Gregor von Rezzori: Caín. El último manuscrito
Por Ricardo Martínez.
Sexto piso, Madrid, 2016
A modo de aquellas famosas ‘Apostillas al nombre de la rosa’ que, en su día, firmó el prolífico Umberto Eco para complementar-celebrar-aclarar su magnífica novela El nombre de la rosa, nos llega ahora, editado por Sexto Piso, una también a modo de coda o complemento del extraordinario título que, bajo la autoría de Gregor von Rezzori, entregó a las librerías esta misma editorial (2015) con el título de La muerte de mi hermano Abel (¿Recuerdan la dedicatoria?: ‘A quién sino a ti’ He ahí el primer enigma)
El texto que se recoge aquí, acompañado de algún prólogo necesario a la historia del libro anterior así como un apéndice aclaratorio, equivale, digamos, al ‘cuaderno C’ que nutre y enriquece lo ya conocido en aquella magnífica entrega formada sustancialmente por los cuadernos A y B. Aquí están, desde luego, la misma voz disquisitiva, elegante, clara, hondamente literaria a la vez que revestida de un provocador sentido del humor (esto es, una obra estrictamente humana bajo el marchamo de la inteligencia) y los mismos personajes que dieron forma a ese ejercicio especulativo donde la palabra (y la relevante traducción llevada a cabo por el responsable de la edición anterior, José Aníbal Campos) es capaz de mantener un discurso donde la figura femenina es realzada con exquisita individualidad a pesar de la apariencia ‘material’ con que en ocasiones pudiera parecer que se le trata. Pero a la vez, unido a ello, y bajo ese telón de fondo que es la dura realidad que ‘magnifica’ toda guerra, se trata de un ejercicio de reflexión sobre las interioridades de la literatura –del qué decir, del cómo decirlo- que no es fácil obtener en los libros más actuales, y que conforma en sí (en este caso ambos libros, el ‘principal y éste ‘complementario’) un canon pocas veces ofertado en la literatura europea.
Digamos que lo que pudiera pasar por el argumento principal (un argumento teórico, técnico-literario) del primer título queda aquí, fríamente expuesto, del siguiente modo: “Pretende usted convencerme para que escriba un libro, ¿no es cierto? ¿Qué género? ¿Algo que se ajuste al gusto de su jefe, el editor Scherping? ¿Algo para la serie ‘Novelas escritas por la vida’? ¿O tal vez la experiencia como refugiado de uno de los numerosos parientes y conocidos de Christa: las cosas como eran antes y en lo que se ha convertido todo?” Tales consideraciones dieron lugar, en la primera entrega, a 600 páginas de buena literatura. Ahora lo que se plantea es la siguiente consideración, a modo de respuesta, pues se entiende que el ejercicio de esa escritura es un ejercicio inacabable, algo más allá de la pretensión artística: “¿Por qué no lo intenta usted mismo? También usted va por ahí, llevando dentro el proyecto de un libro… Se lo noto (…) ¿Qué se lo impide? ¿Una juvenil retención de tinta por respeto al ídolo del arte? ¿Por el mero hecho de que moldear una forma es considerado una actividad superior al mero acto de narrar?” Qué narrar, parece preguntarse; ¿cómo narrarlo? ¿Es la vida quien ejerce la autoría?, ¿es la perfecta inacababilidad del arte? No hay más. Es la imposibilidad del hombre que ha adquirido conciencia de su poquedad, de su soledad, de su deficiencia para entender lo esencialmente verdadero. El pensamiento de la literatura en estado puro.
Christa y la tía Selma; el oportunista productor cinematográfico como un ejemplo de modo utilitarista de entender el arte, en contra de su entrañable amigo Schwab, quien, en su sabiduría humana y literaria siempre sugiere mucho más de cuanto dice o piensa, vuelven a nuestro recuerdo para dar fe y acuñar de un modo más detallado cuanto la primera obra nos dio de literario: ternura y humor, debilidad humana y autoritarismo, violencia, concepción materialista de la realidad; soledad: la íntima soledad artística de Arístides Subicz, una representación del espíritu de autor por antonomasia. De ahí lo significativo y trascendente de este hondo y consciente ejercicio literario.