Comanchería (2016), de David Mackenzie

 
Por Irene Zoe Alameda.

comancheria_cartelLa nueva película del director británico David Mackenzie es una especie de reverso de No es país para viejos, de los hermanos Cohen. Y, una vez se ha visto Comanchería y se recuerda la otra a la luz del momento político que atravesamos, se comprende cuán odiosas son las comparaciones, en perjuicio en este caso de la obra de los Cohen.

En contraste con los efectos artificiosos de los últimos, Mackenzie amplía la acuarela realista de la América blanca y desintegrada que comenzó Debra Granik en 2010 con su deslumbrante Lazos de sangre –la película que consagró a la joven Jennifer Lawrence–. Por su parte, los actores Chris Pine y Ben Foster lo arriesgan todo y se alejan de sus registros habituales para encarnar a los hermanos Tanner de forma portentosa, y lo hacen sin apenas hablar, desplegando su expresión corporal suturada a una cámara y una iluminación croma que parece una segunda piel.

Para Comanchería, Mackenzie ha encontrado en el guión de Taylor Sheridan (Sicario) el vehículo perfecto para recoger el conflicto más incardinado en las clases rurales de Norteamérica: la imposibilidad, tras la crisis de las subprime, no ya de sacar adelante la propia vida, sino de garantizar unas mínimas condiciones de supervivencia y opciones de futuro para los hijos. A la falta de recursos se une la aniquilación de la esperanza en unas sociedades aisladas, estériles y olvidadas por las autoridades estatales y federales. Quien haya viajado por los Estados Unidos saliéndose del circuito de las ciudades más importantes, sabrá que el principal problema del país es su extrema desigualdad, con bolsas de pobreza insalvables.

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El título original de la película es Hell or High Water, que viene a significar “pase lo que pase”, o “llueva o truene”…  y expresa la desesperación terminal que puede llevar a alguien como Toby Howard, un granjero de Texas, a asaltar junto a su hermano Tanner los mismos bancos que van a desahuciarle del rancho familiar –en cuyo subsuelo se sospecha hay petróleo–. Mientras llevan a cabo esa forma de justicia poética en medio de un desierto salpicado de pequeños y decadentes núcleos urbanos, el espectador se asoma a las vidas de los forajidos y de sus perseguidores –dos policías interpretados por Jeff Bridges y Gin Birmingham–, hasta un desenlace que recuerda mucho al de la Ilíada, con dos adversarios frente a frente que se reconocen en su pérdida y en su mutua humanidad.

Lo más sobresaliente de esta película es que cada personaje se revela a través de sus relaciones con los otros, de manera que las emociones se nutren de miradas, pausas e introspecciones; en este sentido, el espectador podría ver la película con el sonido “muteado” y no se perdería absolutamente nada. Tal es el logro del tándem Mackenzie-Taylor: escoger algo obvio, analizarlo en toda su complejidad y mostrarlo con unos pocos trazos simples. Y esa es sin duda la marca del buen cine.

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