El robo de un libro que fue de película y conmocionó a un país
Por Alejandro Gamero (@alexsisifo)
Colombia es un país con una tasa de criminalidad excepcionalmente alta. La violencia se ha convertido en un fenómeno tan habitual que se ha integrado completamente en el día a día de muchos de los ciudadanos. La policía está tan desbordada que a menudo tiene que ordenar los crímenes por orden de importancia, lo que explica que quede una elevadísima lista de ellos sin resolver. Muchas veces esa importancia depende simplemente de que las personas implicadas sean ricas o poderosas, o de que, por los motivos que sea, los medios de comunicación se hayan hecho especialmente eco y se haya añadido una presión extra. En estas circunstancias es curioso que el robo de un libro se convirtiera durante unos días en la prioridad máxima de las autoridades, que no pararon hasta dar con su paradero. Pero es que no se trataba de cualquier libro. Era uno de los libros con los que más se suele identificar el espíritu del país, un orgullo nacional, y la noticia del robo dio la vuelta al mundo. Era una primera edición de Cien años de soledad firmada y dedicada por el propio Gabriel García Márquez.
El robo tuvo lugar el 2 de mayo del 2015 durante la Feria Internacional del Libro de Bogotá. García Márquez había muerto un año antes, en abril del 2014, y en su honor se invitó a la feria por primera vez a un país ficticio, Macondo. El homenaje no podía estar completo sin una exhibición de algunos de los libros más emblemáticos del autor colombiano, así que el librero y coleccionista Álvaro Castillo Granada cedió una treintena de libros de su colección privada de primeras ediciones de García Márquez, entre ellas el mencionado ejemplar de Cien años de soledad. Toda la historia del libro y del robo la cuentan Camila Segura y Daniel Alarcón podcast Radio Ambulante.
Álvaro compró el ejemplar en 2006 en un escenario que sin duda es el sueño de cualquier bibliófilo amante de las primeras ediciones ‒y que parece ser que todavía sigue pasando en los tiempos de Internet‒. Lo encontró en una librería de viejos en Montevideo, entre un montón de libros usados. El precio que marcaba era de 180 pesos uruguayos, lo que al cambio en esa época equivalía a unos 7 dólares. Como el librero no era consciente del valor del libro, Álvaro disimuló pidiendo un descuento e incluso pudo sacarlo por 6 dólares. No era esta la primera edición que Álvaro había conseguido sino la séptima. Todas ellas las había vendido excepto esta última, ya que tenía algo que las diferenciaba del resto: una dedicatoria personalizada del propio Gabo. «Para Álvaro Castillo, el librovejero, como ayer y como siempre. Su amigo Gabriel», escribió el autor.
Fue David Roa, dueño de la librería Macondo y presidente de la Asociación de Libreros Independientes, quien le pidió a Álvaro parte de su colección para exponerla en la feria. Los libros estaban en el pabellón de Macondo, el más importante de la feria, dentro de unas vitrinas protegidas por un cristal doble y unos pequeños cerrojos. Había dos personas encargadas de vigilar los libros y se acordó, además, que siempre habría un encargado de la librería pendiente de la colección. Ese año la Feria del Libro tuvo una afluencia sin precedentes: en los 14 días de feria pasaron por ella 520.000 visitantes, casi 70.000 más que el año anterior. Solo el sábado del robó recibió unas 73.000 visitas. Es por eso, quizá, que ninguno de los encargados de vigilar se percató de que alguien consiguió abrir la vitrina y sustrajo la primera edición de Cien años de soledad.
En cuanto el robo fue detectado los libreros registraron a cuantos salían del pabellón, con la esperanza de que el robo hubiera sido reciente y el ladrón todavía se encontrara dentro. Después de registrar a unas 300 personas durante media hora dieron por perdido el libro y finalmente David llamó a Álvaro para comunicarle la catástrofe. Por la noche Álvaro pasó por Macondo y recogió el resto de sus libros. Al día siguiente telefoneó a una amiga periodista que trabajaba para El Tiempo, uno de los periódicos más importantes del país, y le contó lo sucedido. Y de ahí la noticia del robo se difundió rápidamente por todo el mundo, considerándolo un atentado contra el patrimonio cultural del país. Las autoridades comunicaron en una rueda de prensa que las penas para quienes hubieran robado el libro podrían llegar hasta los 20 años de prisión, y 12 años para quienes lo compraran. Lo duro del castigo hizo que muchas personas dentro y fuera de Colombia pusieran el grito en el cielo ‒recordemos las altas tasas crímenes no resueltos que hay en el país‒.
