LEÑADOR, GUERREROS ALPINOS, AÑOS SALVAJES

Leñador, Guerreros alpinos, Años salvajes

Por Ricardo Martínez Llorca

 

La gran obra literaria del mar es Moby Dick y no los cuadernos de bitácora que Cristóbal Colón o el Capitán Cook, aunque algo de cuaderno de bitácora tiene el gigante de Melville: obra de bitácora para la ética. En ese sentido, se acerca al canto de Homero celebrando el viaje de Ulises. Sobre el mar literario ya habían regado sudor dioses, guerreros, dragones y Poe o el propio Melville, que es quien hace del mar una literatura moral y estética. Hasta que esa lucha del mal contra el mal, nos ha dejado albinos.

salvajesEse tipo de metamorfosis, semejante a la de la lectura de Moby Dick, sucede en obras en las que la mar es el escenario en el que puede ocurrir que el infierno de la conciencia que pudre a Lord Jim. O La línea de sombra o El final de la soga, obras maestras que sin el océano no existirían. Como el relato de viajes En los mares del Sur, de Robert Louis Stevenson, o Los traficantes de naufragios. El naufragio es también un acontecimiento exclusivo del mar y su metáfora llena la literatura universal, sea cual sea el escenario.

Y ahora aparece William Finnegan (Nueva York, 1952), con Años salvajes (Libros del Asteroide), afirmando que la ola es la leyenda humana del mar. El surf no es la canción de los Beach Boys bailada por gimnastas de cuerpos griegos. El surf es parte del espíritu del mar y de la contracultura que viajó a las palmeras más escondidas de Gaia para sentir la sal de las olas, una utopía purísima sobre mares vírgenes, libertad. Finnegan eran la bohemia que encontraba un verano interior en pleno invierno. En Años salvajes, Finnegan relata un tiempo en el que se arriesgó a vivir.

En los mismos años en que William Finnegan recorría medio planeta con los bolsillos vacíos, en los años de los conciertos de Joan Baez y Bob Dylan sobre los prados, el valle de Yosemite se llenó de escaladores y un moralista d la montaña quiso ascender las grandes cumbres del Himalaya en solitario. Es entonces cuando se comienza a fraguar la idea de que podría existir una literatura de montaña, al igual que existe una literatura del mar. Pero no hay antecedentes en la montaña de una Eneída ni un Moby Dick. El equivalente a la narrativa de Joseph Conrad sería Roger Frisson-Roché, un alpinista cursi. Existen testimonios de viaje atravesando cordilleras, como los de Francis Younghusband en su Por el Himalaya (La línea del horizonte), donde da cuenta de unos viajes estremecedores que, sin cartografía ni material de montaña, le llevaron a atravesar la gran cordillera entre 1886 y1889.

Maquetación 1La literatura de montaña está en pañales incluso comparada con la literatura urbana. Los mejores libros de montaña se han publicado en las últimas décadas, y pertenecen al género de la crónica o acaso a la elegía. O eso o ampliamos el espectro a la obra de Robert McFarlane y a Región, esa geografía que inventó Juan Benet. La última gran novedad dentro de la literatura de montaña la protagoniza Bernadette McDonald (Canadá, 1951), que vive la montaña a través de la literatura. En Escaladores de la libertad (Desnivel), repasa de la vida de los durísimos escaladores polacos que en los años ochenta reventaron las paredes del Himalaya.

Ahora nos llega Guerreros alpinos. La historia heroica del alpinismo esloveno (Desnivel), una mirada atractiva hacia la escuela de montañeros de un pequeño país que ha dado a creativos alpinistas, aunque también a los más polémicos. Hay tanta ingenuidad como libertad en sus proyectos: privados de su vocación, no los guerreros alpinos serían momias. McDonald indaga en las exégesis de humanidad de tipos como Tomo Cesen o Tomaz Humar. Y lo hace con un tono elegíaco, pues por culpa de la competición y las expediciones comerciales Gaia se está pudriendo.

cubierta_lenador-350x560¿Deberíamos considerar ya el fin de la literatura de montaña antes de que haya nacido? Aquí señalamos que existe una editorial empeñada en darle un nuevo empujón a la literatura de montaña. Errata Naturae publica títulos que sí suceden en la naturaleza que reconocemos como montaña: Mis años Grizzlies, Un año en los bosques, Los búfalos de Broken Heart y la reciente Leñador pertenecen a esa categoría. Leñador está diseñado como un glosario en el que Mike Wilson (Misuri, 1974) nos sumerge en un mundo al que se exilió, huyendo de la polución. Uno ya creía perdida esa forma de vida de los leñadores de las montañas de Yukón. Una casta de supervivientes que resisten frente a un territorio que les obliga a ser durísimos. El mito del Beatus Ille desafía a la armonía o exige una música de carga que truene sobre el ruido de los cañones. El contacto con la montaña es acción contra unos elementos que acaban por apropiarse de ellos, al contrario que el espectáculo de alpinistas extranjeros que acuden a ese entorno para escalar en hielo vestidos con uniformes de The North Face. Los leñadores siguen vistiendo gruesa ropa de algodón y lana, calzando botas de cuero que cuidan con grasa de ciervo, y mantienen unos paradigmas que nos atreveríamos a llamar supersticiones.

Podríamos aventurarnos a decir que Wilson entra en el género de literatura de montaña con la erudición del intelectual -conoce la apicultura, la etnología, la botánica, la climatología, la geografía, la historia, la psicología, etc.- y poniendo a prueba sus límites físicos. Y participa a la par que observa a los leñadores escandinavos que conviven con leñadores navajos o canadienses lobos solitarios, que se relacionan con los bosques de montaña con una tradición que es una ceremonia. Estas son las experiencias que necesita la literatura de montaña para para solidificarse con tanta certeza como tiene la literatura del mar. Conviene que no pensemos en la montaña como un territorio deportivo donde se practica el alpinismo.

 

Años salvajes. William Finnegan. Traducción de Eduardo Jordá. Libros del Asteroide. Barcelona, 2016. 593 páginas.

Guerreros alpinos. La historia heroica del alpinismo esloveno. Bernadette McDonald. Traducción de Pedro Chapa. Desnivel. Madrid, 2016. 336 páginas.

Leñador. Mike Wilson. Errata Naturae, Madrid, 2016. 491 páginas.

 

Ricardo Martínez Llorca es autor de los libros Tan alto el silencio (Debate, finalista del premio Tigre Juan), El paisaje vacío (Debate, premio Jaén), El carillón de los vientos (Alcalá), Después de la nieve (Desnivel), Cinturón de cobre (Pre-textos), Al otro lado de la luz (La línea del horizonte), Hijos de Caín (Xplora), El precio de ser pájaro (Desnivel) y Luz en las grietas (premio Desnivel).

 

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