Train to Busan (2016), de Yeon Sang-ho
Por Jaime Fa de Lucas.
Train to Busan supone el salto al cine de carne y hueso por parte del director surcoreano Yeon Sang-ho, hasta ahora conocido por su trabajo en el mundo de la animación. Esta nueva película, con la que logró el Premio a la Mejor Dirección en el Festival de Sitges, tiene su germen en otra de sus películas de animación, Seoul Station, que nace de una premisa más o menos similar, pero que, desgraciadamente, no está a la altura. La temática central es la supervivencia, una vez más, frente a una epidemia desconocida que convierte a las personas en lo que comúnmente denominamos zombis –término que la película intenta evitar–. Como el propio título indica, casi toda la película transcurre en el interior de un tren, vehículo que aísla del mundo exterior a los pocos no infectados. Allí se desatarán todo tipo de tensiones y conflictos personales. Remarcar que Train to Busan ha sido la película más taquillera en la historia de Corea del Sur.
El mayor mérito de Train to Busan es que recurre a una historia cien veces vista y no resulta monótona. El desarrollo narrativo es bastante consistente y mantiene el interés gran parte del metraje gracias a la precisión del ritmo y a la tensión que genera. Situar la acción en un tren y concretamente en la Corea del Sur actual ayuda mucho, añade cierta cualidad exótica que atrae –desde un punto de vista europeo–. Se agradece que la película no caiga en exceso en el cliché hollywoodiense, algo que suele ser habitual en este tipo de odiseas por la supervivencia. La verosimilitud también es aceptable, aunque hay un par de decisiones incomprensibles en los tramos finales.
Uno de los aspectos más negativos de Train to Busan es su sentimentalismo. Hay escenas en las que se pone demasiado énfasis en el lado sentimental de las situaciones y resulta evidente que el director está buscando una respuesta emocional en el espectador. Otro punto negro es la estupidez de algunos personajes en según qué momentos –recurso infinitamente explotado en casi todas las películas de terror–. En un determinado momento descubren un punto débil de los zombis y más adelante, en lugar de explotarlo, que sería lo más natural, deciden emprender una serie de acciones que les perjudican, todo porque el guión tiene que seguir hacia delante.
Algo que asoma subrepticiamente en Train to Busan es la diferencia de clases y la peculiar relación que establecen entre sí determinados grupos sociales de Corea del Sur –ricos, pobres, clase media, jóvenes, adultos, ancianos, etc.–. A nivel metafórico, creo que los zombis pueden reflejar una sociedad enferma en la que unos se comen a otros –algo que sucede tanto fuera como dentro del tren–, haciendo hincapié en lo despiadado que puede ser el individualismo, en la falta de solidaridad entre personas o incluso en la generosidad exacerbada de otros. Hay un referente directo que es Snowpiercer (Bong Joon-ho, 2013), una película que además de ser surcoreana y desarrollarse en un tren, también presenta esa diferencia de clases, aunque de una manera mucho más aguda. El final de la película –aviso de spoiler– podría haber sido mucho más contundente y acentuar así la crítica, pero decide caer del lado de lo convencional, no sin transmitir cierto optimismo, pues los que se salvan representan claramente el futuro de la sociedad y abre cierta esperanza.