‘La tierra de los sherpas’, de Ella Maillart
Por Ricardo Martínez Llorca
La tierra de los sherpas
Ella Maillart
Traducción de Irene Lozano
Tushita
Barcelona, 2016
88 páginas
Siendo uno de los libros más breves de una de las más grandes escritoras de viaje, es uno de los más sentidos. En cualquier grado que se quiera dar a la polisémica palabra sentido. Este libro, apenas una fotografía, una imagen, una impresión, contiene todo el espíritu de la necesidad del viaje y de la necesidad de expresar el viaje. “La redención hecha viaje”, cita Enric Soler en el prólogo. Aunque no lo sepamos, todos tenemos un tumor que redimir y nos confiamos a lo que sea, incluida la literatura, para difuminarlo. Viajar, como enamorarse, es disfrutar, pero cansa. No se puede ser sublime sin interrupción, como no se puede estar enamorado sin interrupción o al menos sin algún minuto de debate interno. Pero no cabe ninguna duda de lo que es un flechazo. Y este libro contiene muchísimo cariño y toda la ternura del viaje: la admiración por la bondad y la generosidad de un pueblo que, prevé Ella Maillart (Ginebra, 1903 – Chandolin, 1997) está a punto de iniciar el proceso de descomposición. Maillart visita a los sherpas y convive con ellos antes de que aterrice en la región la avalancha de grandes expediciones hacia las cumbres del Himalaya. Los alpinistas ya han pasado por allí y ya han dictado que la ayuda de los sherpas será imprescindible. Y detrás de ellos vendrá el turismo.
Pero Maillart llega en el momento justo en que todavía podemos descubrir a los sherpas. O al menos descubrirlos para occidente. Las fotos que acompañan al delicioso texto, hablan de la condición de esa gente que convive con la montaña en lo más divino, y también en lo más humano. De la montaña dependen sus cosechas y la supervivencia espiritual. Mientras nosotros viajamos al pasado de la mano de Maillart, ella nos desgarra intentando definir la sabiduría como una forma de inocencia. La inocencia en lo permanente y cotidiano, en la forma de vida. Y la inocencia en las reacciones frente a lo desconocido y lo extranjero. Y también en esas alegorías en forma de leyendas que no puede evitar la tentación de reproducir nuestra querida Ella Maillart.
«Desde el momento en que llegué a Nepal, quise ir hasta el Gosainkund, el sagrado Lago de los Religiosos, cerca de la frontera tibetana al norte de un paso de unos 4500 metros de altura. Miles de peregrinos van allí en agosto, cuando la nieve se ha derretido y el monzón está en pleno apogeo. Así que para no ofender a las autoridades religiosas, el Gobierno de Nepal ha denegado hasta ahora el permiso para hacer este viaje a los occidentales. Pero para entonces solo era mayo y, si iba, seguro que no le iba a importar a nadie. El lago aún estaría helado, eso era cierto, por lo que no podría ver si Shiva realmente duerme bajo las aguas como cuenta la leyenda. ¡Afortunadamente nadie le había dicho a mi intérprete que me impidiera ir allí!…»