¿Por qué los adultos no deberían avergonzarse de leer literatura Young Adults?
Por Alejandro Gamero (@alexsisifo)
La historia de la literatura juvenil está ligada a la historia de cómo se han percibido la infancia, la adolescencia y la edad adulta. Casi no podría hablarse de una sin mencionar la otra. A toda esta ensalada de términos y conceptos habría que sumarle el de young adult, que no es tan reciente como cabría pensar, ya que el término fue empleado por primera vez en 1802 por la escritora Sarah Trimmer, que lo usó para distinguir al público de entre 12 y 21 años del infantil, con menos de 12 años. Hoy en día ese mismo término se suele usar para designar el tramo de edad de entre 15 y 29 años, lo que demuestra la manera en la que ha cambiado la percepción de las etapas de la vida.
Lo más fácil sería empezar diciendo que la literatura YA es la leída por este segmento de lectores, aunque eso sería simplificar demasiado la cuestión. Salta a la vista que ya no es literatura infantil, y a veces ni siquiera encaja dentro de la juvenil. Se dejan a un lado la ingenuidad de los personajes y los temas están más centrados en el mundo adulto, a menudo a través de la confrontación, como puede ser la sexualidad, la depresión, la identidad, el suicidio, el abuso de drogas, las relaciones familiares o amorosas, solo por mencionar algunos. Aparte de eso, los subgéneros son los mismos que la literatura adulta: romántico, terror, ciencia ficción, fantasía, aventura, etc.
El concepto en sí no es fácil de delimitar, pero de lo que no cabe duda es de que en los últimos años se ha convertido en uno de los más grandes fenómenos editoriales, y uno de los que más lectores arrastra. En 2012 se realizó un estudio que puso de manifiesto lo escurridizo que puede llegar a ser el concepto si tratamos de delimitarlo según parámetros de edad. El 55% de este tipo de libros son comprados por personas mayores de 18 años, al tiempo que el mayor grupo de compradores, un 28%, se encuentra en una franja de edad que va de los 30 a los 44 años. No es que haya que modificar la noción de young adult, es que hay que reconocer que a una parte importante de los lectores adultos les gusta este tipo de libros. Una situación que no debería extrañarnos si tenemos en cuenta que el lanzamiento de la primera novela de Harry Potter se produjo en 1997, hace diecinueve años. Menciono esta novela porque podría decirse que en la primera década del 2000 produjo un baby boom de lectores. Muchos fueron los jóvenes que aprendieron a amar la literatura con los libros de J.K. Rowling, jóvenes que siguieron leyendo libros parecidos y que si empezaron a leer con 15 años hoy en día pueden tener ya más de 30.
Sin embargo, existe un enorme prejuicio contra la literatura YA y contra los adultos que la leen. Son muchos los lectores, generalmente prestigiosos, que han contribuido a alimentar ese prejuicio exponiendo sus opiniones en diversos medios de comunicación. Uno de ellos es el crítico Harold Bloom. Ya que hemos mencionado a Harry Potter, es justo decir que en julio del año 2000, después de la publicación de Harry Potter y el cáliz de fuego, Bloom escribió un agrio artículo en el Wall Street Journal echando pestes de las aventuras del joven mago, temeroso de que el libro pudiera convertirse en clásico a pesar de su falta de calidad literaria, dominada por clichés y metáforas muertas. En 2012 la situación no mejora mucho. En un ofensivo artículo publicado en Slate, Ruth Graham sostenía que los adultos que leen YA deben sentir vergüenza. Literalmente dijo, con un parternalismo molesto: «Lee lo que quieras. Pero deberías avergonzarte si lo que estás leyendo fue escrito para niños». La autora se ceba en especial con Bajo la misma estrella y con Eleanor & Park. Barbaridad tremenda que puede llevar a algún adulto, efectivamente, a avergonzarse por leer YA.
El argumento de Graham básicamente consiste en generalizar la totalidad de las novelas YA en un mismo patrón: narración simple, personajes sencillos, escasa ambigüedad, lectura cómoda. Todo muy alejado de la complejidad moral, temática o estructural de las novelas adultas, que es a lo que debería tender un lector cuando madura. Una opinión que, por desgracia, está más generalizada de lo que debería. Algo así como identificar a todas las novelas YA con Crepúsculo, que es como coger todas las novelas de un género y atribuirles las características de la peor novela de ese género.
Como dice Brian Hoey en Books Tell You Why, la historia ha demostrado que esa visión de la literatura YA es, además de excesivamente simplificadora, falsa. Si echamos un vistazo atrás a la historia de la YA no encontraremos a Crepúsculo en sus orígenes, ni a Los juegos del hambre, y ni siquiera a Harry Potter. Uno de los precursores de este subgénero es, nada más y nada menos, Oliver Twist de Charles Dickens ‒y también, por qué no, habría que añadir Grandes esperanzas‒. Aunque si a alguien deben las novelas YA es a Mark Twain. Si hay novelas cuya complejidad psicológica y ambigüedad moral son herederas de Dostoyevski, por decir el nombre de un autor prestigioso, muchas novelas YA descienden directamente de Mark Twain. ¿Por qué iban a ser mejores unas que otras? O, mejor dicho, ¿por qué iban a ser más prestigiosas?
Si seguimos adelante en la prehistoria del YA, en el siglo XIX, podríamos citar libros como Alicia en el País de las Maravillas, La isla del tesoro o El libro de la selva. Y si entramos en el siglo XX, que es cuando se produce un cambio significativo en el género, no podemos dejar de mencionar El Hobbit de Tolkien ‒y habrá incluso quien meta a El señor de los anillos‒ y, a partir de la década de los cincuenta, El guardián entre el centeno de Salinger y El señor de las moscas de Wiliam Golding. Basta con echarle un vistazo a la lista de las 100 mejores novelas de YA de todos los tiempos, elaborada por la revista TIME, para comprender lo injusto que es descalificar de un plumazo a un género entero y, por extensión, a sus lectores.
Es lo que tiene generalizar, que se corre el peligro de dejar fuera a un buen puñado de obras literarias de calidad incuestionable. Es por eso que cualquier lector, sea adulto o no, debería acercarse a la literatura, sea YA o no, lo más libre de prejuicios posible. Pero, sobre todo, si se es adulto un lector debería evitar sentir vergüenza por leer YA.
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