Seis días después del hurto Álvaro recibió la llamada de un amigo diciéndole que había escuchado en la radio que había aparecido el libro. Poco después recibió la llamada del asistente del general Rodolfo Palomino, director de la Policía, asegurándole que habían encontrado el libro y que Palomino quería entregárselo en persona. Una patrulla fue a recoger a Álvaro para el encuentro y como había mucho tráfico pusieron en marcha la sirena, abriéndose paso a toda velocidad. Antes de la entrega del libro se hizo una rueda de prensa en la que Palomino aseguró que aquello era una victoria para la Policía. Habían encontrado el libro solo seis días después de que su robo fuera denunciado.
Sin embargo, aunque el libro había aparecido, no se sabía nada sobre los ladrones. Palomino apenas contó detalles sobre la operación. Dijo que lo habían encontrado en una caja en el barrio de la Perseverancia, en el centro de Bogotá. El libro estaba listo para ser vendido, por una suma que superaba los 120 millones de pesos, es decir, 40.000 dólares, 174 veces el salario mínimo del país. Eso sí, un tasador experto en libros afirmó que vender el libro por más de 10.000 dólares hubiera sido casi imposible. Pues bien, a continuación Palomino entregó el libro a Álvaro frente a todos los medios de comunicación. Después de dar las gracias Álvaro anunció su intención de donar el libro a la Biblioteca Nacional de Colombia ‒junto con otras primeras ediciones de García Márquez‒ porque después de todo lo ocurrido que el libro pertenecía ya a todos los colombianos.
Algo extraño es que los medios de comunicación ofrecieron distintas versiones sobre cómo había aparecido el libro. Algunos decían que estaba dentro de una casa, otros que en la calle y había quien afirmaba que fue en el mismo momento en que se iba a realizar la venta. A Álvaro tampoco le dieron muchos más detalles. Se sabe que la policía detectó que el libro iba a ser vendido en el mercado negro y que iba a salir del país. Aparte de eso, nunca se supo nada sobre los ladrones. Era como si la policía hubiera escondido algo en todo este asunto.
Un año después del robo, después de mucho batallar con trabas burocráticas, Camila Segura pudo entrevistarse con un funcionario de la policía y este reconoció, de forma anónima, que la policía da prioridad a los casos que se consideran más importantes, y el hurto de la primera edición firmada de Cien años de soledad se había considerado uno de ellos. Ese mismo funcionario explicó que durante días la policía recorrió las calles interrogando a vendedores de mercancía robada. Así fue como empezaron a tener noticia del libro, de que había dos personas que estaban intentando venderlo. Finalmente obtuvieron el dato de dónde se iba a realizar la transacción y tres patrullas se dirigieron hasta allí. Cuando las patrullas llegaron los ladrones empezaron a correr y se produjo un tiroteo. Mientras algunos policías iban en su persecución, otros se dieron cuenta de que habían tirado una caja al suelo. Dentro estaba Cien años de soledad. Según el funcionario no lograron atrapar a los ladrones.
Aunque el caso terminó archivándose en abril de 2016, como no encontraron a los ladrones el caso no llegó a cerrarse, algo que no ocurrirá mientras no se detenga a los responsables del robo. Hoy en día el ejemplar robado se encuentra en el área de colecciones valiosas de la Biblioteca Nacional de Colombia. El libro se ha convertido en un símbolo de lo mejor y de lo peor de Colombia. Por un lado, forma parte del patrimonio cultural del país, y durante unos días mantuvo en vilo a amantes de los libros dentro y fuera de sus fronteras; por otra, se convertía en la prueba palpable de que en Colombia la policía solo te hace caso si eres importante. La demostración de que un solo libro puede valer mucho más que muchas vidas humanas.
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