“Himmler se parece a Himmel”
Por Dana Lima
La nueva Europa pone a prueba su rostro más tolerante a fuerza de tanta inmigración. La dinámica socio-cultural dio un giro de 180 grados a causa de los cambios en la última década llevando a repensar cuales son los valores del viejo continente. La multiculturalidad se ha expandidido en todos los ámbitos, moda, arte, costumbres, gastronomía y en las relaciones personales tomando fuerza e incluso chocando con las tradiciones del europeo. Una de las mayores ventajas con la que puede contar cualquier extranjero es el idioma. Sin un manejo más o menos decente, el asilamiento y el desarraigo son inevitables.
Carolina es caleña, su acento suave y risa alegre le hacen honor a su tierra. Recuerda con nostalgia los días soleados de su tierra natal, Colombia.
¿Qué pensás de Alemania?
—No sé, al principio me gustaba esa libertad con el que cada uno vivía su propia vida y experiencia personal, nadie te mira o juzga, pero esa libertad se fue conviertiendo en distancia y despues en soledad, en Alemania me siento un poco sola , eso en Colombia no me sucedia. El clima, el ritmo de vida, la individualidad son las diferencias que me recuerdan que no estoy en casa.
En Colombia acceder a la educación de postgrado es un lujo. La única opción posible es postularse para obtener becas, al menos para Carolina, hija de una enfermera y un almacenero. Desde la enseñanza media tuvo en claro que ser profesional era su meta. Con un 40% de beca en la universidad y trabajos que fueron desde mesera, niñera, hasta asistente en una de las agencias de publicidad más importantes de Cali, finalmente obtiene su Licenciatura en Publicidad.
En el 2012 llega la oportunidad de continuar sus estudios de perfeccionamiento. Luego de postular durante dos años en diferentes universidades y programas de postgrados se abre la puerta en Weimar, Alemania, ciudad históricamente conocida como la cuna de la poesía del movimiento romántico en el siglo XIX.
Carolina llega al aeropuertode Berlín-Schönefeld el cuatro de enero a las 10:45 a.m. La ciudad está tapizada de nieve, predomina los colores blanco y gris, todo geométricamente delineado: edificios, calles y monumentos. Su primera percepción es la de observar el exterior para poder dilucidar cómo son los alemanes, la arquitectura como construcción de la identidad de Berlín.
En el aeropuerto hay dos filas, una para los pasajeros europeos, norteamericanos y oceánicos, la otra para latinoamericanos, de medio oriente y africanos. La fila de Carolina es larga y avanza de forma lenta. El personal se toma el tiempo para revisar, pedir la documentación requerida y hacer todas las preguntas necesarias que en su mayoría ponen en duda la condición de “turistas”. El oficial tiene la capacidad de reformular muchas veces la misma pregunta incluso en utilizar eufemismo.
Carolina está nerviosa a pesar de que se le otorgó la visa estudiantil porque unos diez minutos antes deportaron a una mujer ecuatoriana que viajaba con su hija adolescente. El hecho de haber estudiado con esmero alemán parece en vano, ya que poco entiende lo que preguntan. De su boca salen respuestas monosilábicas como Ja, Nein, aunque sin lograr armar una oración fluida y completa. Su mente funciona al mismo tiempo que su lengua y ambas sufren tartamudez.
—El alemán siempre me pareció hermoso, rústico, como un pan perfectamente amasado recién sacado del horno —comenta mientras intenta hacer memoria de aquellos días.
A la salida del aeropuerto decide recorrer un poco la ciudad antes de abordar el tren que la llevará a Weimar. Se lanza a caminar por las calles de Berlín. El eclecticismo arquitectónico y cultural tapiza el paisaje. Probamente haya gente de todo el mundo viviendo allí. Edificios modernos y construcciones antiguas que sobrevivieron a los bombardeos de la guerra se mezclan y fusionan, el pasado y el presente, conviviendo y proyectando como un espejo lo que sucede actualmente en Alemania. Los viejos estamentos que han mantenido la estabilidad y seguridad de la sociedad se ven alterados por nuevas culturas y costumbres pertenecientes a los miles de inmigrantes que se han radicado en el país.
Carolina llega hasta el distrito de Mitte y se encuentra con unos de los murales más famosos de la ciudad donde está escrito How long is now. Piensa en esa pregunta acerca del tiempo, la prolongación del presente y la implícita reminiscencia del pasado como clave para entender a la sociedad alemana estigmatizada por su historia, no sólo por el nazismo, sino también por el temor a la idea nitzcheriana del “Eterno Retorno”. No hay nada peor para un alemán que ser de mente cerrada y discriminador.
Weimar es diferente en términos arquitectónicos y culturales, la cantidad de residentes extranjeros es mucho menor que en Berlín, las tradiciones alemanas están menos “desdibujadas” por así decirlo. La ciudad está perfectamente preservada, el orden es lo que rige todo, nada fuera de lugar y las calles están limpias de nieve.
