el Premio Café 1916. Colocar a Díez Carpintero por delante de los tópicos de tantos autores consagrados, no sería ninguna exageración. Los nueve cuentos poseen el ritmo y la articulación, la trama y la estructura redonda que requieren las pocas páginas de cada uno. Pero al margen de ello, existe un mundo personal que explorar.
Excepto los niños, los personajes que habitan dentro de los cuentos son seres que han superado la adolescencia, sí, pero que se han quedado estancados en ese limbo que existe entre la adolescencia y ser adulto. Han pasado de la adolescencia a lo otro. Aunque tengan docenas de años. Son tozudos y desconocen que los actos tienen consecuencias. Prefieren quedarse en el grado de lo mediocre y no saben qué hacer con el tiempo que les sobra. Con lo cual, cuando se encuentran de vacaciones surge una suerte de trauma, que es común a la realidad, por no disponer del suficiente ingenio para inventarse algo. El tema que palpita es la responsabilidad de ser adulto. Crecer duele, y por tanto es mejor no dar el último paso.
Díez Carpintero elimina cualquier palabra barata. Los hechos que nos muestra son pequeños, es decir, percibimos que hay una periferia, un mundo inmenso. Pero los caprichos son individuales. Como lo puede ser una amnesia o un trastorno obsesivo compulsivo. O el recurso barbitúrico a la felicidad, que
parece ser el único al alcance de quienes protagonizan los encuentros que dan lugar al relato. El manejo del arquetipo, sobre todo el recurso a la familia, que está idealizada por los habitantes de las páginas, pero aparenta ser una farsa para el lector, es otra de las constantes de la literatura que encierra este libro en el que los padres quieren el hábito como norma de vida y algunos niños descubren que no existe la felicidad si no rompen esa regla. Aun así, los padres y madres se enfrentan a las situaciones como si estuvieran de vuelta, sin haber ido antes a ninguna parte. Por eso pueden ser alarmistas frente a lo nuevo. De hecho, ni siquiera reconocen una tensión sexual. Las apenas ciento treinta páginas de este libro son muy pocas. El lector, inevitablemente, queda satisfecho, pero no deja de ser un primer plato en una comilona que deseamos que, poco a poco, vaya sucediendo.
Ricardo Martínez Llorca