"Pensar y no caer", de Ramón Andrés
Por Daniel Fernández López.
De las numerosas referencias que han aludido al pensamiento, hay una de Hannah Arendt en La vida del espíritu que recoge con precisión el ánimo de Pensar y no caer: «La actividad pensante hace que surja la duda acerca de la realidad del mundo y de uno mismo». Es inevitable intuir que las reflexiones de Ramón Andrés (Navarra, 1955) pertenecen, justa y permanentemente, a la duda. Una que le ha llevado a identificar diez aspectos de la realidad del mundo, al decir de Arendt, que precisaban ser revisados, nuevamente atendidos. Siempre al amparo de un motivo: una música, una película, un libro; porque el ser humano se manifiesta así, con sonidos, imágenes y palabras.
Entre el reparto y la nada, el primer y el último capítulo de la obra, Andrés nos presenta a los autores que le han dado pie a formar –valga decirlo así– un espejo, ya que quien lea las páginas de Pensar y no caer encontrará un escrito que reflejará su imagen y que, si bien le mostrará sus haberes, fundamentalmente le recordará sus debes.
Sabedor de que el ser humano es una criatura que yerra y se enmienda, Ramón Andrés nos invita a cuestionarnos, a autoexigirnos, con el fin de labrar una senda mejor.
Uno de los recursos elegidos por Andrés es especialmente poderoso: el contraste, que en nuestro autor resulta de un alcance y una pertinencia mayores, dada su vasta erudición. De la misma forma que el documentalista Yann Arthus-Bertrand nos interpela con un plano del valle del Nilo seguido de otro de la megalópolis que hoy es la ciudad de El Cairo, gracias a lo cual experimentamos con inusitada fuerza lo alejados que nos encontramos de la naturaleza (lo que fuimos, lo que somos); Andrés rescata el “Cuarteto de cuerda” de Witold Lutoslawski, un músico polaco que sobrevivió a los campos de exterminio, y al instante fija la mirada sobre la Europa de nuestros días. Lo que fuimos, lo que somos, ahora dolorosamente próximos.
El juego de contrastes, presente a lo largo de todo el libro, se entiende bien si reparamos en que nuestra época ha alentado trágicamente el olvido. El resultado es un tiempo en el que no encontramos dónde mirarnos, de dónde extraer enseñanzas, desde dónde proyectarnos. Un problema que se agudiza porque el ruido y las urgencias, fenómenos propios de nuestros días, obstaculizan nuevos asideros. De ahí que Andrés sea un autor preocupado por darnos suelo, nos con-suela (él, tan atento y cuidadoso con la etimología); a tal punto entiende el escritor navarro que hemos perdido las referencias.
Un logro emprendido desde el silencio, probablemente el único inicio posible. Solo a partir de él escribe sus líneas, que nacen con un tono pausado y firme, ajenas a toda intención asertiva: Ramón Andrés sabe que el ser humano es un fluir, un ir fluyendo, no un monolito. No encontrará el lector mayor afirmación que la recogida en unas líneas del capítulo dedicado a la muerte, en las que explica el título del texto:
Pensar y no caer significa pensar y no cejar, perseverar en la pregunta, no consolidarse, no quedarse ahí, no abonar lo estático, no poner el oído a la tonalidad de la complacencia, no darse por concluido, porque nunca se llega a ser.
La duda, de la realidad y de uno mismo, salvo de la propia facultad de dudar.
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Pensar y no caer
Ramón Andrés
Acantilado, 2016
224 pp., 20 €