En la estación de trenes la espera un delegado del centro universitario con un cartel en la mano que tiene su nombre. Es alto, usa lentes, y es rubio, nada atípico para un alemán. Carolina tiene los dedos de los pies congelados, saca su celular para usar la apps de Google Translator pero recuerda que no tiene señal ni internet, así que busca en su mochila el diccionario de alemán-español. Intenta decir alguna frase completa fuera de las formalidades de “Hola, mi nombre es”. Piensa que puede hablar del clima o el cielo que es tan difernte al de Calí.
—Der Himmler ist grau —sonríe nerviosa.
—Himmler es más negro que gris, mato a muchos judíos —responde el hombre divertido con un español duro y bien pronunciado.
Más tarde se enterará que el hombre se llama Sven y trabaja como orientador de los estudiantes extranjeros. También que “cielo” se dice Himmel y que Himmler fue unos de los principales responsables del holocausto durante la Segunda Guerra Mundial. La sensación que le produce haber confundido una palabra hermosa con un personaje siniestro es de lejanía absoluta. El idioma español es uno de los idiomas más ricos del mundo, la posibilidad de que una palabra bella sea muy parecida a una con carga semántica negativa como lo es Himmel-Himmler es remota. La distancia no es solo geográfica. Carolina comienza a sentirse muy lejos de casa por primera vez.
Fines de febrero de 1996, el calor tiene arrinconada la mitad de Cali. Carolina está en el almacén de su padre. Por la radio el locutor relata las noticas de último momento: la FARC-EP ha atacado nuevamente. Su padre habla de estos hechos con otro cliente, ella escucha atentamente la conversación. La guerrilla y el gobierno están en pleno conflicto, llegar a un acuerdo de paz parece algo inalcanzable, que cese el fuego no es tan solo un pedido del gobierno, sino también, de los colombianos.
En la cena, sus padres hablan del futuro. Su hermano menor juega con el gato, puede que por su corta edad no entienda lo que sucede pero Carolina sí y siente impotencia. Piensa “cuando tenga la edad suficiente me voy a ir de Colombia”.
Han pasado cinco meses de su llegada, el crudo invierno se ha ido, es primavera en Weimar. Carolina recuerda que un amigo poeta de la universidad le recomendó leer poesía para poder comprender el espíritu del lenguaje a través de la musicalidad y las imágenes mentales que genera. Uno de los primeros libros que consigue es una antología bilingüe portugués-alemán de Schiller en una feria de usados. No habla portugués pero su oído y lengua ya no tartamudean, ha dejado de percibir la dureza del idioma como un rasgo de carácter sino que su mirada se ha vuelto más empática. Este país, que fue azotado por guerras, genocidios, pobreza, hambrunas y un muro que durante décadas dividió la supuesta modernidad norteamericana de la fuerza brutal rusa, sigue en pie. Tal vez eso es lo que realmente existe detrás del acento duro, la sensatez al hablar y la tenacidad al responder.
Colombia está en su mente todos los días desde que se levanta hasta que se acuesta, cuando escucha cumbia en algún bar o una fiesta siente emoción, recuerda a su papa en el almacén escuchando la radio entre noticias y la música de la programación. La paradoja de dejar la tierra es que aumenta la nostalgia y el amor por ella, la lejanìa tiene esa cualidad de embellecer las cosas ausentes.
La primera amiga con la que entabla una relación es una bióloga llamada Magdalena, alemana de apariencia y latina de espíritu, como ella misma se autodenomina. Esta relación le ayuda a comprender muchos factores sociales que influyen en la forma de ser de los alemanes, piensa que tal vez no tengan el carisma del latino pero sí, el corazón.
En una visita a la Casa Museo de Schiller, el guía les cuenta que el poeta murió allí. El lugar es profundamente nostálgico, hay libros, cartas, muebles bien conservados. Un halo de poesía cubre toda la residencia, es como si el espíritu de Schiller siguiera en la casa. Mientras se pasean por unas de las habitaciones, Carolina recuerda unos versos de Schiller: “Ten Amor, y ama no a un ser tan sólo, que hermanos somos de polo a polo”, repite en silencio cada palabra en alemán, la sorprende el hecho de estar pensando en otro idioma, entonces tiene una epifanía.
—Las diferencias físicas y del lenguaje son determinadas por el lugar en el que nacemos, y a veces éstas, se convierten en muros difíciles de derribar —reflexiona—. Me gustaría pensar que estoy en Colombia pero no puedo engañarme, estoy muy lejos. Más allá de las características físicas e idiomáticas, hay algo que nos acerca, por ejemplo, miro a mi amiga Magdalena y no veo a una persona caucásica sino a otro ser humano, y ese lazo es el más grande que puede existir.
Ya han pasado cuatro años desde que Carolina dejo su tierra natal para estudiar en Alemania, país en el que continúa viviendo. Habla de Colombia y le brillan los ojos. Admite que por ahora debe quedarse allí, aunque reconoce que todos los lugares tienen fecha de vencimiento.
—Por supuesto que morir, voy a morir en Colombia, una debe ir al descanso en la tierra que te vio crecer —ríe y luego se queda en silencio.
Soy ecuatoriano y vivo en Dresden, me sentí muy identificado, gracias!