«Las Campos», un programa que inquieta, atormenta y perturba
Por Aashta Martínez
Las dos primeras entregas del docu-reality del verano no dejaron indiferente a nadie. Empezando por un servidor. Prueba de ello es que su emisión cosechó, en pleno mes de agosto, nada más y nada menos que un 18% de share. Parece que la vida de Las Campos (nos) interesa, y mucho, y se quedan cortos los dos únicos capítulos emitidos hasta el momento. Desde luego, es un programa que inquieta, atormenta y perturba. Ellas lo saben y, por ello, se han puesto manos a la obra y graban, desde el pasado 11 de octubre, nuevas entregas. En esta ocasión, hablarán de muchas cosas. Sobre todo de sexo y belleza. Al más puro estilo Sexo en Nueva York, con sus reuniones de tupper-sex y todo.
Aunque el resultado es más que notable, hay varias cosas que chirrían en el espacio. No me gusta la Terelu que hace del postureo mediático su bandera. Ni la que critica el trabajo de los paparazzi, como si a estas alturas desconociese las reglas del juego mediático en el que participa (encantada cuando le interesa) desde hace tantos años. Tampoco la que se muestra con una coraza de frialdad o la que reconoce su escasa tolerancia a la crítica.
Sí me gusta, en cambio, la Terelu que se muestra como una persona normal, alejada del divismo de los platós y sin un excesivo refinamiento ante las cámaras. Con inseguridades, miedos y complejos. Una mujer que no se termina de reconocer cuando contempla ante el espejo ese sobrepeso (que en realidad no es tanto) que tanto maldice y que, bajo mi punto de vista, no resta un ápice a su atractivo. Y una mujer que se niega a convertirse en una esclava de las dietas de farfolla y que prefiere tomarse los tazones de Cola Cao como si no hubiera un mañana. De un trago, casi sin respirar. O esa que se pasea por la calle mientras se come una porra o se da una vuelta por un mercadillo en busca de unas bragas que le cuadren y regatea a la pobre tendera.
Pero el premio al personaje revelación, logrado ex aequo, es para María, la criada de Teresa, y Carmen Borrego, la hermana de Terelu. De la primera, me encanta el talante y la lealtad con la que trata y cuida a su jefa. Se la ve acostumbrada a capear eficientemente el temporal cuando la matriarca del clan no tiene un buen día —algo que intuyo que pasa a menudo—. De la segunda, me encanta ver que no tiene filtro. Alabo su espontaneidad y la sinceridad con que revela a la audiencia que la aparente alegría con la que se despierta su hermana no es tal o que su madre tiene peores pulgas de lo que parece. Como el común de los mortales, vamos.
Me sorprende menos la imagen de Teresa. Lo que veo concuerda con la imagen de mujer con carácter, superprotectora y algo pipirisnais que tenía de ella. Eso sí, natural, estupenda, enamoradísima y dueña de una mansión que quita el hipo. Impagable el verla jugando a las cartas con sus amiguísimas, preparando un ajo blanco en su cocina o pidiéndole a su criada que le suba el desayuno a la habitación. Eclipsada, por primera vez, por su hija. Y valiente, por qué no decirlo, a la hora de embarcarse en un proyecto de estas características. Sabe que, a estas alturas del partido, poco tiene que demostrar ya a nadie a nivel profesional.
Larga vida a Las Campos.