Los mensajes escondidos en Alicia en el País de las Maravillas
Por Alejandro Gamero (@alexsisifo)
La historia sobre cómo Lewis Carroll escribió Alicia en el País de las Maravillas es bien conocida porque el autor la relata en su diario. Todo comenzó el 4 de julio de 1862, en un paseo en barco de ocho kilómetros a través del río Tamesis. En el barco viajaban el propio Carroll, el reverendo Robinson Duckworth, y las tres pequeñas hermanas Liddell, Lorina Charlotte, Alice y Edith, de trece, diez y ocho años, respectivamente. El viaje era tan aburrido que las niñas pidieron a Carroll que les contara una historia, y así nacieron, de la improvisación, una serie de historias fantásticas tituladas Las aventuras subterráneas de Alicia que entusiasmaron a las niñas. Cuatro meses después Carroll decidió escribir esas historias ante la insistencia de las niñas, sobre todo de Alice, su favorita.
Si nos atenemos a estas circunstancias se podría pensar que la historia que nació de ese paseo estival era poco más que un espontáneo y divertido cuento infantil sin mayores pretensiones, pero lejos de ser eso, Alicia en el País de las Maravillas era un complejo relato lleno de alusiones satíricas a los amigos de Carroll, a la educación inglesa o a multitud de temas políticos de la época, así como un intrincado puzle repleto de juegos de lógica y de palabras mezclados con símbolos e imágenes un tanto surrealistas. El resultado es un libro que después de más de un siglo y medio se ha convertido en una de las obras maestras de la literatura, una historia que fascina a todo tipo de lectores, desde matemáticos hasta amantes de los psicotrópicos pasando, por supuesto, por el público infantil.
Una de las primeras ramas en poner de manifiesto la falsa inocencia del libro fue la teoría psicoanalítica, como señala BBC. Desde este punto de vista, hubo críticos que reinterpretaron el texto desde una perspectiva más sexual, indicando la existencia de símbolos como las cerraduras o las llaves, que señalarían al coito, o el agujero del conejo o la cortina que ha de correrse, símbolos de la maternidad. Otros elementos podrían tener una interpretación fálica, como la oruga o el cuello que se extiende de Alicia, que equivaldría a una erección. Tal vez parezca una lectura un tanto obsesiva, pero no hay que olvidar que la historia que cuenta Carroll es la de una niña que pasa desde la infancia a la edad adulta a través de la pubertad. Alicia se siente incómoda con su cuerpo en algunos momentos, sufre cambios extremos que ponen en duda su identidad; en muchas ocasiones pone en duda la autoridad e intenta comprender las reglas que está impone, aunque a primera vista parezcan aleatorias y arbitrarias.
Otro tipo de lectura muy habitual desde la década de 1960 es la que se hace relacionando el contenido del libro con psicotrópicos y otras drogas que alteran la percepción de la mente. No hay constancia de que Carroll las tomara, aunque sí se sabe que admiraba a Thomas de Quincey, cuya obra más importante fue Confesiones de un inglés comedor de opio. Sin embargo, determinados elementos como el ambiente psicodélico o personajes como la oruga, fumando una pipa de agua rodeado de hongos mágicos, o el gato de Cheshire y su desquiciante sonrisa han dado pie a estas especulaciones. La asociación se ha visto reforzada, además, por vínculos formados en la cultura popular, como la célebre canción de Jefferson Airplane «White Rabbit» o el diálogo de Matrix donde Neo advierte que con la pastilla roja Morfeo podrá saber qué tan profundo es el agujero del conejo.
¿Cabría también añadirle al libro una interpretación política? Según distintos estudiosos del libro, sí. El País de las Maravillas es un lugar gobernado de forma caótica, con un sistema legal arbitrario y carente de sentido. ¿Acaso no podría ser un reflejo de la Inglaterra victoriana? ¿Y no podría ser la temperamental reina de corazones un trasunto literario de la reina Victoria? Cabe, al menos, plantear la posibilidad. Alicia, como una extranjera en esa tierra extraña, no solo desconoce los hábitos y costumbres de los nativos sino que incluso los ve carentes de lógica. En muchas ocasiones trata de imponer sus propios valores, a menudo con resultados desastrosos. ¿No podría ser esto una crítica al colonialismo?
Las interpretaciones pueden ramificarse hasta ofrecer puntos de vista totalmente distintos sobre un mismo elemento. El carpintero y la morsa del poema que Tweedledum y Tweedledee recitan a Alice pueden ser Jesús y Pedro respectivamente, y las ostras sus discípulos, o representar el Imperio Británico carpintero y morsa y a sus colonias las ostras. O puede, también, interpretarse más modernamente como un símbolo de los trastornos de la alimentación. Eso es precisamente lo que hace que Alicia en el País de las Maravillas sea un clásico, que es atemporal y que tiene una cantidad de lecturas inagotables. Cada época, cada generación, ha ofrecido sus propias interpretaciones del libro, puntos de vista que dicen menos del libro que de quienes lo han leído de esa manera. De hecho, se podría analizar el cambio de mentalidad de una sociedad deteniéndonos en la manera en la que ha interpretado el clásico de Carroll. Es por eso que, por muy absurdas que puedan parecer, no hay que descartar interpretaciones a la ligera. Todas esas lecturas han pasado a formar parte de Alicia en el País de las Maravillas. Esa es una de las grandezas de los clásicos.