Contra los lobos
Por Ricardo Martínez Llorca.
Contra los lobos
Alberto Torres Blandina
Aristas Martínez
Badajos, 2016
204 páginas
Al iniciar una nueva etapa, cualquier persona quiere cambiar de yo. Dejar de ser el tipo deforme para reinventarse. Al menos, toda persona, o todo proyecto de persona capaz de pensar en la imagen que los demás tienen de él. Para los adultos, a veces basta una clínica de cirugía estética. Pero en la adolescencia, uno debe apuntalar su personalidad contra las mareas. Es el momento de dejar de ser la sombra en la caverna de Platón para dejar de ser un reflejo y subirse a la tercera dimensión. Y, sin embargo, lo que uno consigue es cambiar un reflejo por otro. Dejamos atrás la sombra para utilizar el más vistoso espejo. Ahí es donde nos damos de bruces con el modelo de lo que nos gustaría ser, de lo que nos gustaría que los demás creyeran que somos: un montón de deseos frustrados que creemos que se pueden ver hechos realidad, al protagonizar lo que creemos que es una revolución. Y a lo mejor nos hemos limitado a cambiar de ropa.
Pero los dos muchachos que protagonizan esta novela van un paso más allá y tratan de hacer realidad sus deseos de revolución. Todo comienza con una paliza al matón del patio del colegio por el alumno nuevo, para terminar cruzando la línea de la justicia, hasta caer en el abismo del monstruo. Una vez que la bola de nieve ha echado a rodar, nadie la detendrá rezando. Al igual que en Con el frío, en esta nueva obra de Alberto Torres Blandina (Valencia, 1976) existe algo de distopía. En este caso, una distopía que puede suceder mañana mismo. Los adolescentes toman el control de la realidad y, siguiendo la doctrina que marcó Golding en El señor de las moscas, se les escapa de las manos la violencia, por mucho que esta responda a una reacción de justicia.
El libro está dividido en cinco partes y cada una de las etapas de crecimiento de la construcción de la personalidad, pues de eso se trata, de cómo uno de ellos la construye a imitación del otro protagonista, está revisada desde muy diversos puntos de vista. A su vez, cada capítulo se divide en tres partes -revolución, volición y evolución-, en función del narrador o los narradores. La primera de ellas es una macedonia de pareceres: la gente que rodea a los dos adolescentes dicta la cronología de los hechos. Sus compañeros, sus padres, sus profesores, sus vecinos o incluso algún policía, encadenan el relato. Casi a cada párrafo cambia el registro, con tal habilidad que reconocemos la voz diferente, pero no perdemos el hilo de los acontecimientos.
La segunda parte, la volición, se centra más en la violencia. Son varios los sucesos, y mayor la violencia que los engendra. El uso de la segunda persona del singular, y el presente de indicativo como tiempo verbal, pretende implicarnos en la faceta más salvaje de la humanidad. Así pues, tú quiere decir el protagonista, sí, pero también es metonimia de cualquier persona. Será en la evolución donde Torres Blandina se centre más en la neurosis o la psicosis, en las alucinaciones o las paranoias, en los trastornos obsesivos, el psicoanálisis, la hipnosis y hasta el surrealismo. Los animales irán pasando de lo concreto a lo simbólico, y la violencia del patio del colegio hasta la violación. Lo malo es que todo resulta demasiado creíble. Y los remordimientos, demasiado escasos. Torres Blandina apenas nos muestra los resquicios por los que entra el oxígeno. Pero no nos confunde. Se trata de una novela de denuncia. Desde las razones que tienen los adolescentes para dar una paliza sin misericordia, hasta la maldición de esa misma paliza. El problema es que el libro sucede en la etapa de la formación de la personalidad. Pero, si no podemos construirnos violentamente para combatir la injusticia, entonces, ¿qué nos queda que no sea considerado una enfermedad de la conciencia?
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