¡Al fin Don Juan Tenorio y Doña Inés se enamoran cantando!
Por Horacio Otheguy Riveira
Jóvenes intérpretes destacan mano a mano con veteranos al servicio de una representación espectacular. Muchos aciertos con felices hallazgos visuales que mejoran en la segunda parte. Estupendas canciones en el marco de una gran producción que al fin ha consolidado el sueño de muchos adictos al género: un Don Juan Tenorio musical con el brío, la sensualidad, el castigo y la redención que fascina a millones de espectadores desde su estreno en el siglo XIX.
Gran producción mexicana llevada a cabo por creadores de ambos países con un reparto español de espléndidas voces para consagrar una feliz unión entre el verso clásico, el musical tradicional y las corrientes escénicas actuales. Una estupenda función con impecable despliegue escenográfico.
Waldo de los Ríos (1934-1977) dejó inconclusa su versión operística a la que le había dedicado muchas horas en la cima de sus personales éxitos, adaptando a genios de la música clásica. Desde entonces acá, tuvieron que cinchar desde México para dar forma a lo que hoy ya es una producción de calidad internacional. El mexicano Antonio Calvo ha logrado una partitura variada y subyugante y el español Ignacio García se ocupó de una brillante puesta en escena con sucesión de secuencias sorprendentes, versión del original romántico de José Zorrilla (1817-1893), de enorme éxito en el mundo de habla hispana.
Por dondequiera que fui la razón atropellé,
la virtud escarnecí,
a la justicia burlé
y a las mujeres vendí.
El célebre canalla que se enorgullece de serlo recibe su merecido, pero en las fauces tenebrosas del infierno es rescatado por el alma y el cuerpo de la única mujer que amó y no ultrajó. Del más allá le tiende los brazos, abriendo su espíritu a la paz de un amor eterno. Romántica historia ya legendaria en su largo viaje de creación estrenado en 1844, que varias veces buscó su encuentro con la música hasta que lo encontró en México en manos de talentos que no se habían conocido con anterioridad.
Una obra que a lo largo de la historia supo arrasar (y hasta hoy lo sigue haciendo) compitiendo con otras versiones del mismo personaje, pariente cercano del italiano Casanova, «devorador de mujeres».
En efecto, Don Juan es protagonista de El burlador de Sevilla y convidado de piedra, atribuida a Tirso de Molina en 1630; en Francia Molière se ocupó de un tragicómico Dom Juan en 1665, y —entre otras versiones— cuenta con una ópera de Mozart, Don Giovanni, estrenada en Praga en 1787, de cuyo texto es responsable el italiano Giovanni Bertatti.
El resultado de este Don Juan. Un musical a sangre y fuego tiene la calidad lírica contemporánea de obras como El fantasma de la ópera o Los miserables (ambos libremente inspirados en obras literarias), pero en este caso se aporta un mayor rigor con una muy respetuosa versión del texto original, permitiéndose canciones con párrafos literales, de manera que los amantes de ambos géneros (del teatro clásico y del teatro musical) se pueden dar la enhorabuena porque todo brilla con luz propia en una fantástica unión de aparentes contrarios.
El conjunto sólo flaquea en el exceso de coreografías (a pesar de la buena calidad de los bailarines) y la dificultad de entender lo que cantan los coros —algo tan corriente en los espectáculos de este tipo que deberían poner sobretítulos—, pero cuando entran en faena sus excelentes protagonistas y actores secundarios la riqueza de la función crece enormemente y se olvida cualquier desajuste, siempre en perfecta sincronía con la orquesta en el foso.
Con un largo reparto muy homogéneo, algunos destacan por desarrollo más amplio de sus personajes. Se aplauden con entusiasmo intérpretes perfectamente escogidos, como el barítono Gonzalo Montes en un Comendador cuya voz y prestancia logran un hermoso trabajo; David Velardo con el ímpetu viril de su trágico Don Luis, y la Brígida de Patricia Clark, quien asume una de las escenas más sorprendentes, hilarantes y complejas, al encarar el siniestro personaje de quien entrega la virginal novicia a los brazos de Don Juan con una gracia impresionante, a ritmo de jazz maravillosamente interpretado.
Cuando asistí a esta representación, Carlos Salgado se ocupaba del protagonista (alterna con Toni Bernetti): formidable esfuerzo ante una partitura muy densa y llena de complicaciones. El joven cantante —que habitualmente interpreta al breve Capitán Centellas— aporta mucha frescura, deslinda con acertada compostura lo canalla de lo arrogante y consigue mantener el interés en todo momento. El Tenorio siempre tiene el riesgo de resultar inverosímil si se hace al pie de la letra, y esto no ocurre en ningún momento, muy bien dirigido en los matices. Resuelve con eficacia tanto la presentación del personaje con un rap, como la dulcísima balada en su encuentro con Doña Inés (Estíbaliz Martyn, en todo momento encantadora, con grandes ocasiones de soprano).
Por su parte, Gonzalo Larrazabal hace un Ciutti muy divertido, con bien afinados recursos de saltimbanqui, un bufón que no se pierde una.
El compositor de este sorprendente proyecto es Antonio Calvo, ganador de premios como el de la Asociación de Críticos Teatrales y el Bravo en la categoría de Mejor Producción por Regina, además de productor de la obra de mayor duración ininterrumpida de la historia del teatro en México, La Dama de Negro, con más de 25 años en cartel y un total de 5.500 representaciones. La producción está a cargo de Alejandro García, pieza clave en los festivales de cine más importantes de México, como el Baja Film Festival y Morbido Fest. Por otro lado, la dirección artística está a cargo de Ignacio García, adjunto a la dirección artística del Teatro Español de Madrid de 2004 a 2009, época dorada bajo la dirección general de Mario Gas.
Otro destacado miembro del equipo creativo es Tino Sánchez, quien figura en la Dirección Escénica y Coreográfica, aportando amplia experiencia en musicales de Londres y Nueva York. Asimismo, en la dirección musical encontramos a Julio Awad, reconocido por su trabajo en clásicos del género como Sonrisas y Lágrimas y Priscilla, Reina del Desierto. Completan este gran equipo Lluís Juste de Nin diseñador del vestuario original, junto a Eloise Kazan con más de 50 proyectos a su cargo en el mundo del cine, el teatro y la ópera, y el escenógrafo Miguel Brayda (recientemente fallecido con sólo 54 años), quien ha colaborado con numerosos artistas de la talla de Joan Manuel Serrat, Joaquín Sabina y Pasión Vega, entre otros, destacando sus impactantes creaciones para fastuosos espectáculos como El circo de las Navidades del Price o El circo de los horrores.
No es, doña Inés, Satanás quien pone este amor en mí: es Dios, que quiere por ti ganarme para Él quizás.
No, el amor que hoy se atesora en mi corazón mortal no es un amor terrenal como el que sentí hasta ahora; no es esa chispa fugaz que cualquier ráfaga apaga: es incendio que se traga cuanto ve, inmenso, voraz.
Desecha, pues, tu inquietud, bellísima doña Inés,
porque me siento a tus pies, capaz aún de la virtud.
Don Juan. Un musical a sangre y fuego
Teatro de la Luz Philips Gran Vía.
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