Novela

La condición animal, Valeria Correa Fiz

Por María J. Pérez.


La condición animal. Valeria Correa Fiz. Páginas de espuma. Madrid, 2016. 161 pp. 15€

Somos animales con las limitaciones innatas a la “condición humana”. En ocasiones menospreciamos lo especorrea-covercial de humano que hay en nosotros. Y así, nos regimos a veces por comportamientos violentos, crueles, incluso brutales. Otras veces, en una especie de simbiótica, nos dejamos llevar por lo primitivo e instintivo común al reino animal. Como dice J. Rostand: «Para el biólogo el hombre es un animal, un animal como otro cualquiera». Puede que las criaturas de este mundo se entremezclen intercambiándose rasgos en los que los mejor parados sean los animales que, conducidos por las circunstancias, advierten de los desvaríos emocionales de la raza humana.

La argentina Valeria Correa Fiz firma doce cuentos que forman La condición animal, su primer libro de relatos. Estos cuentos están divididos en cuatro secciones –cada una de ellas compuesta por tres relatos–, las cuales coinciden con los elementos primigenios del universo: Tierra, Fuego, Aire y Agua. Un orden presocrático que avanza en esa particular estructura donde los textos guardan una estrecha relación con el elemento asociado y con los demás que componen el libro, de manera que integran un conjunto en el que el ritmo de las narraciones muestra el interés por lo breve, donde el alcance es más contundente.

Y de esta forma, Valeria Correa se sumerge, a través de una prosa visceral, en La condición animal con la obsesión por conocer qué es lo que nos hace diferentes como especie y en qué consiste la condición humana.

Narraciones inusuales e inquietantes que el lector desgrana a través de imágenes rotundas concebidas bajo un lenguaje sin limitaciones de formato. Un lenguaje donde cada palabra, cada frase, es concisa y precisa y donde la cadencia del texto provoca la tensión y expectación necesarias para provocar el efecto deseado. Narraciones  en las que la locura, el amor o la muerte se entrelazan con la violencia, miseria y destrucción. Criaturas brutales, otras inofensivas, frágiles, que sufren y se perfilan en un universo hostil, cargado de sinrazón y angustia. Ese lado oscuro y sórdido del ser humano con sus debilidades, miedos e inseguridades.  Y narradores en los diferentes estilos, dependiendo de la implicación, que dibujan una unidad formal y de contenido, en unos pasajes cargados de espléndidas figuras retóricas donde la metáfora encuentra una magistral expresividad.

Los personajes de Correa son mitad humanos mitad animales, y en ocasiones son estos los que aparecen en un primer plano -como lo hiciera el tigre de Cortázar en Bestiario-, repletos de un realismo descarnado. Referencias a los grandes cuentistas del siglo pasado y de este inundan escenas con rubias al más puro estilo de Chandler quien hace su aparición junto a Poe, Rulfo, Quiroga o Kafka, entre otros.

La naturaleza en simbiosis con lo humano.

   “Todo el verano lloré a Sherry.

El viento arrancó la cruz de palitos que pusimos cerca de la huerta en el lugar exacto donde lo enterramos. Ya no tenía dónde llorarlo así que lo lloraba siempre y por todas partes. De día, lo lloraba entre los tomates. Luego de las lluvias, en los charcos donde el sol caía a pique y, por las noches, en todos los sueños.” Lo que queda en el aire.

Y la naturaleza también entra en simbiosis con lo animal, confiriendo propiedades de unos en los otros: “Nada impidió la propagación de la plaga de los anfibios y, para empeorar las cosas, el musgo gelatinoso” Criaturas. O en Aún a la intemperie: “Oigo gritar a los quebrantahuesos. Las cabezas grises se confunden con las nubes”. O también en Regreso a Villard: “Lloró las noches de lluvia debajo del maullido de los gatos en celo”.

De lo animal y lo humano

“Una hora la dormíamos y las otras dos éramos como dos colibríes en una cisterna. No. Como una hormiga negra y una colorada en un terrario. Tampoco”. Lo que queda en el aire.

Lo animal de la condición humana es la protagonista, de una manera u otra, en cada una de las historias. “Al doctor también lo cegó como a un conejo la noche del incendio”. Regreso a Villard. En ocasiones los pone al mismo nivel, como en Lo que queda en el aire, en donde dormir con los abuelos es “lo más parecido a hibernar entre monstruos mitológicos que un niño puede concebir”. O en El mensajero: “Hace meses que se ha metido dentro de tu almohada en el hospital y, como puede, te insufla esta vida marsupial de tubos, cables y agujas”. O cargados de lirismo: “Un juego, una hélice, una letanía de alas hasta que el abuelo dejó caer su manos en el regazo. Se detuvo en un suspiro la mecedora y el horizonte se tragó el último pájaro”.  Lo que queda en el aire.

Represión y deseo, nutrida relación que se manifiesta con todas sus consecuencias en La vida interior de los probadores, en donde el protagonista, a modo de híbrido deshumanizado, justifica la violencia a través de ideas mastodónticas y de cultos parafílicos trasladados al probador de unos almacenes de ropa. O en Perros, donde las proyecciones en los más indefensos -en este caso en un perro-, constatan esa deshumanización a la que me refiero. 1

Felinos, pterodáctilos, batracios… Una zoología variopinta

Porque la mirada del otro nos rescata del anonimato o porque la plasticidad y la viveza de las imágenes contribuyen a la fuerza expresiva de la historia, Una casa en las afueras humaniza a unos felinos que Correa califica de “Mis hombrecitos”, bautizándoles con nombres que desafían realidades subyacentes, como a su gato preferido: “Mi Philip”.

La locura se instala con virulencia y procacidad en Regreso a Villard y en La vida interior de los probadores. En esta última y Deriva aparecen dinosaurios irreales que simbolizan la enfermedad mental o devoran la creatividad para entrar en un mundo difuso. Una extraña plaga de ranas en Criaturas, que recuerda al Capitán Pánfilo de Alejandro Dumas, augura el drama del protagonista.

1471848645valeria_correa_webY muchas otras historias en las que se evidencia la fuerza y el virtuosismo de Valeria Correa construidas con plena conciencia, donde la intención final se manifiesta de forma clara y directa y donde brilla con más intensidad en los relatos de mayor extensión. Historias que han de ser leídas con tranquilidad para descubrir, entre atmósferas convincentes y retratos psicológicos de unos personajes más comunes de lo
que parece, el apasionado y apasionante universo narrativo de esta escritora.

Valeria Correa Fiz es autora de la Condición animal, publicado en 2016 por Páginas de Espuma, su primer libro de relatos al cual antecede el poemario El álbum oscuro, con el que quedó I Finalista Premio de Poesía Manuel del Cabral 2015.  Su último trabajo titulado El invierno a deshoras ha sido ganador este mes de diciembre del XI Premio internacional de Poesía Claudio Rodríguez. Además, coordina diversos talleres de escritura creativa de Clara Obligado en Madrid y escribe para las revistas digitales Aire Nuestro y Los Amigos de Cervantes.

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