‘Oscuridad total’, el sensacional trabajo de Renata Adler
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Por Rebeca García Nieto
Dice Michel Houellebecq que si tienen que juzgarle por algo es por si pone bien las comas. De hecho, para algunos críticos, su mayor acto de rebeldía no tiene que ver con el Islam o con el turismo sexual, sino con su peculiar uso del punto y coma. Algo similar podría afirmarse de Renata Adler, de quien se ha dicho que utiliza las comas con la precisión de un lanzador de cuchillos cercando a la víctima, al estilo del mejor Henry James o William H. Gass. La autora parece ser consciente de esta destreza cuando dice: “Y esta cuestión de las comas. Y esta cuestión de los párrafos. La coma verdadera. La coma de pausa. La coma de último momento. La coma de ocurrencia tardía. La coma de ritmo. La melancolía”. Así, y como ya ocurría en su anterior novela, Lancha rápida, en esta ocasión Adler vuelve a anteponer el estilo, la cadencia, a todo lo demás.
Sin embargo, a diferencia de Lancha rápida, en esta novela también hay trama. Por supuesto, no se trata de una historia con principio, nudo y desenlace, sino de una trama a lo Samuel Beckett. Como el narrador de Malone muere, la protagonista de Oscuridad total intenta reflexionar sobre el principio de su historia, pero le resulta difícil encontrarlo: “No lo sé. No sé dónde empieza”. Al principio, la escritura trata de avanzar, pero no fluye, se traba: “¿No puedes evitar, por un lado, lo florido, lo excesivamente elaborado, y por otro, la exploración árida de ese al fin y al cabo ilimitado desierto de rocas de la desolación llamado casilla número uno?”. Pero al igual que el célebre “Debes seguir, no puedo seguir, seguiré” de El innombrable, la narradora, Kate Ennis, sigue con el relato, y lo hace a base de frases que se repiten como un estribillo pegadizo: “En cambio, aquí estoy, por primera vez y sin embargo una vez más, sola por fin en la isla Orcas”.
Oscuridad total es una forma diferente de contar una historia de amor que siempre es la misma: “¿Es siempre la misma historia, pues? Alguien ama y alguien no, o ama menos, o ama a otra persona. O alguien es bueno y alguien un villano. Y sólo existen estos episodios, anécdotas, lugares, pausas, llamadas a taxis (…)”. De todas formas, que nadie espere una historia de amor al uso. Para Adler, cada historia de amor, o cada embarazo, es “una suave transacción de rehenes”. En la capa más externa de la novela, la narradora va desvelando, con cuentagotas, unos pocos detalles sobre su reciente ruptura amorosa. Pero habría una segunda trama subyacente en la que la narradora intenta elaborar a un nivel más profundo, inconsciente, si se quiere, la ruptura con Jake. Esta parte se desarrolla en un territorio desconocido, lyncheano, podríamos decir, ya que ocurre en un lugar que no existe en la realidad: “¿Se estaba dirigiendo, no hacia Dublín, sino directamente hacia el lugar llamado, ahora que lo pienso, como algún híbrido de Freud y Kafka, Castlebar?”. En esta trama “subterránea”, que crece hacia dentro, Kate cree haber cometido un delito “en un lugar inverosímil, en la carretera que va desde una población llamada Cihrbradàn a Dublín” y huye de algo, ¿del amor?, mientras se pregunta cuál fue su crimen: “¿Crees que hubo algo que hice, o podría haber hecho, te lo pregunto, algo que no hice y podría haber hecho, que podría haber hecho que te quedaras a mi lado un poco más?”.
Dice la narradora al principio de la novela, a propósito de la historia de amor que acaba, que “La salida fue sensacional. La parte central fue sensacional. El final fue sensacional. Fue como una carrera de obstáculos compuesta únicamente de vallas”. Sin duda, este párrafo es aplicable también al libro: una novela hecha a base de obstáculos. Sensacional de principio a fin.
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Oscuridad total. Renata Adler. Editorial Sexto Piso, 2016. 150 páginas. 20,00 € (Artículo publicado originalmente en el número 7 de Buensalvaje España).
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