Cartas a Hawthorne, de Herman Melville
Por Pedro Pujante.
La vida entendida como narración convierte todo texto en tejido literario, en un producto narrativo. Las cartas, por lo tanto, también son parte de ese tejido ficcional que configura el texto total: la vida.
En este caso nos referimos a esta pequeña muestra de epístolas que envió Herman Melville, autor de Moby Dick, a su amigo, el escritor Nathaniel Hawthorne, autor del magnífico relato Wakefield o novelas como La letra escarlata.
Estos dos escritores americanos, hijos de un mismo siglo y nación, no podían ser, por lo poco que sabemos de Melville, más diferentes entre sí. Melville fue un gran viajero, se embarcó en aventuras y recorrió gran parte del Globo. Hawthorne fue un hombre de fe, corriente, familiar, que practicó un tipo de encierro similar a su protagonista Wakefield.
Sin embargo, ambos escritores, como podemos extraer de estas cartas, lamentablemente en una sola dirección ya que Melville no conservó su correspondencia, nos hablan de una amistad que tan solo duró dos años pero que fue sólida, movediza y apasionada, en la que la literatura se erigía como uno de los grandes temas, y cuyo soporte principal fue la admiración.
Herman Melville le trasmite a su amigo sus inquietudes literarias, sus zozobras respecto a una extraña novela que anda escribiendo sobre una ballena. Profesan una amistad en la que las charlas y el alcohol son el líquido amniótico en el que flotan temas literarios, empresas vitales, asuntos económicos.
Melville le regala a su amigo un relato, al parecer real, para que este pueda escribir una novela. Le explica su decisión de encerrarse en un solitario cuchitril de Nueva York para poder acabar su Ballena. Con alegría le cuenta la cantidad de veces que ha visto los libros de su amigo en diversas situaciones. Anécdotas que si no fuese porque le suceden a dos dioses de la literatura tacharíamos de triviales.
En una de las cartas a sus hijos relata experiencias con una densidad trágica que son más intensas que una ficción. La referente, por recordar una de las más impactantes, a un marinero que fallece tras una caída, y cómo es lanzado al océano en un humilde acto presidido por el capitán del navío es estremecedora: ‘…y de inmediato el cuerpo resbaló hacia el tempestuoso océano; no lo volvimos a ver más. Así es como se sepulta en el mar a un pobre marinero.’
Además, el tomo incluye una luminosa introducción a cargo de Carlos Bueno Vera en la que desvela algunas de las claves sobre la amistad entre estos dos grandes genios de las letras.
Una breve delicia que profundiza en las mentes de dos enigmáticos escritores, sobre todo de Melville y que proyecta una franja delgada de luz para alumbrar ese interregno de sombras y máscaras que es el alma humana del creador.