‘Intemperie’, de Javi Rey. Viñetas tremendistas
Por Rubén Varillas @littlenemoskat
En los años ásperos de la postguerra española surge un movimiento estético y literario denominado “tremendismo”. Una suerte de naturalismo crudo y violento, que no responde sino al el estado miserable en que vivían los supervivientes de la barbarie. Suele mencionarse La familia de Pascual Duarte de Camilo José Cela como máximo exponente de los rasgos de la literatura tremendista: ambientes rurales, tramas violentas, miseria generalizada, exposición de los vicios sociales, etc.
En estos tiempos en los que el cómic, y su reencarnación en novela gráfica, han alcanzado un periodo de madurez discursiva desconocido, no nos sorprende ya encontrar ejemplos de obras adultas que recurren al lenguaje secuencial de las viñetas para digerir contenidos científicos o filosóficos; o para aventurarse en experimentos vanguardistas y jugueteos postmodernos. No debe sorprendernos tampoco que un autor como Javi Rey haya decidido rescatar la tradición literaria, para embarcarse en la adaptación al cómic de Intemperie, la novela de Jesús Carrasco. El resultado es un cómic que destila “tremendismo” en cada página y que huele a la España miserable que fuimos; esa que algunos todavía no parecen reconocer en las páginas de la historia.
Como suele suceder con muchos de nuestros mejores talentos, buena parte de la producción de Javi Rey ha visto la luz en Francia antes que en nuestro país (ese ha sido el caso de sus series Secrets, Adelante y Un maillot pour l’Algérie). Queremos pensar que la mimada edición de Intemperie por parte de Planeta Cómic no será un caso aislado en el futuro de Javi Rey, porque, si algo demuestra Intemperie, es que estamos ante un gran narrador y un dibujante sobresaliente. La línea clara realista de Rey, fina y elegante, nos recuerda a algunos de los maestros europeos que más alegrías nos han deparado en los últimos años: a los Gipi, Alfred, Prudhomme…
Para las asperezas, el polvo del camino, las costras de la carne y las arrugas, el autor recurre a un rayado sutil y una deslumbrante paleta de colores y tonalidades que encienden las páginas de Intemperie. Unas veces, con el sol abrasador de las planicies agostadas, otras, con el fuego de las hogueras nocturnas que engañan a la soledad y convierten el cielo raso en simulacro de hogar. Naranjas, ocres y rojo sangre, enfrentados a azules violáceos y grises noctámbulos. Esos son los colores de una huida: la de Chico, el niño protagonista que se escapa de su pueblo, de su padre, de su vida y de su miseria, como haría un animal acorralado; como un conejo o un pequeño zorro de esos que asoman el hocico desde la madriguera para cerciorarse de que la amenaza depredadora ha remitido. Nunca se acuerda el fugitivo de que el cazador duerme con los ojos abiertos. Y entre tanto tono ocre y grisáceo, de vez en cuando, se filtran las pesadillas y los recuerdos, con sus diablos rojos y amenazadores.
Intemperie puede leerse como la historia de una escapada, un road cómic por pedregales en tiempos de penuria, pero también como una crónica desolada de los perdedores: aquellos que, acabada la guerra, regresaron a la servidumbre esclava de sus existencias y se deslomaron en el campo, en la fábrica, o en la calle, para que los dueños de todo, de las tierras, de los ejércitos y de las sombras, no les quebraran las espaldas a cintazos o con penitencias peores.
Como sucede en los buenos relatos de viajes, la huida de Chico responde al deseo animal de supervivencia, pero al mismo tiempo es una búsqueda interior: la del niño que habrá de convertirse en adulto si no quiere perecer. En su camino, encontrará aliados y adversarios terribles, aunque como sucede siempre al final del día uno responda sólo ante sí mismo.
Literatura y viñetas crudas para insuflar vida a una historia de violencia, infortunio y superación. Eso es Intemperie, tremendismo puro, sin excusas ni caricaturas amables.
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